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Actualizado: 29 jun 2015 / 09:47 h.
  • Los gallegos Néboa en el escenario en uno de sus conciertos.
    Los gallegos Néboa en el escenario en uno de sus conciertos.

Néboa se deja llevar por el jazz, en momentos por el blues, no renuncia al pop y sabe jugar con los matices, las estructuras y los tiempos como si sus miembros llevasen décadas dedicándose en cuerpo y alma a recrearse mediante la música.

Tenemos interiorizado, para apiadarnos de nosotros mismos, que cuando uno es joven puede pasar por ciertas etapas en las que la banda sonora de su vida sea tal que, muchos años después, lo hará sonrojarse al recordarla. Muchos y muchas son (o somos, quién sabe) los que disfrutaron de manera casi preocupante con la época dorada de los Backstreet Boys o las Spice Girls, y que ahora sin embargo tienen como referente musical a las bandas más puras del rock, del hardcore, o del jazz. Habrá muchos jóvenes que en la actualidad pasen el día a día entre los tres acordes de One Direction o Miley Cyrus y que en un par de décadas renuncien a viajar a Ibiza para invertir el dinero en alguno de los muchos festivales que juntan sobre un escenario a grandes artistas que poco o nada tienen que ver con los anteriormente mencionados. No sabemos si los componentes de Néboa han tenido en su infancia algún vicio musical similar, pero lo que sí queda claro es que sus influencias han madurado antes de lo que es habitual.

Néboa (palabra gallega de dulce sonoridad que significa niebla) son Aloia López (voz), Tomás Porteiro (guitarra y coros), Jacobo García (bajista), Miguel Fernández (percusión y teclados) y Lucas M. Suárez de Centi (percusión y teclado). De entrada, ya la formación invita a que la curiosidad llame a la puerta; no es demasiado frecuente ver a una banda que integre a más de un percusionista. Es más, si nos ceñimos a los cánones menos flexibles, no hablaríamos de percusionistas como en este caso, sino de baterías. Pero esta no es más que una minúscula gota del manantial musical que Néboa activa cada vez que sus componentes sujetan los instrumentos. Componentes jóvenes, disfrutando todos de lo que la veintena ofrece, y saltándose las normas al hacer gala de una melomanía que, como ya anunciaba el título, no deja de ser un tanto precoz. Pero, sobre todo, muy prometedora. Una conclusión que se refuerza tras la escucha de su epé Antes da tormenta, primer trabajo en estudio del grupo. El disco abre con Balones fuera, composición de cadencia lenta donde la esencia de Néboa queda muy pronto dibujada. Esta primera canción funciona como una declaración de intenciones, con una letra trabajada que tiene una historia (o muchas) que contar, y donde lo puramente musical aparece todavía más pulimentado: la percusión juega a hacernos creer que el tempo se ralentiza o se detiene, la voz dulce de la cantante guía las emociones que entretejen la estructura, y el piano Rhodes comparte su irregular protagonismo con la guitarra eléctrica, mientras el bajo marca unas bases pesadas y a la vez nítidas.

Las composiciones de Néboa no tendrían demasiado espacio en la frecuencia de una emisora convencional. Ninguna de ellas baja de los cinco minutos, y lo cierto es que esto, lejos de ser una incomodidad, es un gusto. El siguiente tema en sonar es Tramposo canto, con una preciosa introducción en la que el sonido del bajo es todavía más grueso que en el anterior, y que da paso a la aparición hábil e irregular del vibráfono. Segundos después, toda la maquinaria está ya en marcha para crear un ambiente que arropa la entrada de la voz. Una canción de ritmo cambiante y contagioso, con acordes que por momentos hacen sentir al oyente más animado, por momentos más prudente. Vale la pena hacer hincapié en el gusto que la formación tiene por jugar con el ritmo y saltar por encima de aquellos más utilizados; lo mejor de todo es que sabe utilizar sus virtudes de manera que esta inclinación musical resulte totalmente natural. Eso sí, que ningún primerizo trate de medir los pulsos con la mano. O que lo haga, si tiene paciencia y tiempo libre.

La tercera canción de su trabajo se titula E cae e cae e cae e cae e cae. Pudiera parecer una broma un tanto chirriante por parte de los componentes, pero quizá haya una historia detrás de ese nombre. Lo que sí es cierto es que llama la atención, y el gancho merece la pena, porque se trata de una balada en lengua gallega donde la atmósfera creada es casi protagonista principal. No sería de extrañar que se utilice en clases de yoga en un futuro, cuando en este tipo de clases se utilice música y no tan solo atmósferas sonoras. La conclusión del tema, simulando el latir de un corazón, es el broche perfecto. Pero para no enviarnos de manera eterna al limbo, tras lo escuchado aparece Echa el cerrojo, posiblemente la canción más convencional del grupo. Y convencional, por supuesto, manteniéndose por encima de lo establecido. Su melodía engancha con más facilidad, y el aspecto que presenta puede resultar menos chocante a quien no haya escuchado hasta el momento nada de esta banda con ganas de brillar con luz propia. Eso sí, para aliviarse del ínfimo desliz, el siguiente turno es el de Unha palabra túa, composición que se vale del ritmo de la muiñeira, danza tradicional de Galicia. Y para poner fin a su pequeña y atrayente lección, la última canción que la banda eligió es una versión de Negra sombra. Contaría qué supone escucharla, pero está a disposición de todo el mundo en plataformas como Spotify, Bandcamp, iTunes o en formato físico, al igual que el resto del trabajo. Que nadie se demore.