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Actualizado: 03 dic 2020 / 16:34 h.
  • Ana Alcolea. / Fotografía dream-alcala.com/
    Ana Alcolea. / Fotografía dream-alcala.com/

La literatura de Ana Aldecoa es asequible aunque eso no significa que sea barata. No conviene confundir lo que está al alcance de muchos con que eso sea, por definición, mediocre.

La autora, en «El brindis de margarita», intenta contar una buena historia cuando escribe aunque, sobre todo, intenta explicar cómo era ese lugar del que partimos un buen día, cómo se explica el presente desde ese pasado tan terco que nunca dejará de estar aunque algunos lo nieguen o desdibujen.

La literatura de Ana Alcolea se pega bien a la realidad para que todo parezca cercano y auténtico, aunque sea ficción. Una cosa es que la autora, con astucia, deje estampas ciertas en un párrafo o en otro para que ubiquemos la acción sin problemas, y otra, bien distinta, es que nos esté contando su propia vida. Personalmente, no me interesa nada qué es lo que tiene de autobiografía esta novela. Solo me interesa qué tiene de literatura. Porque todos los autores dejamos parte de nosotros mismos en cada página aunque eso no tenga la más mínima importancia. Son pocas las vidas que se pueden contar sin convertirlas en un tostón. Otra cosa es utilizar esa experiencia vital para convertir una parte en ficción. Ana Alcolea sabe manejar bien su propia experiencia y convertir todo en una novela.

«El brindis de Margarita»: Del vértigo a la ausencia

«El brindis de Margarita» presenta una España fácilmente reconocible por todos aquellos que tuvimos que vivir el tardofranquismo y los primeros días de una democracia siempre en el filo de la navaja. Pero presenta, al mismo tiempo, el resultado de todo aquello porque dibuja la España actual. Solo echando la vista atrás podemos comprender el presente. Y la ficción es una forma como otra cualquiera de hacerlo. Alcolea nos recuerda lo que fue la enseñanza de bofetón santificado por el nacional catolicismo y sus efectos casi perversos; el papel de la mujer en aquel mundo en el que las posibilidades para ellas se reducían a estar junto a ellos; esa explosión de libertad que ahora se entiende tan mal y se critica de forma tan injusta que llegó con la muerte del dictador; nos recuerda lo que era una familia de corte tradicional que, además, era la única posible ya que el resto de fórmulas oscilaban entre el pecado y el escándalo. Pero, también, nos enseña lo duro que es para las personas el paso del tiempo, la ausencia o una vida que nunca brillará ya lo suficiente. La autora nos lleva del humor, al fracaso y de allí a una felicidad que pensada vuelve a ser grata. Nos lleva y nos trae entre risas y entre lágrimas.

Alcolea utiliza en esta novela una narradora personaje que está muy pegada a la acción presente y a la pasada ya que nos llega en forma de recuerdos. Lógicamente, ese dibujo de la realidad está filtrado a través de la consciencia de la protagonista y se debe tener muy en cuenta lo que cuentan otros personajes para entender la realidad en la que viven.

La autora utiliza pocos recursos estilísticos pegados a la lírica y el tono llega a ser muy coloquial. Si sumamos que el aliento general es medio, se entiende esa cercanía al lector a la que hacía referencia. La poética de Alcolea la encontramos en la intención y no en una imagen o en un giro argumental improbable. Alcolea quiere pasar la vida a limpio. La de muchos.

Hay que destacar los diálogos, no ya por perfección técnica (que no es demasiada) sino por su carga emocional y por lo bien que funcionan para ir creando al personaje que toque.

Calificación: Buena.

Tipo de lectura: Amena. A veces entrañable; otras envenenada.

Tipo de lector: Cualquier adulto disfrutará con esta novela. Los más jóvenes podrían echar un vistazo para empezar a entender una época. No es una novela histórica.

¿Dónde puede leerse?: Yo lo he hecho sentado en un banco de El Retiro. Y me ha encantado hacerlo.