Cultura

Un dúo sobrecogedor

Crítica de danza de la obra Tordre, en el Teatro Central. * * * *

el 29 nov 2014 / 21:18 h.

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  • Lugar: Teatro Central, 28 de noviembre
  • Obra: Tordre
  • Compañía: Rachid Ouramdane/L’A
  • Concepto y coreografía: Rachid Ouramdane
  • Intérpretes: Annie Hanauer y Lora Juodkaite
  • Calificación: * * * * 
Una performance que tiene como eje central el gesto y las vivencias personales de dos mujeres. Es el génesis de esta última propuesta de Rachid Ouramdane, un dúo de danza tan sobrecogedor como delicado. La propuesta de Ouramdane en el Central. / El Correo La propuesta de Ouramdane en el Central. / El Correo Aunque la obra comienza con las dos bailarinas presentándose al espectador, cual estrellas del espectáculo, en realidad cada una de ellas se adueñan del escenario en soledad, sin llegar a ejercer una interacción. Se trata de dar luz a su mundo interior, mediante un estudio del gesto que desentrañará toda una gama de intuiciones y emociones. Lo más curioso es que para ello Ouramdane recurre a una puesta en escena en la que prima el blanco del semicírculo irregular que delimita el escenario, lo que contrasta con el negro de dos grandes cruces invertidas colgadas del techo. La irregularidad y neutralidad del semicírculo se enfrentan aquí con el equilibrio y el simbolismo de las cruces. Así, el espacio escénico subraya el hermoso juego de contrarios que propone la coreografía. Porque mientras Lora Juodkaite nos impresiona dando vueltas sin cesar por el escenario, con una suerte de danza minimalista que responde a su necesidad de abstraerse de la realidad, Annie Hanauer se centra en describir los sentimientos que propone la música, mediante los que da luz a su mundo interior. Dicha descripción despliega toda una colorida gama de figuras y pasos clásicos que ella trasgrede con suma sutileza, delimitando una danza tan delicada como etérea. Todo lo contrario que la pieza de Juodkaite, con la que Ouramdane, con la genialidad que le caracteriza, nos sugiere un sinfín de estadios emocionales tan impactantes como sobrecogedores. Para ello, simplemente se limita a combinar algunas variaciones del movimiento de los brazos y la cabeza con la velocidad de los giros, que varía según el diálogo sensible que la bailarina entabla con ella misma. Así, pesar del corte secuencial y reiterativo de la coreografía y su condición minimalista, Juoldkaite nos conmociona y logra sacarnos de la realidad para situarnos en un espacio de abstracción donde prima la emoción. Lástima que todo ello se empañe, alterando el ritmo del espectáculo, por su empeño de subrayar con palabras lo que ya había sugerido con el cuerpo.    

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