En la capital de la Giralda, y demasiados no lo saben, hay muchos espías. En la época de la guerra fratricida (1936-39) hubo hasta hoteles que alojaban agentes por países. Italianos y alemanes en el Colón, entonces Majestic; tripulaciones de la funesta Legión Cóndor en el desaparecido Cristina. Agentes angloparlantes preferían el Alfonso XIII.
Con la IIª Guerra Mundial (1941-45) el Majestic –hoy Gran Hotel Colón- se llenó de más nazis que trabajaban allí las 24 horas de Lunes o Domingo. Alquilaron la segunda planta para la sede andaluza del Abwher (Inteligencia Militar entre 1921-1944).
El Alfonso XIII seguía frecuentado por británicos, quienes también elegían el discreto Venecia, que estuvo en la Plaza del Duque. Allí también concurrían corresponsales y escritores de otros muchos países. El Simón https://www.hotelsimonsevilla.com/ (c/ García de Vinuesa) alojaba a ejecutivos de Rio Tinto Company LTD, sobre el papel operaba la mina. Pero eran agentes de precedente de la CIA norteamericana
El siglo XXI congrega espías bajo la marca ‘Airbus Military’ de varios continentes, las bases ‘esenciales’ norteamericanas de Morón y Rota y algunos emporios tecnológicos de la Cartuja. El espionaje industrial y el que deriva el yihadismo radical es más el presente del espionaje. Descarta un pasado de diseccionar artesanalmente temas militares, políticos o estratégicos en los que Sevilla ha perdido interés para potencias foráneas..
La excusa del doctorado
La historia que hoy relatamos es inédita hasta hoy. La primicia es sobre una espía que trabajó en la Sevilla de mediados de los ochenta. Era canadiense, decía que procedía de Vancouver pero se expresaba perfectamente en un español afrancesado que podría denotar su origen quebecquois. Su nombre de guerra era ‘Kate’. Tenía todo a su favor: políglota, inteligente, culta, viajada y hermosa. Su treinta y tantos años muy bien llevados justificaban ante sus interlocutores estar en Sevilla temporadas porque aseguraba completar la investigación para un doctorado sobre los sefardíes que huyeron hacia la península balcánica.
Kate preguntaba mucho y era muy coqueta. Llegó a Sevilla de la mano de un ejecutivo de un filial de Telefónica que estaba divorciándose. Cargaba dos maletas enormes: una para sus enseres y otra para un sinfín de productos cosméticos, dietéticos y para ejercitar su body conservando intacta su belleza. Alquiló, junto a la pareja que le aterrizó en Sevilla, un apartamento cerca de la Catedral aunque mantuvo un buzón. Ahí llegaban a su nombre decenas de cartas de Canadá, Francia y -llamativamente- Bulgaria. Las señas se las prestó un amigo en una oficina de Los Remedios.
Quienes conocieron a Kate no se explicaban cómo una doctorando manejaba tanto dinero. Lucía modelitos de marca, joyas, zapatos de vértigo. Usaba maquillajes, cremas y pinturas mil. Descuadraba cuando, para explicar su perfecto español, afirmaba que lo aprendió en Colombia.
Para corroborar la historia enseñaba fotos posando en top-less en yates e islas paradisíacas del Caribe cartagenero junto a otras bellezas locales y capos del cártel de Medellín, entonces capitaneado por Escobar, según remataba. Kate lograba, obviamente, el efecto contrario de lo que pretendía en sus amigos sevillanos. Su ‘doctorado’ hacía aguas.
Más viajes
La que resultó ser espía ‘desaparecía’ de Sevilla cuando recibía alguna carta ‘con instrucciones’ en su acordado buzón. Las ausencias las justificaba por visitar archivos en París o viajes por dos países que estaban tras el Telón de Acero pro-soviético: Rumanía y Bulgaria.
Allí se documentaba, según ella decía con voz atiplada, del exilio sefardí. Lo volvía a estropear todo cuando enseñaba fotos de manifestaciones populares con banderas rojas del comunismo ‘oficial’. Las instantáneas estaban tomadas desde posiciones de privilegio, pues se veían que lo eran desde palcos de autoridades en desfiles bendecidos por el ‘aparato’. Llamativo!
Kate, seguida de cerca por sus desvaríos, estaba encantada en Sevilla pero cuando contaba historias supuestamente glamurosas lo fastidiaba todo. Al empeño le ayudaban algunas copas de más. Decidió, por ello, irse a Granada una temporada. Al regreso calló cuáles eran sus actividades cerca de la Alhambra. La diáspora sefardí no le interesaría mucho.
Los vaivenes sentimentales de Kate en Sevilla, donde tuvo legión de parejas, y sus historias cansaron a más de uno. Y causaron la envidia de más de una. De pronto, empezaba a preguntar cómo podía acercarse a cargos políticos, militares de Tablada y de la Base hispano-norteamericana de Morón. También, sucedió que las cartas que recibía por decenas en su buzón dejaron de llenarlo.
Kate un día desapareció. Se esfumó. Habían pasado casi tres años desde su primera visita. Algunos que la conocían y apreciaban recibieron cartas de ella desde Francia en las que les pedía negar haberla conocido si alguien preguntaba por su persona. Aquello parecía tan extraño como tangible eran las cartas recibidas y su preciosa letra. La conducta de Kate no fue normal. Nadie imaginaba lo que escondía esta dama que a nadie dejaba indiferente.
Actúa el contraespionaje
La ausencia definitiva en Sevilla de Kate la llenaron dos educados agentes de la inteligencia española desplazados desde Madrid. Su primera visita fue al buzón donde recibía cartas la canadiense. El contraespionaje patrio no negó que Kate era una agente de los servicios búlgaros que actuaba de forma ‘heterodoxa’. La aprendiz de Mata Hari era vigilada de cerca, en Sevilla, por agentes españoles y de otros servicios secretos. De todas formas, resultó ser la amante de un dirigente comunista búlgaro. El tipo se ve cayó en desgracia cuando se derribó el muro del comunismo a finales de los ochenta.
Las historias que oyeron los agentes españoles de Kate generaron sonrisas. La chica habría sido la presa perfecta de una ‘fantasía desiderativa’. Al tener una capacidad imaginativa infinita que redondeaba con la credibilidad de su intelecto y físico inventaba -para los búlgaros- supuestos objetivos y misiones ‘estratégicas’ que costaron miles y miles de dólares al estado búlgaro cuando era pro-soviético. Kate al cabo era el capricho de un jerifalte que ya es historia. No era una vulgar ‘conejita’.
El amor por Sevilla de Kate pasó todas las pruebas pues vivió ‘a la búlgara’ una canadiense cuya ‘antena’ situó en París. Kate, cuando sufría déficits de glamour, volaba a la capital gala. Gastaba decenas de miles de dólares y regresaba a Sevilla.
Su último intento de regresar a Sevilla fue durante la Expo en 1992. Pretendió, supuestamente, desde Madrid pasar unos días en Sevilla. Intentó en vano ser invitada por alguno de los muchos amigos que hizo en la capital de la Giralda.
Nadie le invitó. Nadie cayó en sus garras de manipuladora y engañadora. Nadie se fiaba de una dama que inquietaba demasiado. Su novio búlgaro compartió el exilio de Kate desde que abandonó su amada Sevilla. Nadie sabe, por último, si Kate regresó a Vancouver. Fin de la historia.