Mario Gas, a la izquierda, junto a buena parte de un elenco que se subirá al escenario viernes y sábado. / Pepo HerreraEs una comedia, sí, pero de esas en las que no sabes muy bien de qué te ríes porque lo que desfila ante tus ojos tiene maldita la gracia. Hay situaciones cómicas, vale, pero es «una farsa sangrienta, la risa deja hedor, es una obra muy dura y contundente». Quien así habla es el director de escena y actor Mario Gas, que en la primera de sus facetas es el encargado de dirigir la orquesta de Invernadero, la obra en la que el dramaturgo inglés Harold Pinter, premio Nobel de Literatura en 2005, reflexiona sobre el poder y sus mecanismos para perpetuarse, y las víctimas que deja en la cuneta para ello.

La obra se representa en el Teatro Central

viernes y sábado (entradas a 17 euros en www.ticketmaster.es) por un elenco con rostros bastante conocidos. Gonzalo Castro, Tristán Ulloa, Jorge Usón, Isabelle Stoffel, Carlos Martos, Javivi Gil y Ricardo Moya son los actores que dan vida a médicos y pacientes en esta peculiar casa de reposo, porque el invernadero al que hace referencia el título viene a ser como un lugar en teoría de descanso pero que reproduce a pequeña escala un universo social como el de hoy mismo, con «un enfrentamiento larvado por la asunción del poder».«Es una crítica del poder demoledora y lúcida», apostilla Gas, una obra que entronca directamente con el que fue su contundente discurso para un Nobel que recibió tres años antes de su muerte. A esto se le une que la adaptación lleva la firma del escritor Eduardo Mendoza, un «profundo conocedor del teatro» que, precisamente por ello, consigue que «un lenguaje que no es nada fácil se pueda poner en boca de los actores con facilidad».

¿Y por qué Harold Pinter y por qué Invernadero para la primera coproducción de una compañía que, precisamente, se ha bautizado como Teatro del Invernadero? Pues por nada y por todo: por su lenguaje urbano y su compromiso ideológico, «por lo que escribe y por cómo escribe» el autor y también por su «vigencia por desgracia pasmosa», al retratar «los mecanismos que usa el poder para la alienación y la opresión y su capacidad para autofagocitarse» con tal de perpetuarse.

Pese a todo, no considera Mario Gas que golpear al poder sea hoy una moda o una obligación, «es un acto de afirmación». Ya aprovecha e identifica este poder con el actual Gobierno central, preguntándose «por qué le tiene esa ojeriza tremenda a todo lo que huele a teatro». La respuesta no la tiene, claro, pero a quien corresponda sí le advierte de que «ésta es una profesión terca, tozuda, que siempre encontrará un hueco» y que seguirá ahí cuando los que ahora mandan ya no estén ahí, algo que confía –«ojalỖ que no tarde en producirse.

Los actores, por su parte, están encantados con una obra que sólo se ha visto en Gijón y Avilés, con lo que llega a Sevilla «recién salida del puerto», según Gonzalo de Castro, y antes de llevarse mes y medio en Madrid. «Nuestro mayor valor somos nosotros mismos, somos nuestro principal activo», subraya Tristán Ulloa. Carlos Martos, por su parte, lanzó un mensaje para no asustar al personal: «La gente se va a reír... aunque sea por el patetismo de lo que va a ver».