La Sevilla negra, la de In Fraganti no tiene siempre sangre, violencia... Hay historias que parecen increíbles pero son tan reales como si sucedieran en New York, Berlín o Hong Kong. En Mayo de 1960 una señora, parca en palabras, indica -en la Jefatura de policía de calle Monsalves- que quiere denunciar un delito. Su identidad B. I. L. la emparenta con la alta aristocracia local. Cuando toma asiento frente a un policía sin uniforme parece estar inquieta, nerviosa, aunque el tiempo que está en dependencias policiales acredita que hizo un encargo. Llevaba la lección aprendida.
La dama denunciante dijo ser víctima de una estafa tras comprar un bodegón de Velázquez como auténtico a un ‘copista’ que identificó como Eduardo Olaya Araiz (1923-1974). El pintor estaba al servicio de un conocido anticuario apodado ‘El Moro’, cuya identidad era Andrés Moro González (1918-1999). La denuncia se sustentaba en el testimonio, no aportó recibo del pago en efectivo que dijo haber hecho quien dijo haber comprado el cuadro ‘full’.
Olaya era un viejo conocido de la policía. Tenía ficha nutrida con decenas de detenciones, ingresos carcelarios, denuncias por estafa, abuso de menores y un largo etcétera. El alias de Olaya era ‘La Baronesa’. Rápidamente fue ordenada su excarcelación desde La Ranilla según Auto del Juzgado de Instrucción nº 3 (Sumario 123/60) para tomarle declaración.
La policía sigue pistas tras lo que Olaya declara. Recalca que ‘El Moro’ es su principal cliente. El anticuario es ‘intocable’ pues tenía estatus de confidente a cambio de la supervivencia de su negocio. Hacía ‘doblete’. Delataba a competidores entregando cabezas de otros anticuarios ‘sin padrino’ con camisa azul, con guerrera, policías o terratenientes.
Al Juzgado llegan visitas y llamadas que piden maridaje de contundencia y reserva que evite escándalos pues parte de la Sevilla ‘eterna’ tenía sus ojos en las diligencias policiales y judiciales de la denuncia de la aristócrata. Al Juez le piden dureza y guante de seda. Al Jefe de Policía le llegan idénticas novedades sobre lo que declara Olaya. Una segunda declaración de ‘La Baronesa’, cercado por la temperatura que toma el asunto, delata a dos intermediarios que meses atrás tuvieron un trato con ‘El Moro’ centrado en copias de Olaya. La policía detiene en el Alfonso XIII a José Antonio Llardent y una venezolana apellidada Guitián que mueve hilos para desaparecer del sumario. Ocupaban una suite donde remataban ventas de cuadros.
El tema sube de nivel cuando la cadena que siguen los cuadros de Olaya aterriza en Madrid. Días después, en una suite del Ritz madrileño, efectivos de la Brigada Criminal detienen en plena faena al norteamericano Stanley Moss y al germano Herbet Maier. Intentaban ‘colocar’ dos falsos Velázquez y un Greco a un coleccionista neoyorquino. Aquella redada discreta hizo que un conocido marchante apellidado De la Fuente apareciera suicidado en su local de Gran Vía. Horas antes le telefoneó la policía pidiéndole tuviera preparados albaranes y recibos de cuadros que le compró a ‘El Moro’ en Sevilla meses atrás. Había comenzado la secreta ‘Operación Sevilla’.
Una escueta noticia de las detenciones en Madrid y Sevilla que publica en el diario Pueblo el periodista Julio Camarero desata el escándalo que querían evitar quienes presionaron al juez y policía en una Sevilla que hervía por el derrotero que habían tomado una denuncia que parecía inocente y reducida al timo sufrido por una aristócrata venida a menos. Se sabía que la denunciante ‘hacía un favor’ -acaso remunerado- a unas amigas de sangre azul que sobrevivía como viuda con rentas de aparceros de una pequeña finca en la provincia de Sevilla.
La noticia de Pueblo traspasa fronteras y desde INTERPOL, en 1960 con sede en París, se pide Informe de la red de compra-venta de cuadros falsos de artistas españoles consagrados. A embajadas madrileñas llegaron cartas, teletipos y visitas pidiendo más información sobre lo mismo. El entonces director general de la policía, ante tal panorama, ordenó una “muy urgente práctica de cuantas gestiones sean necesarias para determinar si Eduardo Olaya ha sido el autor de la falsificación de cuadros que posteriormente fueron vendidos en el extranjero como de autores consagrados, así como al Museo del Prado y a particulares”, según oficio con sello de ‘alto secreto’ fechado el 24 de julio de 1960.
El encargo de Madrid recayó en José Arias Galán (1914-1992), padre del firmante, que entonces ejercía funciones en el negociado de Registro aunque se jubilaría como Comisario-Jefe del Gabinete Regional de Identificación (hoy Policía Científica). Arias conocía bien a Olaya de reseñarlo mes y mes también. Cuando, como parte de su trabajo investigador, visitó el estudio del pintor quedó fascinando por el dominio de pigmentos, colores, formas de las obras que compulsivamente copiaba para sobrevivir con las miserias que le pagaba ‘El Moro’. Olaya confió tanto en ese policía como en su marchante en tiempos de bonanza, Felipe Pérez.
‘La Baronesa’ detalló hasta donde pudo la cadena de la red del anticuario pues a veces ke requería para rematar operaciones y conocía a los compradores en persona. El informe pericial de Arias detalló tantas verdades sobre cómo operaba ‘El Moro’, sus clientas aristócratas venidas a menos más los marchantes que multiplicaban el precio de las excelentes copias de Olaya que causó pánico.
Carmen Polo Martínez-Valdés, la esposa del Generalísimo, también tenía apodo. Pasó a la historia como ‘La Collares’ por su afición a lucirlos de perlas gordas y ser una chiflada en la compra de antigüedades, joyas y cuadros. A finales de los cincuenta, informada por sus señoronas amiguísimas hispalenses, acudió al negocio de ‘El Moro’. La precedieron dos motoristas y un coche negro. Se llevó varios carrillos de obra que llenó de piezas mientras el anticuario fue retenido dentro de su propio negocio. Meses después recibió ‘El Moro’ un cheque en un sobre que no cubría ni la décima parte del precio con el que mercadeaba sus activos el anticuario. La cutre oficina del anticuario en la cuesta del bacalao, entre Argote de Molina y Placentines fue testigo de aquel abuso.
La leyenda dice que Doña Carmen repetía visitas al anticuario. Si era informado a priori mandaba albañiles a tapiar cuartos para que nos los viera la esposa del General Franco por su tacañería y jeta. Después, viendo ‘El Moro’ que la primera dama le traía clientela y pagaba lo que se llevaba en parte tramó su venganza tardía colocándole un bodegón de Velázquez pintado por Olaya. Y ese cuadro colgaba en el Palacio del Pardo. Era parecido con el que le timó Olaya, supuestamente, no ‘El Moro’ a la denunciante sevillana ¡Qué casualidad!.
El Informe policial de Arias situaba el cuadro de Olaya en manos de Doña Carmen. Y presumía ante amigas de la alta sociedad que frecuentaban el Palacio del Pardo. Se acabó el escándalo.
El Informe del Jefe Superior de policía sevillano intentó mutilar las aseveraciones de Arias, que se limitó a hacer su trabajo lo mejor que pudo. Cuando llegó a Madrid llegó a los ojos del Jefe del Estado ‘por la gracia de Dios’. La vergüenza por ser víctima de un timo-venganza desató las iras del ferrolano. El cuadro fue descolgado ipso-facto para no prolongar el ridículo del Palacio del Pardo y fue ‘colocado’ al Museo del Prado. La pinacoteca ‘no sabe nada’ de la historia, pero tampoco se obvia que una orden de Franco en 1960 era difícil incumplirla.
La historia de los cuadros de Olaya sólo arrancó den Sevilla. Se calcula que se ‘colocaron’ varios cientos de copias perfectas en los cinco continentes entre coleccionistas y museos principalmente. A la Interpol la policía española le contestó que ‘todo era un chisme de periodistas sin base’ lo que publicó Camarero en Pueblo. Las copias de Olaya se colmataron con marcos y lienzos antiguos de la época de los pintores que imitaba gracias al ingenio de ‘El Moro’.
Tras ser maltratado por estafador un copista estafado por un anticuario Olaya no levantó cabeza tras el duro año que pasó en 1960. Su ‘muerte artística’ aunque fue decretada con una denuncia parecida al que se la pone al fabricante de armas de los asesinatos que se cometen con las mismas, no cejó al pintor con su frenesí creativo. Jamás Olaya firmó un cuadro pues, además, sus orígenes artísticos fueron en la restauración.