1935 no fue un año cualquiera, ni en lo político ni en lo social, de ahí que la Semana Santa de Sevilla, pese a calificarse de «normal» por la prensa de la época, fuese de todo menos ortodoxa. Como prueba de la inestabilidad que se vivía en todo el país, baste citar los trágicos episodios que tuvieron lugar entre el 29 y el 30 de marzo a apenas veintinueve kilómetros de la capital, los «Sucesos de Aznalcóllar», en que un grupo de falangistas se enfrentaron a miembros de la izquierda, siendo asesinadas dos personas y resultando heridas otras cinco. Y todo ello a menos de dos semanas del Domingo de Ramos. Ese año, por cierto, vio la luz Donde habite el olvido, de Luis Cernuda, Fred Astaire y Ginger Rogers lucieron palmito en Sombrero de copa y el ciclismo disputó su primera Vuelta a España. Asimismo, el mundo dio la bienvenida a Elvis Presley, Pavarotti y Woody Allen; Carlos Gardel, Pessoa y Lawrence de Arabia se despidieron para siempre, y Europa asistió estupefacta a la invasión de Etiopía por las tropas de Mussolini. Pues bien, aquel 14 de abril de 1935, el del cuarto aniversario de la proclamación de la II República, quedaría marcado en los anales de nuestra ciudad por diversas razones. Por lo pronto comenzó de manera atípica, con un desfile militar matutino por el mismo lugar donde transitarían los pasos horas más tarde. Es decir, la Avenida de la Libertad (hoy de la Constitución). Hasta allí llegaron, a eso de las siete y media de la tarde, los sones de la banda municipal de Lucena, que ese año se estrenaba tras el misterio de la Cena, y también los músicos del Hospicio Provincial, que iban tras la Virgen del Subterráneo. Esto último, una vez que la ciudad se hubo encomendado al Señor de la Humildad y Paciencia, título muy adecuado para lo que se avecinaba.

Seguidamente accedieron al templo catedralicio los hermanos de la Hiniesta, cuya salida desde San Marcos se puede calificar casi de milagro. Ese año, y tras la quema de San Julián, el crucificado de papelón cedido por la Lanzada iba solo en el primer paso, siendo sucedido por la Virgen que Castillo Lastrucci donase en 1933. Ambas imágenes apenas sobrevivirían quince meses —huelga decir el por qué—. San Roque también estaba de estreno, pues Gracia y Esperanza lucía palio y manto nuevos, mientras que los cofrades de la Estrella presumían de nuevas potencias para su Señor de las Penas así como el bordado de su techo de palio, adquirido a la Macarena en 1909, con las santas Justa y Rufina en la estimable gloria. Pieza que, curiosamente, volverá a lucir este Domingo de Ramos de 2019. En cuanto al resto de hermandades, hemos de mencionar los nuevos faldones del misterio de la Amargura y la no salida de la Borriquita, cuyo paso se encontraba en mal estado. El Cristo del Amor sí procesionó desde el Salvador, al igual que la Virgen del Socorro, que fue acompañada por la banda de música de los Salesianos. Al hilo de lo dicho, el diario Ahora, editado en Madrid entre 1930 y 1939, afirmaba dentro de sus gacetillas del 14 de abril: «Vea la Semana Santa de Sevilla, pero antes vea Morena clara por Carmen Díaz, la incomparable sevillana».

Al día siguiente, Lunes Santo, tres cofradías se pondrían en la calle: las Penas de San Vicente, las Aguas y el Museo. La primera plantó su Cruz de Guía en la plaza de la Campana a las 19:15 horas, mientras que los músicos de Soria 9 cerraron la jornada al filo de las 20:30 —ojo a los tiempos de paso—. Las novedades más llamativas fueron el manto de la Virgen de los Dolores, anteriormente de Loreto; el estreno de una toca para la Virgen del Mayor Dolor; o los faldones del paso del Cristo de la Expiración. El Martes Santo la nómina pasó a ser el doble, comenzando por la hermandad de San Esteban, y cerrando Santa Cruz; aunque el tiempo de paso por la Catedral no superó la hora y media. Ese día, el Señor de la Salud y Buen Viaje estrenó clámide y Los Estudiantes salieron de la Anunciación, tras autorizarse su reapertura dos meses antes. Por su parte, San Benito sacó sus dos pasos a los sones de Cruz Roja y el Carmen de Salteras —el de la Sangre no se estrenaría hasta 1967—. Más curiosa fue la banda que acompañó al Señor de la Salud de la Candelaria, nada menos que de Valdemoro: fue la del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil. Por último, el Dulce Nombre sacó su Cruz de Guía a la calle a las seis de la tarde, regresando poco después de las doce, mientras que Santa Cruz, cuyo paso salía reformado, cerró la jornada a las diez y media. El Miércoles Santo, la Catedral acogió a más de 15.000 personas para el Miserere de Eslava, que ese año se retransmitía por radio a toda España —noticia recogida por El Correo de Andalucía en su edición del 20 de abril—, mientras que en la Carrera Oficial se dieron cita un total de siete hermandades, comenzando por San Bernardo y concluyendo con la Lanzada. Lo más destacable de la jornada fue el regreso del Buen Fin por el Arco del Postigo, la Caridad del Baratillo ejerciendo de Piedad (con San Juan y la Magdalena en el mismo paso), la finalización de los bordados del palio de Regla y el estreno de la saya y diadema de la Virgen de Guía.

Resulta curiosa la descripción que de los pasos hacía el Almanaque Bailly-Bailliere, una suerte de enciclopedia de mano de la época: «unas imágenes esculpidas que las Cofradías pasean el Viernes Santo y que representan los personajes y las escenas de la Pasión». O lo que apuntaba la Guía de los balnearios españoles de 1935: «La tradición, parte integrante de la Historia, tiene en esta bella capital tal raigambre en sus costumbres, que valoran con sus monumentos, siendo preciso sentir las emociones de una Semana Santa difícil de describir». Emociones que en la tarde del Jueves Santo se concentraron en las cofradías de la Trinidad —ese año estrenaba las andas de las Cinco Llagas—; los Negritos, que volvió a salir tras cuatro años de ausencia con la banda «El Tubero» acompañando al Cristo de la Fundación, la Exaltación o las Cigarreras —sus hermanos incorporaron la capa en las túnicas—. También estrenaron atuendo los nazarenos de la Oración en el Huerto, cuyo paso decimonónico sería quemado en 1936, mientras que la Virgen del Rosario lució nueva toca. Aunque la gran noticia de aquella Semana Santa sería el estreno de la nueva Dolorosa de la Quinta Angustia, obra de Vicente Rodríguez-Caso, de 1932, que fue bendecida el Lunes Santo por el cardenal Ilundain. También estrenó enseres el Valle, mientras que Pasión lució nueva Cruz de Guía, dos faroles y seis dalmáticas.

La Madrugá de aquel año fue idéntica a la actual en cuanto al orden de paso, si bien los cortejos eran muy inferiores en cifras. Baste como ejemplo la hermandad más nutrida de la jornada, el Gran Poder, que no llegaba a los seiscientos nazarenos. Ese año, las cámaras de E.C.E. (Ediciones Cinematográficas Españolas) pusieron la nota de color al regreso de la cofradía, pues Fernando Delgado rodaba secuencias para la segunda versión de Currito de la Cruz —la primera es de 1925—. La Macarena, por su parte, estrenó cuatro varales de plata y deslumbró a los sones de Soria 9, mientras que la Presentación lució nueva corona de plata sobredorada. Otra de las anécdotas del día tuvo que ver con la Esperanza de Triana, cuyos pasos estuvieron a punto de no salir. Y es que el dueño del almacén donde se guardaban los mismos exigía el pago de unas deudas relacionadas con el alquiler. Si bien la más sonada fue la de los Gitanos, que llegaron dos horas tardes a la Catedral por culpa de unos retrasos originados por el Gran Poder —la expectación era enorme tras tres años sin salir—, encontrándosela cerrada. Asimismo la cofradía sacó bajo palio una Virgen tallada por Merino Román que había sido bendecida quince días antes. Dolorosa que, tras procesionar ese único año, pasó a convertirse en la Soledad de Málaga. El Viernes Santo volvió a ser el día con más cofradías en la calle, hasta un total de ocho. Como curiosidad, la Carretería sólo sacó el misterio —el palio no se hallaba en condiciones de salir a la calle—, mientras que San Buenaventura hizo lo propio con su Virgen y bendijo al Cristo de la Salvación de Requena. Por su parte, la calle Castilla fue un año más un hervidero para ver al Cachorro, que estrenaba cuatro paños de bocinas e iba acompañado de la banda del Regimiento de Ingenieros. Ese año la hermandad trianera regresó por la plaza del Salvador, al igual que la O, cuya novedad más destacada eran las nuevas potencias del Señor. Mientras que San Isidoro y la Mortaja no presentaban novedades, los hermanos de Montserrat lucieron túnicas blancas con antifaces y capas celestes en el Cristo, y blancas de cola y antifaz celeste en la Virgen. La única nota negativa de aquella Semana Santa fue la rotura de la Cruz de la Soledad de San Lorenzo —hecho que ya había tenido lugar en 1931—, si bien pudo regresar sin mayor novedad a su templo.