Los sonidos del silencio atruenan con Santa Marta

Desde su salida, el Cristo de la Caridad y Nuestra Señora de las Penas visten de luto e impoluto rigor cofrade otro Lunes Santo sevillano

10 abr 2017 / 22:24 h - Actualizado: 10 abr 2017 / 23:17 h.
"Cofradías","Lunes Santo","Santa Marta","Semana Santa 2017"
  • El Santísimo Cristo de la Caridad de la hermandad de Santa Marta, a su paso por la Campana. / Manuel Gómez
    El Santísimo Cristo de la Caridad de la hermandad de Santa Marta, a su paso por la Campana. / Manuel Gómez
  • Detalle del Cristo de la Caridad. / Manuel Gómez
    Detalle del Cristo de la Caridad. / Manuel Gómez

«Papá, quiero ver la salida de Santa Marta». «Pero hijo, faltan todavía dos horas. Por qué no callejeamos y buscamos alguna y luego nos acercamos otra vez por aquí, a ver si encontramos sitio». «Papá, yo quiero ver la salida de Santa Marta». Eran las cuatro y media de la tarde, el sol caía a chorros en la plaza de San Andrés, y un chiquillo trataba de convencer a su padre de que dos horas pasan pronto, de que cualquier sacrificio merecía la pena con tal de estar en primera fila para ver al Santísimo Cristo de la Caridad dar fe de vida y de esperanza justo en el momento de morir y caer en los brazos de su madre y de José de Arimatea.

Cristo muere el Viernes Santo, pero en Sevilla se muere también un poquito el Lunes Santo. La cofradía es de esas que deja huella. Su puesta en la calle es la apropiada para un duelo, para ponerse a los pies de un difunto e implorarle que transmita algo de su caridad a tanta gente que la necesita.

El silencio espesa en San Andrés. No hace falta mandar callar, no es necesario que nadie llame la atención a nadie. Sólo un pequeño infante, todavía ajeno a lo que allí se va a vivir minutos después, juguetea en un balcón, balbucea alguna palabrilla y saca la sonrisa del gentío que se agolpa alrededor de la puerta de la iglesia. Una potente expresión de vida antes de que la muerte comience su recorrido por las calles de Sevilla. Pero la misión del misterio de Ortega Bru es dar testimonio de que lo que allí se representa ni mucho menos es el final, queda todavía lo que da sentido a lo que Sevilla celebra durante esta semana.

Hay gente que se emociona, que cada Lunes Santo parece tener reservada ese zócalo de la calle para no perderse el misterio. Las campanas tocan a duelo, es lo único que rompe el silencio. Y es que la ausencia de ruido resulta atronadora. En Calanda rompen el silencio con una tamborrada eterna, en Sevilla el silencio se rompe con más silencio. Es una de las contradicciones más bellas que se puede vivir en la ciudad estos días.

Un nazareno, con su rosario en las manos, musita en voz muy muy baja un Padrenuestro. Otra vez el sonido del silencio. La melodía de esa canción de Simon & Garfunkel, El Sonido del Silencio, sirvió para ponerle música a un Padrenuestro que seguro alguna vez cantaron en una eucaristía. Las casualidades no existen, cuando se reza el sonido suena, pero sólo es perceptible para el destinatario de la plegaria, es un ultrasonido que ese nazareno dirigió hacia el Cristo de la Caridad.

El misterio se aproxima al arco de la puerta, la plaza ya hace rato que calla. Esa escenificación tan barroca de Ortega Bru se envuelve en la bruma del incienso. Los que creen tampoco necesitan ver demasiado, les basta con lo que sus sentidos les transmiten. Es Santa Marta, pero también es el retablo de la Iglesia del Sagrario de Pedro Roldán o el cuadro de El Calvario del flamenco Van der Weyden. Si la Pasión de Cristo se reviviera cinematográficamente frame a frame, estas tres obras de arte irían una detrás de otra sin solución de continuidad.

La luz del sol era ayer enérgica, pero cuando Santa Marta pasa hay penumbra, es un eclipse por mucho sol que se quiera interponer en su camino. «Esta cofradía es de lo mejor que tiene la Semana Santa de Sevilla, es Barroco bañado de Barroco, una manera muy dulce de contemplar la muerte de Cristo», comentaba una señora que en la primera fila aguardaba a que Nuestra Señora de las Penas le insuflara fuerza para aguantar su propio dolor. De riguroso luto, su imagen testificaba que había sentido lo mismo que la Virgen de las Penas no hace mucho.

Y Santa Marta iba ya camino de la Campana casi tres horas después de aquella petición. El padre de ese pequeño cumplió: «Dejó que su hijo viera la salida de Santa Marta.