Ave, ciudadano es una novela, sobre todo, divertida. Su autor, José Rodríguez Plocia, ha encontrado el punto de equilibrio que evita que el humor convierta el relato en un chiste, que el uso de un lenguaje de tono bajo no se haga incómodo y sea una ventaja que llame a los lectores de todo tipo. Ave, ciudadano recuerda mucho a esas novelas de Eduardo Mendoza que tienen como protagonista a un detective completamente tarado y que tan buenas páginas ha protagonizado. Recuerda mucho aunque el personaje principal de Plocia (otro tarado o tan, tan, normal que lo parece) tiene su propia personalidad y no se puede señalar la novela como una mala copia de otra.
Piensen en un tipo que se hace llamar Rasel Crov. Ni un duro, ni una esperanza que llevarse a la boca y dueño de una forma de entender el mundo que va de lo surrealista a lo peligroso. Piensen en un italiano de Roma que conocemos como Giovanni Giuseppe Pettenghi, pijo, estudiante que pasa los días disfrutando de Cádiz gracias a su Erasmus. Piensen, también, en un chino de Dublín (otro de Erasmus) que se hace llamar Marc Anthony Bloom y que, a la sazón, será el que traduzca el rollo de pergamino que el protagonista (durante ese tiempo en el que tenía trabajo, en el que curraba como currante; en la obra, vaya) encontró en el tajo. Por cierto, un rollo de pergamino escrito por Caio Máximo Dramático muchos siglos atrás.
José Rodríguez Plocia convierte el relato en un disparate enorme. La lectura del rollo de pergamino se torna en repaso de la decadencia brutal en la que se ha convertido la vida de Rasel Crov (cada vez que leo el nombre o lo escribo me da la risa tonta) aunque, al mismo tiempo, en un repaso a la historia de Cádiz hasta un determinado momento. Por ello, esa lectura va dibujando al personaje y va logrando que los actantes funcionen con fuerza en la búsqueda de luz que alumbre el alma de Rasel. Todo circula en busca de luces para Rasel.