Nadie puede pasar por alto el anuncio realizado ayer tarde por el presidente del Gobierno en el Congreso de los diputados en el sentido de aumentar en 1.500 millones de euros el capítulo destinado a la cobertura del desempleo. Dijo el señor Rodríguez Zapatero que la medida es de carácter coyuntural y extraordinario y que el incremento tiene la finalidad de poder hacer frente al aumento de las prestaciones sea cual sea el número de parados en los próximos meses y atender al millón de personas que ya se han quedado sin el subsidio. A la importancia de esta medida se une la petición de colaboración que solicitó a todos los grupos "para aunar esfuerzos e ideas ante el apremiante desafío que tenemos".

Algo es algo. De su enrocamiento de hace unos meses al insistir en que no había crisis ni perspectiva de que la hubiese, hemos pasado a este nuevo escenario en el que el jefe del Ejecutivo pinta un panorama desolador que nos dejó con la moral por los suelos a quienes le estábamos escuchando. Deduje en la tarde de ayer, conforme Zapatero avanzaba en su discurso, que la situación es bastante más peliaguda de lo que estamos viendo ya en la calle, y que los indicadores que se despeñan sin freno en las curvas que nos ofrecen todos los días los periódicos son nada más que un tímido reflejo de la cruda realidad que tenemos ante nosotros y que ya no es capaz ni de disimular el voluntarioso y optimista inquilino de la Moncloa.

Este anuncio de reducir gastos del Presupuesto por valor de 1.500 millones de euros para destinarlos al desempleo, nos da una idea de la gravedad del problema -seguramente el problema por excelencia en este comienzo de año- que el Gobierno tiene para atender la auténtica avalancha de hombres y mujeres acudiendo a diario a solicitar la prestación por desempleo. Seguramente estamos ya en un escenario que le podría haber correspondido al segundo semestre de 2009 cuando el número de desocupados roce o supere los cuatro millones. Pocas veces como ayer una sesión de Cortes ha venido a dejarnos sumidos en tanta preocupación y tan poca esperanza en el medio o largo plazo.

Seguramente desde la transición política no se había visto tan claramente la necesidad de abordar con carácter urgente un gran pacto nacional contra la crisis subscrito por todos los partidos, con el compromiso por parte del Gobierno de crear una comisión especial en el Congreso, una especie de vigilante de la playa, para el seguimiento, evaluación y control de la medidas que se vayan tomando para paliar la crisis.

Zapatero debió emplear esta técnica de ponerse el parche antes de la herida hace por lo menos medio año. No lo hizo, y ahora ya nadie duda de que fue una gran irresponsabilidad por su parte. Pero si su intervención de ayer en el Congreso de los Diputados tomando el toro por los cuernos y poniéndonos a los españoles los pelos como escarpias supone un cambio de estrategia, acaso las cosas empiecen a no empeorar más que, de momento, es con lo que nos conformaríamos.

Periodista

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