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Actualizado: 16 jun 2020 / 21:40 h.
  • Thomas Bernhard.
    Thomas Bernhard.

Para Thomas Bernhard los premios literarios no tenían gran sentido. Tan sólo eran una forma de recibir un dinero (necesario y entregado por una institución tacaña en la que sobraban fondos, pero se gastaban en comidas extravagantes y actos estúpidos); una forma de mantener vivo el recuerdo de algo importante; una excusa para escribir un libro sobre ellos en el que dejar clara su postura ante el mundo de la cultura que le tocó vivir en su país. Y, por qué no decirlo, una excelente oportunidad para escandalizar a la clase política, a los críticos, a los periodistas y a todo el que se pusiera delante.

Bernhard no era amigo de los premios, de los políticos, de los integrantes del mundillo literario ni de los propios escritores o los que creían serlo. Ni ellos eran amigos de Bernhard. Durante su carrera como escritor; Bernhard dejó bien claro lo que pensaba de todos ellos, dejó bien claro que ese circo al que pertenecían le repugnaba.

«Mis premios» repasa los momentos que vivió alrededor de las ceremonias preparadas como homenaje a su obra. Casi todos, desastrosos y muy divertidos. Al menos para Bernhard y sus lectores. Pero, sobre todo, repasa los momentos íntimos que experimentó a causa de la entrega de esos premios que le resultaban tan repulsivos. Por repasar, repasa algunos asuntos que poco tienen que ver con los premios, pero que quiere encajar porque le parece bien. Muy de Bernhard. Del mismo modo, no duda en arremeter contra todo y todos los que le parecen diletantes o vividores aprovechando algo que debería merecer un gran respeto por parte de todos. Es decir, la cultura.

Cada premio es una tragedia, un desastre, un mal momento, un ridículo absoluto, una irritación difícilmente controlable. Cada premio en compañía de su anciana tía. Cada premio rodeado de muchos y acompañado por muy pocos.

A Thomas Bernhard hay que leerle en clave irónica, tal vez sarcástica; buscando para encontrar esa carcajada con la que él parecía recibir cada pedazo de realidad. Con este autor hay que saber relajarse, hay que aprender a tomarse las cosas con humor y no dar importancia a algo que no tiene arreglo posible.

Si alguna vez hubo un escritor divertido en este mundo, ese fue Bernhard. Eso sí, no es por ello un autor fácil. Su aliento inmenso en cada frase se hace incómodo para algunos lectores (sobre todo para los que no han leído antes ninguna de sus obras o para los que, sencillamente, no han leído gran cosa anteriormente) Tal vez, «Mis premios» sea uno de los libros más accesibles del autor.

Se incluye en el volumen, además de un maravilloso y transgresor relato de los premios recibidos, alguno de los discursos que tanto alboroto causaron en su momento, el discurso de renuncia como miembro de la Academia de Lengua y Poesía (Darmstadt) y una nota editorial de cierto interés.

El autor no abandona en este trabajo esa escritura que se envuelve a sí misma por medio de la repetición, de la obsesión por la idea tratada, por la ironía. No es tan exquisita ni tan profunda como lo llegó a ser en su novelas o en sus obras de teatro aunque no creo que fuera intención del autor utilizar ese registro. Los premios literarios no lo merecen. Basta con reírse un poco más del mundo para rendir homenaje a lo que se detesta.