Acabar el año asistiendo a una ópera de Mozart no es poca cosa. La magia de la música de ese genio atrapa y envuelve todo. Nada hay más precioso. Igual sí, más no. Y ese es el regalo que nos ha ofrecido el Teatro Real al finalizar un año oscuro y triste como es este 2020 que termina.
«Don Giovanni» es una obra de Wolfgang A. Mozart y del libretista Lorenzo Da Ponte. Es necesario hacer un alto en el camino para señalar que un libreto como este resulta casi insultante para la mujer actual. En general, las mujeres de esta ópera son tontas de remate y una de ellas al menos, aunque intuimos que todas, dejaría que un hombre la golpease sin grandes problemas para seguir siendo amada. Un desastre. Pero sería injusto no tener en cuenta que se estrenó en el Teatro Nacional de Praga a finales del siglo XVIII y que las cosas eran muy distintas. Muy injustas y muy grotescas y muy distintas. Aunque resulte insultante no se puede renegar de una obra maestra. Alguien decía en el patio de butacas que, tal vez, con esos libretos se deberían representar las óperas como lo hicieron en la época del estreno, que nada pueda confundir la realidad actual con la que vivimos. Nada de adaptaciones. Era una sugerencia que tiene su lógica.
La producción es la misma de la Staatsoper de Berlín que se estrenó en el Festival de Salzburgo hace unos años. Todo ocurre en un bosque que gira a un lado y otro de forma circular. Hay que tener en cuenta que el bosque es un lugar de peligro y engaño; es la frontera entre lo salvaje y el ser humano más domesticado; es símbolo de la incertidumbre puesto que en él todo puede pasar; es la cueva en la que reposan las consciencias ocultas. Claus Guth, director de escena, va a intentar indagar en las profundidades del personaje que, por otra parte, en la obra de Mozart no está perfilado de ninguna de las maneras. Es ese bosque el que nos arrastra, junto a Don Giovanni, a los infiernos del egoísta, del que no tiene moral a la que agarrarse, del que está a punto de morir y sigue defendiendo una forma de vida nauseabunda. Don Giovanni y Leporello son yonquis y bebedores, son el desecho de lo correcto.