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Actualizado: 06 may 2015 / 18:47 h.
  • Lo que nos contó Vincente sobre Vincent
    Fotograma de la película ‘El loco del pelo rojo’.
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  • Lo que nos contó Vincente sobre Vincent

Vincente Minnelli es principalmente recordado por los novedosos e imperecederos musicales que dirigió, como Cita en San Luis, Un americano en París o Gigi. No obstante, su gran talento trascendía los géneros y fueron también esenciales sus aportaciones a la comedia (por ejemplo Mi desconfiada esposa), al drama (como fue Cautivos del mal) o al melodrama (caso de Como un torrente). Lust for life fue el deslumbrante biopic que realizó en 1956 sobre Vincent van Gogh. No sabemos por qué, en España evitaron la traducción literal del título (Anhelo de vida) y recurrieron al desafortunadísimo El loco del pelo rojo, lo que podemos imaginar no sería precisamente un estímulo para la venta de entradas.

Los antecedentes de Vincente Minnelli como diseñador de decorados y vestuarios y luego director de escenarios en el teatro neoyorquino explican en parte su fama de esteta obsesionado por el aspecto visual de sus películas. Era un maestro en el dominio del color y no lo trabajaba sólo desde la iluminación y la fotografía, sino que cuidaba hasta el último detalle la selección de localizaciones, la dirección artística y el vestuario para que todo realzara los tonos y aportara textura a las escenas.

Por eso, cuando nos viene a la memoria una de sus obras, solemos recordar imágenes de impecable factura en rojos, amarillos o azulados, que conforman un brillante lienzo que desborda la pantalla. Dado lo anterior, ¿quién mejor que él podía llevar al celuloide la vida y obra de un pintor cuyos vibrantes remolinos y gruesas pinceladas se proyectan hacia nosotros desde sus cuadros?

El largometraje, de luminosos fotogramas y sombrío contenido, se rodó en escenarios reales como Auvers-sur-Oise, Arlés o Saint-Rémy. La atención por el detalle de Minnelli era tan obsesiva que llegó a encargar que se tiñera la hierba de amarillo para aproximar su efecto cromático al de los cuadros del pintor, o que se trasladaran varios árboles de gran tamaño para que lugares como el asilo de Saint-Rémy, aparecieran ante nuestros ojos idénticos a cómo Van Gogh los había inmortalizado.

La película comienza retratando los años de juventud del holandés, cuando fracasó en su intento de ser pastor protestante en un pueblo minero belga. Luego se adentra en la última década de su vida, que fue la que dedicó a la pintura y durante la que no experimentó éxito alguno, ya que apenas vendió alguna obra de una prolífica producción que supera el millar. Fue desafortunado en amores, en salud y en dinero. Tampoco tuvo suerte en la amistad y acabó distanciado de otro genio del pincel de turbulento carácter, Gauguin. Anthony Quinn, habituado en aquellos años a dar vida a seres bravucones y pendencieros, estuvo tan convincente como el temperamental francés, que ganó el Oscar al mejor secundario por los escasos minutos de metraje en que aparecía.

Kirk Douglas realizó una de sus mejores interpretaciones como el protagonista y obtuvo una merecida nominación al Oscar. Habituados a verle encarnando papeles de hombres caracterizados por su vigor físico y mental, es sorprendente la delicadeza con la que captó la sensibilidad de un ser tan vulnerable, su genialidad, su anhelo de entrega y su profundo sufrimiento. El actor reconoció en su autobiografía El hijo del trapero, que ésta fue la única vez en su carrera en que se llegó a identificar tanto con un personaje que sufrió verdadera angustia hasta el punto de que temió enloquecer y llegó a palparse a veces la oreja, temeroso de habérsela cortado.

El largometraje nos muestra que la única relación duradera y positiva que mantuvo el holandés en su torturada existencia fue la que le unió a su hermano menor Theo (encarnado algo tibiamente por James Donald). Se conoce mucho de la vida del artista a través de la constante correspondencia que ambos intercambiaron a lo largo de los años.

De hecho, el guion de Lust for life, escrito por Norman Corwin, se basó en una biografía novelada de Irving Stone, que a su vez se inspiró en este voluminoso legado epistolar. Theo, que pese a ser marchante de arte no consiguió vender la obra de Vincent, es representado en la película como un hombre sereno, paciente y bondadoso que no desfallece en apoyar al pintor moral y económicamente a lo largo de la ingrata vida de éste.

Esta es una de las pocas películas que se asoman a la profundidad y belleza de un amor fraternal, ya que ha sido más habitual que el celuloide narre los conflictos, las rivalidades y los celos antes que la lealtad y la incondicionalidad que se pueden dar en este tipo de relación.

En un emotivo momento de la película, Theo describe a su hermano así: «Ya sé que es rudo, peleón e irascible, pero en su atormentada cabeza hay algo maravilloso. En esas cartas hay un hombre de talento, un hombre tierno. Y en su obra hay mucha más belleza y fuerza apasionada que en la mayoría de las obras que ves hoy en los museos».

Esta sensible obra retrató a Van Gogh como un alma genial, vehemente y agitada por mil turbulencias que se transformaban en salvaje luminosidad en unos lienzos que nos sobrecogen y nos alegran el corazón. Como nos cantó Don Mclean: «Pude haberte dicho Vincent, que este mundo no se hizo para alguien tan bello como tú».