Un Jueves Santo en verso

Armoniosa desde la primera a la última cofradía y perfecta en lo meteorológico, la jornada se saldó con unas estaciones de penitencia rozando el sobresaliente pese a las dudas generadas por las permutas

Un Jueves Santo en verso

Un Jueves Santo en verso / Antonio Puente Mayor

Antonio Puente Mayor

Decía el francés Joseph Peyré que «El drama de la Pasión, que llega a su fin por la alegría de la Pascua, es en efecto, en la sensibilidad sevillana, inseparable del júbilo de la primavera». Una estación inaugurada el 21 de marzo pero consagrada con la salida de los primeros nazarenos el Viernes de Dolores, que parece alcanzar su cénit con la llegada del Triduo Pascual. De esas jornadas, la del Jueves Santo es sin duda la más regia, tanto en su sabia composición como en la historia aparejada a ella, salpicada de visitas de monarcas, ofrendas y corporaciones ligadas a la corona.

El de 2023 comenzó temprano, con la salida de las Cigarreras, al filo de las dos de la tarde, de una ex fábrica de tabacos cuya transformación está cada vez más cerca. Las capas crema y el raso morado de las túnicas pusieron la nota de color a un barrio de los Remedios cada vez más identificado con su cofradía —atrás quedaron esos años donde el tránsito por Asunción o Plaza de Cuba era poco menos que anecdótico—. Este año, su banda de cornetas y tambores evocó tras el misterio al desaparecido Bienvenido Puelles con la interpretación de buena parte de su repertorio —cuesta encontrar una marcha compuesta por el maestro que no nos ponga el vello de punta—. Tras el Señor de la Columna y Azotes, la Virgen de la Victoria parecía descender de los cielos al cruzar el puente de San Telmo en busca de la carrera oficial —este año más temprano por eso de las permutas—. Preciosa bajo el palio de cajón ideado por Juan Manuel —no importa el ángulo desde el que se la observe, pues toda ella es un caudal de belleza—, su paso por la Campana a los sones de ‘Madre de Dios de la Victoria’ fue uno de los tesoros del Jueves Santo.

Poco después de que los hermanos cigarreros inundasen las calles de la ciudad, el paso del Cristo de la Fundación era llamado por Antonio Hierro para regocijo de los hermanos de los Negritos. A las cuatro y media de la tarde, la cruz de guía ya avanzaba por una Plaza de la Pescadería repleta de público, mientras que el palio de la Virgen de los Ángeles —un auténtico edén salpicado de tulipanes, orquídeas y bolas de algodón— se recreaba en la Plaza de Pilatos. Hora inmatura pero intensa en la que los nazarenos de la Exaltación conquistaban la calle Alcázares con la ilusión por bandera. Un año más la salida del misterio de Santa Catalina fue portentosa —parece mentira que la Hermandad haya recobrado la normalidad en una iglesia cerrada durante tantos años—. Y qué decir de la Virgen de las Lágrimas, cuyo palio posee las medidas justas para atravesar la puerta que la conecta con su gente. Preciosa fue su visita al convento de Santa Ángela, al igual que el tránsito por Javier Lasso de la Vega, antes de alcanzar un palquillo donde el capataz Emilio Moreno dedicó la levantá a todos los medios de comunicación.

En el segundo acto, el protagonismo fue para la Virgen del Valle, cuyo recuperado palio fue la comidilla de la jornada para multitud de cofrades —¿deberían realizar una copia y exhibir el original en un museo?—. Qué duda cabe que la cofradía es puro Jueves Santo, desde su salida de la Anunciación a su retorno por la calle Tetuán, cuando el brillo de sus pasos se entremezcla con la incipiente Madrugá. Grácil en todo su itinerario, la Virgen del Rosario de Montesión demostró por qué es una de las predilectas del día; ya sea por la antigüedad que atesora o por la originalidad de su aderezo, no es necesario esforzarse para distinguir sus señas de identidad aunque la contemplemos de lejos. Este año, los hombres de Manuel Vizcaya confirmaron su comunión con la Banda de la Cruz Roja —magnífica ‘Rosario de Montesión’ por la estrechez de Sierpes—, estando también a la altura los costaleros del Señor de la Oración en el Huerto, cuya chicotá desde la plaza del Duque hasta el palquillo mereció los aplausos de la gente.

El epílogo de la jornada lo firmaron dos hermandades de postín, la Quinta Angustia y Pasión, a las que el tiempo y la moda parecen no afectarles lo más mínimo. La cruz de guía de la primera irrumpió en la Magdalena poco antes de las ocho y media de la tarde —a esa hora, el centro de Sevilla era un hervidero de emociones—, mientras que el misterio lo hizo treinta y cinco minutos después. Ni que decir tiene que las marchas de Villalba del Alcor sonaron a música celestial cuando el Señor de Pedro Roldán comenzó a bascular en la cruz. Tan impresionante como el silencio de la gente, la corporación se internó en una Campana que a medida que avanzaban las horas se fue despoblando de espectadores, si bien aquellos que resistieron tuvieron la dicha de contemplar al majestuoso Señor de Pasión siguiendo la estela de sus nazarenos negros, una estampa cuasi onírica que se completó con la irrupción de la Virgen de la Merced a los sones de la Oliva de Salteras —su interpretación de ‘Mektub’, pasadas las diez y media de la noche, fue de matrícula de honor—. Ambas corporaciones resumen el Jueves Santo, una jornada perfecta tanto en su concepción como en su puesta en práctica, a la que diecisiete minutos de retraso no lograron mitigar su brillo.