El calor tiene un impacto importante en la seguridad al volante. Influye en la capacidad de reacción del conductor y en el funcionamiento del coche. Mantener bien el sistema de refrigeración del motor (aún cuando se hagan las revisiones pertinentes), el aire acondicionado y los neumáticos es de suma importancia para reducir la probabilidad de sufrir una avería grave o un accidente en los desplazamientos veraniegos.

Escatimar en el uso del aire acondicionado con la excusa de que aumenta el gasto de combustible no es una buena idea. Hay que pensar que es un dispositivo más al servicio del confort de los pasajeros, y que conducir con una temperatura adecuada en el habitáculo es imprescindible para mantener la atención en la carretera y para no sufrir somnolencia y fatiga. Puede parecer obvio, pero hay quien prefiere circular con la ventanilla abierta incluso en días de calor intenso, soportando el viento y el interior caldeado sólo por no aumentar el gasto de carburante. La diferencia en consumo es insignificante en comparación con el beneficio que proporciona.

En Sevilla el aire acondicionado es necesario prácticamente durante la mitad del año (cuando hace frío también se puede usar, combinado con la calefacción, para evitar que se empañen los cristales). En los coches que tienen poco tiempo lo más normal es que funcione perfectamente, pero en los que ya tienen años de uso, la falta de mantenimiento provoca que cada vez enfríe menos y que haya que subir la intensidad del ventilador para que mantenga fresco el interior. Esto se debe a dos motivos, de los que sólo uno de ellos es habitualmente conocido por quien no es aficionado al automovilismo: el gas refrigerante se descarga y el filtro del habitáculo se atasca.

No todos los coches tienen filtro de aire para el habitáculo (que no tiene nada que ver con el filtro de aire del motor), pero sí es habitual su uso desde hace aproximadamente 20 años. Su misión es evitar que entren partículas de polvo desde el exterior a través del sistema de ventilación. Suele ir instalado en algún receptáculo del salpicadero, bien por detrás de la guantera, bien tras la consola central o por debajo de los limpiaparabrisas. Hay muchos conductores que desconocen que su coche tiene este filtro y jamás lo cambian (el libro de instrucciones, ese gran desconocido). Sustituirlo en un taller suele tener un coste de entre 20 y 60 euros, es una operación habitualmente sencilla y, si está lleno de suciedad, reduce drásticamente el flujo que sale por las salidas de aire.

Una recarga de aire acondicionado tiene un coste, habitualmente, de entre 50 y 100 euros. Hay que tener cuidado con las ofertas de recarga para verano y sospechar de los talleres que ofrecen precios muy bajos, porque pueden ofertar cargas de una cantidad fija, o bien usar gas extraído de otros coches o comprado de forma fraudulenta. El aire de recarga (el más común es R134A) tiene un coste de unos 80 euros por kilogramo y su manipulación está estrictamente regulada. Cada vehículo tiene una cantidad determinada de gas en el circuito y se cobra en proporción al coste del gas, más la mano de obra: un coche pequeño suele requerir unos 500 o 600 gramos y un coche mediano o grande, entre 700 y 900 gramos. Si la oferta es por una cantidad fija, ésta puede ser menor de la que nuestro coche necesite y el efecto de enfriamiento será menor del que realmente puede dar. Por lo tanto, antes de hacer la recarga hay que leer la letra pequeña de la oferta.

Otro punto que suele dar la cara en pleno atasco hacia la playa es el circuito de refrigeración del motor. Lo básico es revisar el nivel de refrigerante porque, aunque a priori el circuito es estanco, a veces puede requerir rellenar si, en caso de un aumento puntual de presión, ha rebosado por la válvula de seguridad. Ni que decir tiene que si se ha detectado una fuga es crucial repararla. Sin embargo, hay dos elementos de desgaste que también dan la cara en momentos así, cuando el coche está parado en un atasco, recalentado por la temperatura del ambiente, la temperatura del asfalto y la falta de aire fresco en circulación: el termostato y la bomba de agua.

Cuando el coche tiene ya un kilometraje considerable, para prevenir una avería mucho más costosa (un calentón puede destruir el motor por completo), es muy prudente sustituir el termostato. La pieza en sí es muy barata (entre 5 y 20 euros, más el coste de la instalación, que también es muy sencilla). Hay coches que lo llevan encapsulado y hay que sustituir tanto el termostato como la pieza donde va alojado, lo que encarece bastante el asunto (suele costar entre 80 y 120 euros euros más la mano de obra). La bomba de agua se suele cambiar junto con la correa de distribución, pero no siempre se hace ni tampoco se cambia en los motores con cadena, hasta que se avería. Pueden valer entre 30 y 120 euros y es un elemento que se va deteriorando poco a poco.

Revisar la presión es una tarea sencilla, que no cuesta dinero y cuyo valor es enorme, porque las ruedas son el único elemento de contacto con el asfalto, del que depende la integridad de los ocupantes. No es necesario conducir rápido para sufrir un reventón. Basta con que la presión sea baja y crece la probabilidad si la temperatura del asfalto es elevada. La presión alta no produce ningún tipo de problema de seguridad (el coche se vuelve un poco más incómodo, nada más. Una rueda no revienta por inflarla a 3,0 bares), pero la presión baja hace que aumente la superficie de fricción sobre la calzada y se produzca mucho más calor en el interior del neumático.

Para conducir con el coche cargado hay unos valores de presión para las ruedas que vienen indicados en una tabla (suele estar en el marco de la puerta del conductor, en la tapa del depósito o, en su defecto, siempre en el libro de instrucciones). Además, hay que revisar la profundidad de la huella, comprobar que no presente cortes ni daños y sustituir los neumáticos con mucha antigüedad, aunque parezcan poco gastados, porque el caucho pierde las propiedades que hacen que el coche se agarre bien al asfalto.