Los escritores hablan de ellos mismos. Es lo que hacen una y otra vez aunque disfracen las intenciones de cualquier otra cosa. ¿No es hablar del propio universo hablar de sí mismo? ¿No es intentar explicarse el mundo explicarse a sí mismo? Los escritores solo hablan de ellos (generalmente en primera persona) y si deciden no hacerlo suelen escribir garabatos en un papel, ideas ajenas que nunca cuajan, historietas sin sentido.
Rafael Reig es un buen escritor. En «Amor intempestivo» decide echar un vistazo, sin filtros y sin complejos, a la relación que tuvo con sus padres. Es cierto que Reig habla de amigos, de un numeroso grupo de novias, de hazañas entre estudiantes que no fueron más que estupideces de irresponsable; pero lo fundamental es lo que cuenta sobre lo que fueron sus padres, lo que representaron en su vida, lo que les pudo querer y lo que se quedó en los márgenes. Reig escribe con verdad, con honestidad y con una técnica notable. Además, no deja de utilizar la socarronería ni siquiera en los momentos más duros de la novela. Es de agradecer que un escritor deje, durante un tiempo, de querer parecer un escritor porque, así, las páginas de los relatos se llenan de esa parte de la realidad que nos interesa porque son las que compartimos los seres humanos. Ya mostró el camino Homero. Amor, amistad, guerra, odio, venganza y muerte. Sobre todo muerte. De esa muerte que envuelve el relato de Rafael Reig y que destila sensibilidad por los cuatro costados.