Es posible que la novela policiaca británica actual sea el producto del enorme cambio que supuso la publicación de «Carter» («Jack’s return home», 1970), novela de Ted Lewis.
El autor murió cuando tenía 42 años. El alcohol no tuvo clemencia alguna. Con «Carter» creó un mundo negruzco, un territorio conquistado por las chimeneas, el metal fundido, la suciedad moral y la violencia como herramienta con la que se soluciona cualquier problema.
Jack Carter es un sicario violento y elegante; no grita ni hace lo que haría cualquier macarra; no tiene escrúpulos y es letal con un arma en la mano. Carter regresa a una ciudad industrial de la que no sabemos el nombre, un lugar que no pisaba desde que enterrara a su padre años atrás. Esta vez es el hermano al que hay que despedir. Y Jack no cree que la muerte se produjera a causa de un accidente de tráfico.
El ritmo narrativo de la novela es vertiginoso desde el primer párrafo. Jack crecerá como personaje llegando a ser robusto y perfilado con exactitud; la trama avanza con rapidez mientras los secundarios, los escenarios y los objetos (todos los actantes) iluminan al protagonista. Los diálogos (muy, muy, cinematográficos) aceleran todo y nos proporcionan una información vital para que el relato funcione correctamente.