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Actualizado: 24 mar 2019 / 22:50 h.
  • Antonio Banderas logra un papel excelente en «Dolor y Gloria». / El Correo
    Antonio Banderas logra un papel excelente en «Dolor y Gloria». / El Correo

No podemos hacernos viejos sin que el motor del recuerdo sea lo que hace posible un minuto más de existencia. No importa lo que terminemos siendo. El presente exige que seamos lo que fuimos, la suma de todo aquello que nos dibuja sin remedio.

Si eso mismo se aplica a un artista, todo toma un sentido más amplio, si es que eso es posible. Un artista solo puede contar lo que es él mismo, una forma de mirar la realidad condicionada definitivamente por aquello que siendo cutre lo convierte en luminoso, siendo triste lo convierte en emocionante, siendo anacrónico se convierte en vanguardia.

La vida es dolor si se pierde la esencia. La vida es dolor si se pierde la ilusión y no se quiere ver la cara amable de que fue el mundo.

La vida es gloria si somos capaces de vivir con intensidad, con verdad.

Mi Almodóvar favorito
Penélope Cruz y Rosalía en una escena de la película. / El Correo

Esto es lo que se me ocurre decir después de ver la excepcional película de Pedro Almodóvar «Dolor y gloria». Es esta una película bien dirigida (con ímpetu, imprimiendo un ritmo narrativo constante; al mismo tiempo con delicadeza) una película en la que la fotografía es magnífica, las interpretaciones contundentes y la puesta en escena es primorosa por elegante, luminosa y brillante.

Si el cine debe ser emoción, «Dolor y gloria» es emoción a raudales. Contenida, a punto de explotar y vaciarse por los cuatro costados aunque cuidada hasta la extenuación para que cada cosa quede en su sitio. Esa emoción llega desde lo que es una vida entera; desde el amor que llega, desde el amor que se acaba, desde las conversaciones que nunca se tuvieron con la madre ni con el padre ausente; desde un humor corrosivo; desde las fronteras que unas veces se cruzan y otras no. Almodóvar siempre fue emoción. Esta vez la emoción se entrega del todo y se convierte en Almodóvar.

Mi Almodóvar favorito
Penélope Cruz. / El Correo

Si la dirección del manchego es monumental, el trabajo de Antonio Banderas resulta impresionante. Es inevitable que el espectador pueda ver a Pedro Almodóvar en cada movimiento, en cada mirada, en cada ademán. Asier Etxeandia está maravilloso y defiende su papel con una solvencia que solo un director como Almodóvar puede llegar a conseguir; Penélope Cruz impresiona del mismo modo que Julieta Serrano (son la madre joven y anciana del personaje principal); todos los demás cumplen. Aunque es el niño Asier Flores el que busca la cámara con mayor autenticidad. Este niño hace que lo que se cuenta de su personaje trascienda más allá de la pantalla. La escena en la que descubre su primer deseo es una maravilla que Almodóvar explota al máximo sabiendo que el espectador ya está enamorado del niño desde muchos planos anteriores.

El montaje de la película es muy acertado. Solo el plano final de la cinta (en el que todo toma sentido absoluto) hace que acudir al cine merezca la pena. Se logra una continuidad narrativa robusta a pesar de que las rupturas espacio temporales son constantes y de que los relatos aparecen como si fueran muñecas rusas.

La banda sonora va de un homenaje clarísimo a los años ochenta –entre luminoso y apenado por la lejanía de lo que ya nunca volverá a ser- a la creación de un clima envolvente y tranquilo muy apropiado para contar una vida entera.

Siempre me ha gustado Almodóvar. Siempre me ha hecho sentir incómodo el cine del manchego (un par de escenas en esta película han conseguido que me retorciese en la butaca). Siempre espero con entusiasmo el estreno de sus películas. Siempre quiero disfrutar de una buena película de Pedro Almodóvar. Porque es cine auténtico. Del bueno de verdad.

No pierdan la oportunidad de ir a una buena sala de cine para ver «Dolor y gloria». Merece mucho la pena.

Mi Almodóvar favorito
Cartel de la película. / El Correo