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¡Te quieh í ya!

Si va a EEUU se sorprenderá de los controles a los que le someten las autoridades de ese país, a través de agentes policiales que saben de los derechos humanos porque alguien les habló un día en la escuela, pero no porque lo hayan asimilado e interiorizado.

el 15 sep 2009 / 21:19 h.

Si va a EEUU se sorprenderá de los controles a los que le someten las autoridades de ese país, a través de agentes policiales que saben de los derechos humanos porque alguien les habló un día en la escuela, pero no porque lo hayan asimilado e interiorizado. En los aeropuertos el registro personal se parece más a un chequeo policial de las dictaduras que a una amable requisitoria que, antiguamente, se resumía en la famosa frase "¿Algo que declarar?". No digo nada si se le ocurre fumar en algún lugar donde esté prohibido; poco más que le dejan en calzoncillos cuando no con sus vergüenzas al aire. Se lo toman en serio los americanos cuando se trata de defender y proteger su sistema de convivencia y su seguridad interior. Lástima que, de vez en cuando, a ese sistema de control se le pasen determinadas marrullerías que si no ponen en quiebra el sistema de seguridad, sí demuestran que una cosa es poner en calzoncillos a los ciudadanos y otra que un tal Madoff ponga en evidencia a los sesudos controladores. Mientras se afanan por desnudar al fumador, Madoff se fumó cincuenta mil millones de dólares (no me da la calculadora para pasarlos a pesetas) sin que nadie, absolutamente nadie, se hubiera dado cuenta. Ni la Reserva Federal, ni las autoridades políticas y monetarias se percataron del truco de escapismo que para sí hubiera querido el mago David Coppefield. Mientras se distraían en los aeropuertos, algunos desalmados ponían en evidencia el sistema. Madoff se fumaba tan ricamente un puro en su lujoso apartamento y los americanos siguen molestando innecesariamente al inofensivo pasajero

No sé por qué este suceso me trae a la memoria la tarea que llevan adelante sesudos eurofuncionarios en la Unión Europea, controlando el calibre de las fresas de Almería, mientras dejan de articular políticas que sirvan para que Europa deje de ser un conglomerado de países, víctimas del nacionalismo anticuado, casposo y retardatario, y pueda convertirse en una gran potencia si se consiguiera dar el paso definitivo para constituirnos en un Estado Federal. Los acontecimientos de las últimas semanas están poniendo al aire nuestras enormes carencias y nuestra desnudez ante los retos que se avecinan en el siglo XXI. La Unión Europea actual, apenas llega a los cuatrocientos millones de habitantes, es decir, una pequeña parte de la población de China o de la India, a pesar de que nos sigamos creyendo el ombligo del mundo. Pero ha bastado que Rusia y Ucrania hayan desatado las hostilidades en el suministro de gas, para que un cuarto de esa población haya visto como, en unos días, su sistema de abastecimiento energético se reducía a la nada. Dependemos del petróleo foráneo; bastó la invasión de Irak por EEUU para que el precio del barril subiera a unos precios prohibitivos para nuestras economías y cada vez más, la dependencia tecnológica se evidencia en esta Europa que perdió hace tiempo su liderazgo en ese área. Continuamos sin política común de defensa, sin posibilidad de actuar en los conflictos bélicos que más nos afectan, como se está poniendo de manifiesto en el conflicto palestino-israelí, donde nos limitamos a observar sin que tengamos la fuerza militar necesaria para imponer orden, respeto y civilización allí donde se han perdido esos valores. Y nuestra diplomacia y política exterior sólo tiene el nombre de común, pero no son una realidad que nos haga ser respetados en ninguna parte. Seguimos discutiendo sobre el reparto del poder en Europa sin percatarnos de que para poder repartir algo, lo primero que hay que hacer es tener ese algo; y poder, lo que se dice poder, Europa no lo tiene.

Mientras en España, la crisis sigue azotando, sobre todo en las listas de desempleados. Visto desde fuera, da pereza leer la prensa y ver que, ante la situación de crisis, el presidente del Gobierno tiene que perder horas y horas recibiendo a presidentes autonómicos reclamando un sistema de financiación que, para que sea justo, requiere de serenidad, tranquilidad y altura de miras a la hora de abordarlo. El sistema que tenemos de financiación autonómica no tiene fecha de caducidad; cuando se negoció en 2002, se hizo con el compromiso de que durara indefinidamente. Ya se sabe que en política esa palabra -indefinido- no existe, pero sería más rentable para España y para la política si los presidentes autonómicos acudieran a Moncloa a ofrecer al Gobierno su apoyo y colaboración para ver de qué forma somos capaces de apuntalar las políticas de ese Gobierno con el objetivo de salir, lo antes posible, de esta maldita crisis.

Para remate, acabamos de oír al líder de la oposición, D. Mariano Rajoy, amenazando con romper la unidad del Pacto Antiterrorista si el Gobierno no hace lo que ellos piensan que se debe hacer con las listas de proetarras para las elecciones vascas. Se les ve las ganas que tienen de romper el consenso en esa materia y así tener un discurso que ofrecer en las elecciones vascas y gallegas que le haga recuperar a un electorado que él cree que desea alejarse del Gobierno en un asunto tan delicado. Rajoy parece añorar los tiempos en que podía subirse a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y decir, sin que se le cayera la cara de vergüenza, que José Luis Rodríguez Zapatero estaba traicionando a las víctimas de ETA. Afortunadamente le quedan dos telediarios al señor Rajoy porque, en las elecciones europeas, los andaluces, a los que ha ofendido gravemente una pija diputada popular, le van a decir con su voto, ¡Te quieh i ya!

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