"No soy un experto del Patrimonio", empieza excusándose, para acto seguido apostillar que "sólo soy un ciudadano que intenta reflexionar con altavoz sobre cuanto nos rodea".

Y de qué manera lo hace. Con tarjeta de presentación tan humilde se presentaba el pensador franco-argelino Sami Naïr en la Fundación Tres Culturas, donde le han confiado la tarea de inaugurar el IV Congreso Internacional Patrimonio Cultural y Cooperación al Desarrollo, que se hasta hoy reúne a interesantes expertos en la materia llegados de medio mundo.

Naïr, en su charla, diseccionó el concepto "complejo y polisémico" de patrimonio para recordar que alude a nuestras raíces, a lo esencial; "no es la defensa de lo arcaico, como suele entenderse, sino de lo esencial, de lo que somos; tiene que ver con la identidad profunda de los seres humanos, más que con los palacios o las ruinas, aunque también".

Dicho esto, el autor de libros interesantísimos como El peaje de la vida o La inmigración explicada a mi hija fue rotundo: "Patrimonio es una palabra raíz, y para crecer una sociedad necesita raíces. No se crece sin ellas, pero la globalización en la que estamos inmersos, que es mercantil y financiera, no de identidad, está torpedeando nuestras raíces, transformando a la ciudadanía en meros consumidores y provocando tensiones a la hora de relacionarse con el otro, especialmente si ese otro llega de fuera, y si es de otra cultura...".

Consecuencia: "No podemos construir un vínculo social coherente sin una metodología de integración, sin tener en cuenta esas raíces". Y un solicitud reiterada: "Destierren el término multiculturalidad y reflexionen a partir del de interculturalidad".

Después de esto, a uno sólo le queda releer estas declaraciones y digerirlas interiormente. En ellas se palpa la valía de la materia gris que gasta Naïr, uno de esas mentes pensantes que, cual Pepito Grillo, le recuerda al mundo, a usted y a éste que escribe, que todos somos corresponsables de lo que damos por hecho, de lo que entendemos como normal, como algo irremediable.

Logramos, tras tanta trascendencia, que el filósofo vuelva al campo del patrimonio, tan abierto como que desde Andalucía, y desde España, se está peleando por que sea declarado el flamenco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco.

"¡Pero si el flamenco ya lo es! -espeta-; ¿a qué candidatura se refiere? El flamenco ya es patrimonio inmaterial de la humanidad por derecho propio; se enseña casi en todo el mundo y no hay persona que al apreciarlo no sienta que algo sucede en su mente y cuerpo. Escuchar flamenco, verlo bailar, es como leer a Cervantes, un lujo para el espíritu".

"Ahora bien, que usted me dice que es que falta el papel de la Unesco donde se explicite esa condición, pues que se obtenga ya; y si eso implica que el flamenco cuente con más recursos que le ayuden a ser aún más grande, pues mejor".

Dicho esto, queda claro que como poco le va lo jondo. "Sí, me gusta mucho. Ese Chocolate, ese Lebrijano al que pude ver en París... Ahora bien, no me gusta el flamenco moderno o de fusión. Entiendo que es más comercial y acepto la innovación, pero prefiero el flamenco puro, el de los pobres", detalla con franqueza.

Y del flamenco a la intelectualidad en un giro nuevo de la conversación -así es Sami Naïr-. Y claro, resulta inevitable preguntarle por el nuevo Príncipe de Asturias de las Letras, el franco-libanés Amin Maalouf, otro iluminado que lleva años, de palabra y de hechos, tendiendo puentes entre Oriente y Occidente.

"Merecía ese galardón desde hacía... Aparte de un gran amigo, es un intelectual enorme y un escritor excepcional. Eso sí, no le califique como escritor árabe-cristiano que no le hace gracia; es un escritor universal", aclara. Como él mismo.

Y sobre Europa...

"El problema de Europa es que no se sabe lo que es. A mi modo de ver, es sólo un gran mercado que interesó crear para tener más consumidores por cuestiones económicas, mercantilistas y financieras. Fuera de eso, no hay nada apenas. Tanto es así que no ha habido, ni entonces ni ahora, una construcción identitaria sobre lo que es ser europeo. Y claro, si España quería entrar en ese juego, tenía que aceptar esas reglas e integrarse. Pero que no se engañe nadie, eso que llaman Unión Europea no es más...", reflexiona en voz alta y de corrido Sami Naïr.

Si acaso, y volviendo al asunto patrimonial, sostiene que "la agricultura de calidad es un patrimonio de la UE", para acto seguido rematar: "Y miren lo que están haciendo con ella...", resopla.