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Actualizado: 05 ene 2021 / 11:47 h.
  • Henrik Johan Ibsen. / El Correo
    Henrik Johan Ibsen. / El Correo

«Casa de muñecas» («Et dukkehjem») se estrenó en el Teatro Real de Copenhague el 21 de diciembre de 1879. Con esta obra, el autor noruego se adentraba en el realismo y en asuntos que, en aquella época, se interpretaban como ataques al matrimonio, al rol del hombre en la sociedad y en la familia, o a cualquier estructura que soportase un tipo de vida alambicado, regresivo y machista a más no poder. Sin embargo, «Casa de muñecas» es la primera obra que se puede catalogar como feminista. Ibsen siempre negó esto aunque suele ocurrir que las intenciones del autor no sean demasiado importantes ni percibidas y que solo cuente el efecto que causa en los lectores.

«Casa de muñecas» es una obra en la que los diálogos se construyen sobre un lenguaje lejano al engolamiento o a la perfección literaria. Ibsen trataba se utilizar formas usadas de forma habitual y natural por las personas de la época. Esto, por supuesto, fue terriblemente criticado y se acusó a Ibsen de escribir un teatro chabacano, una vulgaridad insoportable. Suele ocurrir que ante a los cambios, las críticas se recrudecen y llegan a ser terribles y absurdas. Y con todo ello consigue que se puedan entender las motivaciones de los personajes, sus intenciones y su forma de enfrentarse a la realidad.

«Casa de muñecas»: Los primeros portazos

Asistimos a un cambio fundamental en la vida de la protagonista , Nora Helmer, que descubre de forma brutal que su vida junto a su esposo, Torvald, es una fantasía y que ella no deja de ser la muñequita propiedad de un hombre que piensa que ‘hace cosas de mujeres’; del mismo modo que sus hijos son sus propios muñequitos. El resto de personajes aportan movimiento a la trama y sirven para ensalzar los aspectos fundamentales de la personalidad de la protagonista. La mujer y su papel en este mundo es el tema principal de la obra, pero los errores pasados y sus consecuencias envuelven todo de arriba abajo.

«Casa de muñecas» se divide en tres actos que cuentan con quince escenas el primero, doce el segundo y cinco el tercero. La expresividad es de una potencia abrumadora desde la primera línea. Y el ritmo narrativo es estable y poderoso. Ibsen deja enunciadas las ideas aunque las despoja de moralinas estúpidas y trata de no escorarse en los planteamientos. Si el lector lo desea puede sacar sus propias conclusiones.

Acaba la obra con el sonido de una puerta al cerrarse. Ibsen no sabía que acababa de abrir las puertas que las mujeres deberían comenzar a cruzar en busca de su libertad.

Calificación: Excelente.

Tipo de lectura: Fácil aunque termina exigiendo una reflexión importante.

Tipo de lector: Amantes del teatro. Feministas convencidos, en ciernes o gentes convencidas de no serlo.

¿Dónde puede leerse? En algún lugar en el que se tengan a mano puertas para cerrar o abrir.