Hay espectáculos que gustan, otros que dejan indiferente, algunos que se recuerdan un tiempo y otros que se olvidan un minuto después de acabar... y los hay que conmocionan, que se graban en la retina del que mira y en su consciencia. Hay espectáculos que te obligan a reflexionar sobre lo que es el ser humano gracias al arte (son pocos aunque existen) y uno de ellos es el que se puede disfrutar, hasta el próximo día 26, en el Teatro Real de Madrid.
El New York City Ballet ha llegado a Madrid, por primera vez, para dinamitar los gustos de los aficionados a la danza. Si alguno pensaba que la danza moderna es incomprensible o prescindible ya está pensando otra cosa; si alguno pensaba que la danza clásica es algo edulcorado y anacrónico ya estará intentando descubrir cómo ha estado tan ciego todo este tiempo. El espectáculo del New York City Ballet ya es el acontecimiento del año en cuanto a danza se refiere.
Se presentan tres piezas. La primera, ‘Serenade’ (música de Chaikovski, ‘Serenade for Strings’, y coreografía del mítico George Balanchine, cofundador de la compañía) es famosísima y un referente de la danza del siglo XX. Es uno de los buques insignia del New York City Ballet. Los bailarines, haciendo un despliegue técnico monumental y un esfuerzo físico sorprendente, buscan las simetrías perfectas en la caja escénica y tratan de dibujar figuras que crean un clima perfecto. Todo en esta coreografía se empareja como si un matemático estuviera echando un vistazo al infinito. El nivel técnico de Miriam Miller es espléndido y su danza abruma por bella y rotunda. La música sonó en el foso con los tempos ajustados y la precisión necesaria. Los matices y la resonancia chispeante que envolvió a los bailarines llegaban desde la batuta de Clotilde Otranto y los instrumentos de la Orquesta Titular del Teatro Real. Por cierto, se produce una variación en la partitura original de Chaikovski para para terminar con un tono melancólico.