Los siglos XIX, XX y XXI transformaron la prensa. Si bien al principio únicamente los periódicos en papel fueron los medios más populares de comunicación, hoy es internet seguida de la televisión quienes más audiencias e influencias arrastran. Los periódicos de papel son, hoy por hoy, residuales; mayoritariamente se adaptaron al formato digital.

La noticia, no obstante, siempre ha palpitado más sobre el relato de hechos criminales o insólitos que se salen del estándar cultural, político, económico o social. Esa noticia tiene fedatarios que persiguen la verdad hasta donde puede su pericia. Hoy escribimos sobre los mejores reporteros, sobre los que relatan e informan sobre el delito.

Si se admite como decano de periodistas sevillanos a Manuel Chaves Nogales (1897-1944) que trasciende géneros, su obra ‘A sangre y fuego’ (héroes, bestias y mártires) es una enciclopedia de la mejor escritura criminal que no distingue bandos en la guerra fratricida (1936-39). Chaves la escribe porque ’estaba allí’: esa es la clave de los reporteros criminales.

En femenino, décadas después, encontramos como decana-criminóloga del género español a Margarita Landi (1918-2004). La conocida ‘rubia del deportivo’ se incrustó en la Brigada policial por sus contactos y reportó crónicas desde el primer minuto con primicias que multiplicaron tiradas de ‘El Caso’, semanario de sucesos que sentó cátedra. Quien suscribe fue su segundo corresponsal andaluz entre 1983 y 1985, tras suceder en el empeño al malogrado Paco Aguilar Utrilla.

Hoy la crónica criminal, junto al periodismo de investigación, está en franco retroceso. Los editores no apuestan, ni pagan, a enviados especiales o mantener corresponsales expertos en esta temática. Tener ‘contactos’, respetar derechos, obtener datos ‘publicables’ y seguir los temas son obstáculos a considerar si analizamos el porqué del problema.

Quien mejor conoce el tema es Rosa María Rodríguez Cárcela. En 2008 logra ser Doctora en periodismo por la Universidad de Sevilla con la Tesis ‘La Información de Sucesos en la prensa sevillana’. Tras años de sesuda investigación, la Dra. Rodríguez y entre más de 500 páginas disecciona científicamente el concepto, medios, recursos, actores, estadísticas del cuándo, cómo y porqué este periodismo fue vigente, vivió y fue muriendo poco a poco en la prensa escrita.

Hoy el tema ‘sucesos’ se aborda desde distintas ópticas, nunca exentas de amarillismo, en ‘realities’ televisivos, debates de tertulianos radiofónicos o se vomitan calumnias en redes e internet. La prensa escrita raramente informa con expertos, ni critica, ni analiza pero sí opina parcialmente. Encontramos en los medios más cronistas judiciales que almuerzan con abogados, jueces y fiscales o mandos policiales que informadores neutrales como la Landi, el recientemente fallecido Francisco Pérez Abellán o el inolvidable Pepe Guzmán que tanta gloria dio a éstas páginas de este Correo. Su alma periodística ya la quisieran otros, por su calidad informativa y el más exquisito respeto a los derechos individuales.

Penosamente, el hecho criminal ha pasado a ser un ‘scoop’, una primicia de la que se vierte apenas la parte más morbosa y epidérmica del suceso. Un hecho reciente lo constata: la estafa a cientos de sevillanos por una clínica dental llevó a portada la praxis de la inspección sanitaria, cuando se oculta al defraudador, víctimas, investigadores, etc.....

Eufemismos como ‘sociedad’, ‘crónica’, ‘actualidad’ hoy encasillan y etiquetan al periodismo de sucesos. Antes carecía de ‘pantallazos’ iniciales y se olvidó el tema. El reportero seguía la noticia desde que se producía hasta su decisión judicial. Sus contactos, investigaciones, testimonios, pruebas y confidencias hacían lo propio para que el reportero maridara la verdad con lo que transgredía la ‘tranquilidad’ informativa.

Algo llamativo en época de protección de datos personales, respeto a la honor y derechos individuales es cómo la práctica mayoría de medios copian sin más comunicados policiales, ilustran ruedas de prensa con sus logos institucionales o aceptan declaraciones de sus sindicalistas como ‘oficiales’. Un buen reportero debe ir más allá de lo ‘políticamente correcto’, muchas veces alejado de la verdad judicial, la honra de familiares de fallecidos, procesados o encarcelados erróneamente. Lo mejor es cuando la policía o guardia civil no saben qué decir ante algún hecho criminal relevante y endilgan a un ‘ajuste de cuentas’ o ‘trama organizada’ la causa de todo. Los reporteros auténticos nunca creerán esto si tienen alternativas informativas o fuentes fiables. Es así un noble oficio, en vías de extinción.