Hay películas que marcan un antes y un después para el espectador. Como en toda manifestación artística, el estallido de ideas en la cabeza del que mira la pantalla se produce cuando la onda expansiva de una explosión anterior (la que se produjo en la consciencia del artista) llega alterando el orden previo, colocando en lugares improbables lo que encuentra a su paso. Una obra de arte conmociona, pone patas arriba la estructura más poderosa. Y, cuando se integra, el sujeto cambia para siempre.
«El sol del membrillo» es una excelente película. Una obra de arte que habla, precisamente, de obras de arte. De artistas. De lo excepcional que es lo cotidiano para algunos seres humanos. El tiempo, el espacio, la realidad en su conjunto se transforma en la raíz de una colosal obra de arte ante los ojos del artista. Esto es lo que cuenta «El sol del membrillo». Lo normal convertido en excepcional. La realidad contemplada por Antonio López. Esa mirada que es captada por una cámara colocada a la distancia precisa para no interferir en la creación artística.
Roza lo documental (alguna parte lo es) aunque el director, Víctor Erice, filma como si de una ficción se tratase. Es una película que engarza la realidad (eso que llamamos realidad y que, en verdad, es lo que creemos que nos puede pasar a cualquiera porque lo vivimos en primera persona; porque la realidad es otra; por ejemplo, la ficción del cine lo es) con una ficción que transforma toda la obra y permite que transite por territorios difíciles, arriesgados y, por otra parte, muy agradecidos con el resultado final.
La belleza de las imágenes llega de esa magia que aporta la naturalidad y la observación. Llega de permitir que todo fluya y el secreto se encuentre en la sala de montaje. Allí se modificará la historia para que la fisonomía sea una u otra. Los diálogos, apenas preparados, llegan con limpieza. Los que mantiene Antonio López con Enrique Gran son inolvidables. El pasado, el presente, la vitalidad que imprime la cortedad del tiempo, la entereza de un cuadro, una canción. Y el que mantiene el pintor protagonista con una pareja oriental sobre la técnica y algunos conceptos personales de Antonio López sobre cómo se debe entender la realidad para plasmarla en un lienzo o en un papel, son una verdadera maravilla.