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Actualizado: 06 nov 2018 / 19:37 h.
  • La ópera no acabó con la muerte de Puccini
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No son pocos los que defienden que tras la muerte de Puccini la ópera dejó de serlo y que lo que vino después es otra cosa muy diferente a lo que debería ser; que cada año que pasa el abismo abierto, entre lo que fue y lo que es, se agranda. Sin duda son afirmaciones del todo exageradas. Al menos exageradas. Pero lo que sí es cierto es que para el aficionado a la ópera es difícil asumir algunos cambios que se están produciendo durante los últimos años, cambios que empujan con fuerza.

El tiempo en Madrid ha empeorado ostensiblemente. La humedad multiplica la sensación de frío. Y el Teatro Real de Madrid se convierte en una especie de refugio, no solo a causa de la temperatura; porque cuando en la sala principal comienzan a sonar las primeras notas todo se convierte en un lugar en el que las sensaciones bailan al ritmo de la composición de Kaija Saariaho y ese sentir va tiñendo hasta el último centímetro del espacio. Puede parecer algo exagerado esto que digo aunque esta vez creo que no lo es. Además, acudir a disfrutar de la ópera ‘Only the sound remains’ con otra actitud es desperdiciar una oportunidad única. Sirva pues de advertencia bienintencionada.

No me atrevo a calificar esta ópera con palabras o expresiones gruesas. Decir que, por ejemplo, es una obra maestra es lo mismo que robar la importancia al tiempo que coloca las cosas en su sitio. Pero sin duda esta partitura y este libreto son importantes, el conjunto es una experiencia extraordinaria.

Los aficionados poco amigos de óperas vanguardistas podrían señalar esta como una enorme declamación plana que evita que cualquier opción vocal pueda lucir sobre el escenario; que la expresión corporal de los cantantes impide que se puedan expresar con la voz (especialmente el barítono), que la puesta en escena es simple y que los juegos de sombra no dejan de ser un aderezo insustancial. Los que vayan por primera vez a la ópera podrán pensar que ‘Only the sound remains’ es incomprensible. Pero esta obra va más allá y conviene echar un vistazo sin prejuicios que condicionen esa mirada.

Las dos piezas que se unen buscan similitudes con el teatro noh japonés. Y eso significa, a muy grandes rasgos, que el tiempo y el espacio se pueden quebrar en busca de un nivel intelectual que arrastre al espectador a la reflexión. Lo material y lo espiritual se encuentran, se repelen, se atraen irremediablemente. La puesta en escena de Peter Sellars se ajusta a lo que necesita esta ópera y al concepto que se quiere manejar. Todo se reduce a lo estrictamente necesario. Nada de adornos, nada de lo que puede resultar superficial. Una tela enorme (más grande en la segunda pieza) con dibujos irreconocibles que definen esa confusión que no deja ver la otra parte, una tela que sirve de frontera que se puede cruzar con facilidad entre el mundo material y el espiritual, una tela en la que las sombras se reflejarán de forma primorosa para que la expresión de lo material tome un cariz distinto en la línea que separa los dos mundos. Los movimientos de los cantantes son evocadores, tanto como los del cuarteto vocal Theatre of voices que se encuentra en el foso junto a los siete músicos que intervienen en la obra. Hacen, por cierto, un trabajo soberbio. Cantantes y músicos.

Las voces de los cantantes son amplificadas y la música se modifica electrónicamente. Amplificar las voces no gusta a nadie que sea aficionado a la ópera. Se trata de comprobar la corporeidad en su conjunto y esto impide que comprobemos hasta dónde puede llegar la capacidad vocal de los cantantes. Es, sin duda, lo peor de todo el conjunto. Philippe Jaroussky se beneficia mucho de este efecto que la compositora incluyó. El contratenor afina y encarna al personaje estupendamente, pero la voz de este hombre llega hasta donde llega. El barítono Davone Tines con menos empaque vocal hace un extraordinario trabajo actoral. Y la bailarina que participa en la segunda pieza ‘Feather Mantle’ está muy bien. Discreta y a la altura esperada. Esta segunda pieza resulta más amable que la primera ‘Always strong’ aunque esta es más compacta.

Con respecto a los músicos, hay que señalar que el despliegue que hace el percusionista es atractivo y muy evocador. Todos los sonidos posibles pueden llegar desde sus instrumentos.

Al acabar el concierto, parece que el frío se ha marchado. Es falso, sigue allí, pero las sensaciones también siguen ancladas a unos estímulos potentísimos. En forma de fusas y corcheas. Algo muy difícil de igualar y con lo que no se puede competir.