Lo peor que le puede pasar a un escritor es que el lector pueda imaginarle intentando colocar un truco barato, ordenar una simpleza para que parezca algo sorprendente e imaginativo o pensando en una patraña que se pueda colar de rondón en un relato cualquiera. Dicho de otra manera, cuando se le ve el cartón a una novela todo se desmorona aunque lo haya construido un escritor famoso y millonario.
Joël Dicker vende libros a patadas. Escribe best sellers que se leen con gran facilidad y que se deslizan hacia el territorio en el que se perdona casi todo para poder disfrutar de la historieta que nos cuentan. Sabemos que el autor no es Faulkner y no se le exige grandes cosas, perdonamos lo mal que escribe. Pero esta vez, al bueno de Dicker se le ha ido la mano. «El enigma de la habitación 622» es una novela penosa. Mal escrita, resulta una falta de respeto absoluta al lector. Todo el relato se llena de trucos que no se atrevería a utilizar el peor alumno del peor taller literario. Es previsible desde el primer párrafo y provoca vergüenza ajena pensar que alguien trate de usar baratijas literarias tan infames sin despeinarse.