Soy consciente de que Gabriel Ramírez tiene a bien el publicar mis desvaríos bajo el auspicio de la cabecera de «El Correo de Andalucía» y que, quizás, la localidad madrileña de Móstoles quede alejada de lo bético y moruno que ha sido para mí, no tanto cuna, como sí nido y cobijo.
Pero también soy consciente de que el formato digital e Internet nos internacionaliza y expande a la par que rompe cualquier frontera; o eso quiero creer.
De lo que estoy segura es de que hay ciertas historias, ciertos hechos, ciertos actos de algunos valientes que merecen un reconocimiento por parco que este sea o insignificante pueda resultar.
La semana pasada, nenes y nenas, tuve el honor de estar en la esquina de un par de púgiles que se batieron el cobre, se partieron la cara y regaron con sangre y sudor la lona.
Yo hice muy poquito: en mi papel de rubia de patas largas me paseé con el letrero que anunciaba el número del asalto. Eduardo Alegre, por su parte, se encargaba de la banqueta y del protector bucal. José Carlos Somoza sostenía una toalla que nunca estuvo cerca de ser arrojada.
Fue bonito el lance, más que por la victoria por el mero hecho de poder levantar los puños y encajar los golpes.
Quienes se subieron al ring fuero Esther García y Miguel Verdejo , que no necesitaban ni pedían (me temo que tampoco esperaban) que nadie pusiera en relevancia sus nombres porque se les presupone cualquier esfuerzo, se entiende que todo lo que hagan les va incluido en el sueldo y que al integrarse en un organigrama como es el de un ayuntamiento, ya están obligados.
Voy a descartar las metáforas y explicaros un poco a lo que me refiero. Esther y Miguel forman parte del a plantilla de la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Móstoles, estas dos personas son quienes se han encargado de organizar la tercera convocatoria del certamen de relato corto titulado «Móstoles misterioso». Es un concurso humilde en dotación, —aunque este año la cuantía de los galardones se ha incrementado—, incluido dentro de un programa cultural de una ciudad pequeña, —casi una conurbación de la capital que lo eclipsa todo—, sin más capacidad de difusión y de convocatoria que la puedan lograr gracias a las redes sociales y el predicar en el desierto que son las notas de prensa. No hablamos de un goloso premio comercial ni de un certamen con prestigio intelectual. Algunos podrían tacharlo con soberbia de un “concursillo de pueblo”, y puede que fueran justos en su apreciación, pero no deberían olvidar que eso no descarta que se sustente sobre un equipo humano que, aunque muy limitado, se toma su función con una profesionalidad, una seriedad y un cariño difícil de encontrar en otros auditorios y salones de rango y abolengo.
Desde mi cómoda posición, de voz con voto, he podido comprobar cómo este par se han encargado de que todo funcionase sin tacha; se han ocupado de que los engranajes encajasen y han aguantado los roces e incomodidades propias de cualquier trato entre humanos. Todo esto con una dedicación que sobrepasaba sus funciones meramente laborales, se han implicado en la iniciativa como si se tratase de un proyecto personal.
Sé que no debe ser fácil además bregar con instancias superiores, escalafones administrativos e incluso políticos; aumentar la carga de trabajo; colar en la agenda algo que parece ser tan poco importante como una iniciativa cultural y tan poco vistoso como es el texto plano, sin más artificios ni alharacas de lo que puedan aportar los recursos literarios y las figuras estilísticas.