Un Domingo de Ramos esplendoroso

La luz y la alta presencia de público fueron los protagonistas de una jornada perfecta en lo estético y lo emocional pero cuya reforma no evitó los retrasos

Foto: A. P. M.

Foto: A. P. M. / Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

Azul Hiniesta salpicado de nubes evocando la Paz: así lució el cielo más esperado del año, el de las ilusiones por estrenar, cuando las cruces de guía del Porvenir y San Julián se echaron a la calle para inaugurar el Domingo de Ramos. Una jornada idílica en lo meteorológico —los grados de más fueron soportados con estoicismo por nazarenos, costaleros y quienes vestían trajes de chaqueta— y completísima en todo lo demás. Tal y como se barruntaba días atrás, hubo muchísimo público ansioso por ver cofradías y también personas que, sin ser cofrades, se echaron a la calle para disfrutar de un día tan inabarcable que trasciende edades, credos y hablas. Porque el Domingo de Ramos va más allá de los olivos, los capataces o la bola de cera, teniendo cabida los vendedores de globos, los grupos de adolescentes o el guiri que confunde la Feria con los palcos de la plaza de San Francisco. Esa es su particularidad y así debemos aceptarlo, pese a las incomodidades que nos suponga el denominado globalismo.

En cuando a las procesiones, el de 2023 será recordado como el Domingo de Ramos de las permutas, esas que no convencieron a nadie cuando se hicieron públicas y que, transcurrida la jornada, continúan sin convencernos. Si no que le pregunten a los hermanos de la Hiniesta, que tuvieron que desayunar mientras se ajustaban la túnica y dirigirse a la Puerta de Córdoba al tiempo que se disponía la misa de palmas. Un sinsabor inicial que no impidió que la cofradía se gustase en la salida —¡cómo sonaron las liras de Arahal interpretando ‘Crucificado de la Esperanza’!—, dejase estampas fastuosas a su paso por la calle Feria o cautivase al paisanaje de la Alameda. Otra cosa fue el regreso, cuando al adentrarse por Puente y Pellón o Doña María Coronel los integrantes del cortejo experimentaron una sensación agridulce, por eso de la imposición horaria, pero en el que tanto el misterio como el palio lucieron en todo su esplendor.

Esplendorosos se mostraron también los pasos de Jesús Despojado, cuando una abarrotada Plaza de Molviedro los recibió con los brazos abiertos antes de las tres de la tarde. No cabe duda de que la comunión del misterio con la Agrupación Virgen de los Reyes es absoluta, congregando año tras año a un mayor número de cofrades venidos desde todos los rincones —a destacar la nueva túnica del Señor donada por los músicos que dejaba a la vista únicamente un hombro, y el estreno de ‘Recuérdame’ de Torres Simón, una de las marchas del año—. Y qué decir de María Santísima de los Dolores y Misericordia, cuya belleza no exenta de patetismo es un imán para quienes buscan la intimidad de la cofradía en su regreso por el Arenal. Igualmente radiantes lucieron el Señor de la Victoria y la Virgen de la Paz por la Avenida de Roma y la Puerta de Jerez, uno de los pocos lugares donde los padres pueden acceder con los carritos de bebé si desean ver cofradías en el centro. Habituados a las temperaturas extremas —quien esto escribe ha visto a la corporación resistir tanto episodios de calor como de abundante lluvia—, sus nazarenos dejaron claro que su compromiso con los Titulares es total desde la salida, un año más repleta de público.

Horas antes, los pequeños integrantes de la Borriquita dieron muestras de espontaneidad durante el ingreso en la Campana —la venia fue solicitada por la pequeña María Vázquez González cinco minutos antes de las cuatro—, perfumaron de inocencia la calle Sierpes y conquistaron la Avenida con la palma por bandera. Como dato a resaltar el crecimiento del cortejo —este año con 1000 nazarenos—, así como la hermosura del misterio de la Sagrada Entrada en Jerusalén, que pese a su antigüedad parece estrenarse cada primavera. Otro paso que llama la atención por su cuidada puesta en escena es el de la Sagrada Cena, este año renovado gracias a los nuevos ropajes de su apostolado —Antonio Jesús del Castillo ha acertado al combinar efectismo y rigor histórico—. Si hermosa fue su salida de los Terceros —un año más con el alcalde Ávila presidiendo la cofradía merced al hermanamiento Soterraña-Subterráneo—, aún lo fue más su tránsito por la calle Orfila, donde los músicos de las Cigarreras se emplearon a fondo al pasar por la capilla de San Andrés. Otra estampa bellísima fue su regreso por la plaza de San Leandro, donde la serenidad del Señor de la Humildad y Paciencia y el equilibrio de la dolorosa subyugaron a los espectadores que se dieron cita desde temprano. Aunque si hemos de destacar una estampa sobresaliente, ese es la de la entrada, con el entorno completamente apagado y un público muy respetuoso. Eso sí, a mitad de la tarde la Hermandad quiso dejar claro que se había visto obligada a pedir la venia con siete minutos de retraso —ellos no dejaron ninguno—.

Cuando la cruz de guía de San Roque cruzó el umbral de la Puerta de San Miguel el sol comenzaba a languidecer por encima de los tejados, señal de que Jesús Nazareno y María Santísima de Gracia y Esperanza inauguraban la segunda parte del día. Hasta ese momento, la temperatura física y espiritual había sido elevada, y lo cierto es que con la llegada de la noche esta sensación apenas varió, especialmente en el regreso de la cofradía de la plaza de Carmen Benítez, o en el tránsito de la Amargura por los palcos, uno de los hitos de la jornada, que este año se adelantó por eso de los canjes entre cofradías. Si elegante fue el paso del Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes ante el Banco de España, más lo fue el discurrir de la dolorosa por la Punta del Diamante —precioso el detalle del rosario de Madre María de la Purísima ceñido por las Hermanas de la Cruz meciéndose a los sones de ‘Soleá dame la mano’—. Ambos pasos, icónicos, resumen el carácter de la cofradía: mesurado y a la vez deslumbrante, desde el llamador del misterio al último bordado hermoseado por las partituras de Font de Anta.

Con el reloj descolocado, una pléyade de acólitos presentó al Señor de las Penas a los espectadores de la calle Rioja con más oscuridad de la acostumbrada —la de la Estrella es otra de las hermandades perjudicadas por los ajustes del Consejo—. Combinando izquierdos y mecidas cual versos de Rafael Montesinos, el misterio de San Jacinto —este 2023 con el Señor luciendo corona de espinas, potencias y soga, y con el romano portando un «focale» o pañuelo al cuello— presentó sus credenciales antes de acceder a una Campana para la que el Domingo de Ramos comenzaba a escribir su epílogo —a esas alturas el retraso era de once minutos, los cuales llegaron hasta los treinta y tres al final de la jornada—. Seguidamente, y precedida por el cortejo más extenso del día, María Santísima de la Estrella, espléndida bajo el palio de Ojeda y exornada con rosas blancas, jacintos y gladiolos, inundó los ojos de los devotos antes de protagonizar la escena recogida por Daniel Franca en su cartel de la Semana Santa: una levantá bajo las bóvedas de la Catedral que merece ser expuesta en el Museo de Orsay. Y como colofón, el Cristo que derrama amor a chorros sin importarle su duro sacrificio; el crucificado que atrae a los vencejos a la Plaza del Salvador e ilumina fachadas antes de enfilar la estrechez de la calle Cuna. Un paradigma de la muerte según Sevilla cuya coda mística la representa la Virgen del Socorro, princesa virginal cuya recogida, bien entrada la madrugada, bendijo la llegada del Lunes Santo con su imponente manto restaurado.