Dios bendiga al Lunes Santo

Belleza, nostalgia y pasión. Estas fueron las claves de una jornada que celebraba su centenario y que durante quince horas nos trajo el cielo a Sevilla

Dios bendiga al Lunes Santo

Dios bendiga al Lunes Santo / Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

Si el de 2022 fue un Lunes Santo controvertido a causa de la lluvia, el de 2023 ha estado centrado en lo realmente importante: los Titulares de unas cofradías que se lanzaron a la calle sin necesidad de mirar al cielo ni consultar los partes meteorológicos. Únicamente la exigencia de paliar el calor y la belleza del misterio de Dos de Mayo y del palio del Museo nos dejaron estampas conectadas con el agua, un bien por el que debemos seguir rezando.

Mucho calor —más humano que térmico— se registró en los alrededores de la parroquia de San Ignacio de Loyola cuando la cruz de guía tallada por Felipe Martínez dio inicio a la jornada. Al filo de las once y media de la mañana, las puertas del templo se abrieron para dar paso a un cortejo en el que la edad no es óbice para volcarse con su cofradía. Padres, abuelos, niños... Todo el barrio de San Pablo era un clamor cuando el misterio irrumpió en la Avenida de Pedro Romero a los sones de Tres Caídas, o al escucharse el himno de la Unidad Militar de Emergencias —«Al servicio del pueblo español»— . Colorido y lleno de brío merced al ritmo imprimido por sus costaleros, el Señor Cautivo y Rescatado dejó estampas inolvidables, lo mismo que la Virgen del Rosario, cuya devoción es incontestable dentro y fuera del Polígono.

Una hora después, la temperatura se elevó más allá de los termómetros en el Tiro de Línea haciendo vívidas las palabras del pregonero Enrique Casellas: «No hay mayor solera que la pertenencia a la Hermandad del barrio que te vio nacer y vio nacer a tus mayores». Suena a tópico eso de que Santa Genoveva va de la mano de su gente, pero es que es una verdad tan grande como su cortejo (¿existe mayor axioma que el grupo de trescientas mujeres que andan tras el Señor?). Elegante en su caminar, el otro Cautivo de la jornada redimió a los vecinos de Almirante Topete con ese vaivén característico de su túnica moviéndose a los sones de Pasión de Linares —¡qué portento de banda!—. Tras Él, la Virgen de las Mercedes hizo honor a su condición de reina coronada, rigiendo en su cincuentenario los destinos de los espectadores que la contemplaron por el parque de María Luisa —desde los púberes enamorados a las palomas que se posaban en la estatua de Aníbal González—, y en su retorno por la Puerta de Jerez —«¡Así se llevan los pasos!», le dijo un padre a una hija con el corazón en un puño—.

Amor por su cofradía es el que pudo respirarse en el retorno de la Redención a su templo de Santiago, en un año en el que los Titulares lucieron como nuevos tras la intervención llevada a cabo por Miñarro. No cabe duda de que la corporación exhibe sus virtudes en cualquier rincón, pero es durante los primeros metros de su recorrido —por las calles Verónica, Butrón y Gallos— donde posee más sabor. De las muchas estampas protagonizadas por la Virgen del Rocío, nos quedamos con su conquista de la calle Alemanes con ‘Corpus Christi’ sonando de fondo, una delicia para los sentidos. Pasadas las tres de la tarde, Triana bullía de júbilo al recibir a unos nazarenos de San Gonzalo que este año han batido su propio récord —dos mil quinientos cuarenta y cinco—. A destacar la salida, con todo el Barrio León homenajeando a Bienvenido Puelles —el paso por su nueva calle, la nieta recién nacida o la jarrita portando su medalla resultaron estremecedoras—, la cual vino rematada por el buen hacer de los costaleros, quienes se dejaron literalmente el alma en cada chicotá —el paso por la Campana a los sones de ‘Noches de Lunes Santo’, ‘Costalero del Soberano’, ‘Réquiem’ y ‘Hasta siempre, Soberano’, fue de lo mejor de este siglo—. La guinda la puso la Virgen de la Salud, vestida por un inspiradísimo Antonio Bejarano, que lució el nuevo manto diseñado por Javier Sánchez de los Reyes.

Llegado el ecuador de la jornada, los congregados en la plaza de San Andrés se quedaron prendados ante la renovada belleza de Nuestra Señora de las Penas —gran trabajo del restaurador Pedro Manzano—, cuya dulzura conquistó sus corazones cuatro años después de su última salida. Este año Santa Marta celebra el 75 aniversario de su fundación, por lo que la estación era doblemente esperada —ni el pintor Valdés Leal, enterrado en la parroquia que acoge a la hermandad, hubiese podido obrar una escena tan conmovedora como la plasmada por Ortega Bru—. Mientras el Traslado de Jesús al Sepulcro avanzaba en busca de la Catedral, las puertas de la capilla del Dulce Nombre se estremecían al paso de la corporación más antigua, la de Veracruz, una cofradía atemporal cuya contemplación equivale al rezo del Vía Crucis. De la sencilla cruz de guía al enlutado manto de la Virgen de las Tristezas, todo el cortejo rezuma historia, sobresaliendo la talla del Cristo, cuyo perfil nos permite viajar a la Semana Santa anterior a la Contrarreforma. Este Lunes Santo el cortejo, repleto de representaciones, incluía seiscientos nazarenos, uno de los cuales tuvo el privilegio de portar la reliquia del Lignum Crucis —por prudencia sanitaria aún no se puede besar—.

A esa hora, la plaza de Molviedro lucía sus mejores galas para recibir a Guadalupe, la Virgen Niña de Álvarez Duarte —este año con las bambalinas restauradas por Moreno Bernal y ante la mirada vidriosa de la hija del escultor—, cuyo tránsito por las calles Arfe y Castelar fue radicalmente distinto al del año pasado. Repuestos del mal trago, los hermanos de las Aguas se recrearon en su itinerario hasta la Campana, colmado de público por calles como Doña Guiomar, Zaragoza y San Pablo. Poco antes, la parroquia de San Vicente absorbía los ecos de ‘Jesús de las Penas’, interpretada magistralmente por Tejera durante la salida del Señor. Una sinfonía luctuosa que tuvo su continuidad cuando el palio de la Virgen de los Dolores irrumpió en el barrio comandado por Antonio Santiago —esta hermandad hace cierto el dicho de «menos es más»—.

Como colofón a un día casi perfecto —el palquillo se cerró con trece minutos de retraso—, los Titulares del Museo celebraron el centenario del Lunes Santo con esa mezcla de elegancia y fervor que tanto gusta en Sevilla. Gallarda en su transitar desde su reducida capilla, la cofradía rememoró su salida de 1923, cuando la jornada daba sus primeros pasos para regocijo de los cofrades. ¿Qué decir del misterio de la Sagrada Expiración, salpicado de rosas rojas que acentuaban aún más la belleza del Cristo? ¿Y de la Virgen de las Aguas, cuyos músicos de la Oliva sacaron lo mejorcito de su repertorio para llevarla en volandas? —de ‘Como tú, ninguna’ a ‘Rocío’, el tramo por Alfonso XII fue absolutamente maravilloso—. En suma, durante quince horas, Sevilla vivió su Semana Santa más dulce, con todas las cofradías en la calle derrochando belleza, nostalgia y pasión; aquella que soñaron los fundadores del día y todos los que contribuyeron a engrandecerla. Dios bendiga al Lunes Santo.