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Actualizado: 21 jun 2016 / 16:38 h.
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Un momento del rodaje de La diligencia, John Ford, 1939. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Escena de la película Pasión de los fuertes, John Ford, 1946/ El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Fotograma de Cielo amarillo, William A. Wellman, 1948. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    En Caravana de mujeres podemos disfrutar del coraje de Denise Darcel, Hope Emerson y unas cuantas más . / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Gary Cooper protagoniza la película de Fred Zinnemann Solo ante el peligro. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Una momento de Colorado Jim película de Anthony Mann, 1953 . / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    La fotografía de Centauros del desierto es excelente. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Gregory Peck, Carroll Baker, y Charles Bickford, protagonizan junto a Charlton Heston la película Horizontes de grandeza. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    Gary Cooper desprende dignidad y sensación de tragedia interpretando a su personaje en El árbol del ahorcado. / El Correo
  • Nueve clásicos y un Neo-Western
    En Breaking Bad héroes y antihéroes del género fueron procesados por la imaginación prodigiosa de Vince Gilligan. / El Correo

El western nos ha regalado historias sobre hombres solitarios que sobreviven en entornos majestuosos y hostiles, sobre la violencia de la frontera, sobre el esfuerzo de los pioneros, sobre la brutalidad y la sabiduría del pueblo indio, sobre el afán de venganza o el coraje como motores de cambio, sobre la fuerza civilizadora de las mujeres, sobre la codicia, la ira y el perdón. Voy a hablarles de las diez películas de este bellísimo género que personalmente más emoción y admiración me han provocado. Habrá lectores que echen en falta obras de Hawks, de Leone o Eastwood, pero este tipo de rankings deben servir para despertar debate y además, les recordaré algo con asertividad no exenta de amabilidad: esta es mi lista.

La diligencia (Stagecoach, John Ford, 1939)

Es una obra llena de la humanidad profunda y la poesía que caracterizaba el cine de John Ford, ese artista de sentimientos contradictorios, por cuyas venas, más que correr la sangre, galopaba el celuloide. En una diligencia que se dirige a Nuevo Méjico coinciden varios personajes que representan diversidad de estamentos y situaciones vitales. Se contraponen aquellos que encarnan la ortodoxia social, como la embarazada mujer de un militar o el maduro banquero, frente a los que representan la marginación, como un médico borrachín (prodigioso Thomas Mitchell) o una prostituta de –nunca lo adivinarán...- buen corazón (sensacional Claire Trevor). A mitad de recorrido, se incorpora un pistolero solitario que acaba de huir de la cárcel, Ringo Kidd (John Wayne). Nada une a este variopinto grupo hasta que la adversidad irrumpe en forma de hordas de indios. Con La diligencia, Ford le regaló al género su puesto de honor en el séptimo arte y a John Wayne un lugar esencial en la historia del cine, gracias a algo tan poderoso como es una presencia única.

Pasión de los fuertes (My Darling Clementine, John Ford, 1946)

El legendario enfrentamiento entre el sheriff de Tombstone, Wyatt Earpp y su amigo Doc Holiday contra los Dalton en el O.K Corral ha sido relatado por el cine numerosas veces. John Ford hizo maravillas con esta historia, mostrando a Earpp y a Hollyday como seres revestidos de humanidad y vulnerabilidad, por muy mítica que fuera su hazaña.

La fotografía en blanco y negro contribuye al tono melancólico de una historia en la que Wyatt pierde a su hermano menor y el torturado médico Doc Hollyday va sucumbiendo presa de la tuberculosis. No sorprende la atinadísima interpretación de Henry Fonda en el papel protagonista, pero nos deja atónitos que Victor Mature realizara una composición matizada y sincera de Doc, habituados como estamos a las muecas histriónicas que desplegaba como Sansón o Androcles. Waltern Brennan, uno de los secundarios más importantes del viejo Hollywood, que solía interpretar al simpático amigo del protagonista, se pasó en esta ocasión al otro bando, como el siniestro patriarca de los Dalton.

Cielo Amarillo (Yellow sky, William A. Wellman, 1948)

Rara vez eran premiados los guiones de este género, pero en este caso era tal la fuerza de la trama, la habilidad en la construcción de los personajes y la inteligencia de los diálogos, que al guionista Lamar Trotti, el sindicato de sus compañeros de profesión le reconoció como el mejor del año.

Gregory Peck encabeza una banda de forajidos que tras un atraco se ven obligados a huir por el desierto con el séptimo de caballería pisándoles los cascos. Encuentran un pueblo fantasma habitado únicamente por un anciano y su joven nieta (Anne Baxter). La frágil cohesión entre los delincuentes se funde ante la lujuria y la codicia que suscitan en ellos la mujer y una inesperada mina de oro. La banda sonora de Alfred Newman realza las bellas escenas a caballo y la fotografía en blanco y negro es impecable, destacando la difícil nitidez de las numerosas escenas nocturnas. William A. Wellmann logró mantener en todo momento la tensión dramática y trató con gran sensibilidad la emocionante historia de amor. Además, incidió debidamente en uno de los principales motores de la historia, el creciente antagonismo entre Peck y su celoso segundo, un Richard Widmarck que supura cinismo. Ambos actores actuaron con gran oficio pero la que está magnífica es Anne Baxter, que nos desarma con su interpretación de uno de los mejores papeles femeninos que haya ofrecido el género, un ser indómito, leal y apasionado.

Caravana de mujeres (Westward the women, William A. Wellman, 1951)

Relata la hazaña de un grupo variopinto de mujeres, que atraviesan miles de kilómetros para llegar a la frontera, donde un asentamiento de hombres solitarios anhela formar un verdadero pueblo. La caravana padece ataques de forajidos e indios, atraviesa zonas desérticas y las montañas Rocosas, sufre inundaciones, tropieza, se cae y se vuelve a levantar. Y desde nuestras cómodas butacas, lo pasamos de maravilla admirando el coraje de Denise Darcel, Hope Emerson y unas cuantas más. ¿Recuerdan cuando la reposición de este largometraje en TVE tuvo tal impacto en España que motivó que un pueblo en el que escaseaban las mujeres se publicitara para atraer a nuevas habitantes?

Solo ante el peligro (High noon, Fred Zinnemann, 1952)

Este clásico entre los clásicos relata la hazaña de un sheriff recién casado que retorna a su ciudad para enfrentarse a unos forajidos y que vive con estupor cómo su propia esposa y el resto de los habitantes le niegan apoyo. La historia dio lugar a numerosas lecturas. La más admitida es la que considera que, dado que el guionista Carl Foreman, fue víctima de la Caza de Brujas, pretendió acusar al mundillo hollywoodense por agachar la cabeza ante la amenaza McCarthyana, dejando solos a los que se atrevieron a enfrentarse a ella. La ironía es que si el protagonista, el extremadamente conservador Gary Cooper, hubiera captado el subtexto del brillante guión, probablemente no hubiera aceptado el rol que le hizo ganar su segundo y último Oscar.

El extraordinario cineasta Fred Zinemann hizo que casi coincidiera el metraje de la película con el tiempo real de la historia, que como apunta el título original, culmina al mediodía. Sin más compañía que la eterna partitura de Dimitri Tiomkin, Cooper estuvo inmejorable, siempre sobrio, siempre logrando el rictus preciso, consiguiendo transmitir la mezcla de miedo y valor del honrado sheriff con cada surco de su envejecido rostro.

Colorado Jim (The naked spur, Anthony Mann, 1953)

Mann contribuyó a enriquecer el género en la década de los 50, incorporando mayor complejidad psicológica en los personajes y mayor ambigüedad y melancolía en el tono. Contó para ello con la colaboración en cinco películas de un atribulado James Stewart, capaz de bordar esos jinetes solitarios deteriorados por la amargura, pero aun susceptibles de redención. En este caso, la redentora fue Janet Leigh y el villano, Robert Ryan. La atmósfera creada por la sensación permanente de acecho de todos los personajes entre sí, el impresionante paisaje y la espectacular fotografía en color hicieron el resto.

Centauros del desierto (The searchers, John Ford, 1956)

Obra de extraordinaria fuerza, es para muchos la cumbre de Ford. No me parece del todo redonda porque le sobra metraje a alguna trama secundaria (Vera Miles y su familia están como para entregarles a los comanches...). Sin embargo, es tal la majestuosidad de las imágenes (con ese Monument Valley tan querido por Ford) y tal la intensidad que transmite John Wayne como el ex confederado carcomido por la rabia y el racismo, que es inevitable quitarse el sombrero de cow-boy ante tanto talento. Wayne dedica años de su vida a intentar vengar a su familia masacrada por los indios y a tratar de encontrar a la única niña que sobrevivió y nosotros le acompañamos aterrados ante la profundidad de su odio y sobrecogidos ante la belleza que contemplamos.

Horizontes de grandeza (The big country, William Wyler, 1958)

Gregory Peck es un civilizado caballero del Este que acude a Tejas para encontrarse con su prometida, Carroll Baker, la hija de un rico terrateniente (Charles Bickford), de la que el rudo capataz del rancho (Charlton Heston) está secretamente enamorado. Peck descubre una tierra en que se confunde bravuconería con valor. El coraje de él es profundo y no requiere ostentación, pero sólo sabe apreciarlo el único otro personaje sensato de la historia, la maestra de escuela interpretada por la irrepetible Jean Simmons. La historia adopta tintes trágicos por el odio entre el padre de la novia y el patriarca del otro clan (un soberbio Burl Ives) que ha contaminado a sus respectivas descendencias.

Este absorbente largometraje puede verse innumerables veces. ¿Cómo cansarse de esa magnífica fotografía que expone un paisaje inmenso e implacable que ha esculpido los rudos caracteres de los tejanos? ¿O de esos caballos al galope cuyo ritmo acompaña la inolvidable banda sonora? ¿O la parte final en el rancho de Burl Ives dominada por sus shakesperianas emociones? ¿O todas esas miradas cargadas de pólvora que se intercambian Jean Simmons y Gregory Peck?

El árbol del ahorcado (The hanging tree, Delmer Daves, 1959)

Gary Cooper desprende dignidad y sensación de tragedia como el médico que llega a un poblado de codiciosos buscadores de oro y cura de una posible ceguera a una admirable mujer (Maria Schell). Las mejores películas de Daves se caracterizan por un colorido vibrante y por un tratamiento sentido de las emociones. Contemplar a un Cooper lleno de dolor y resentimiento cediendo contra su voluntad, milímetro a milímetro, a la calidez de Maria Schell, es algo digno de ver.

Breaking bad (Vince Gilligan)

Durante las décadas de los 60 y 70 el género fue reinventado por creadores de talento como Peckimpah o Leone. En los 80 y 90 otros como Eastwood y Costner trataron de recuperar el clasicismo de los westerns de la era dorada. Y entonces llegó Breaking Bad, especie de neo-western sobre hombres fuera de ley en el estado fronterizo de Nuevo Méjico y le dio la vuelta al mito y al sueño americano, pegándonos una buena patada en la boca del estómago, que nos dejó tendidos en el suelo del saloon. Los héroes y antihéroes del género fueron procesados por la imaginación prodigiosa de Vince Gilligan, que casi los vomitó en forma de un hombre pequeño que se cree grande por destacar en algo tan marginal como elaborar metanfetamina. En la angustia, la ira y la equivocada forma de querer de Walter White podemos atisbar vestigios del Wayne veterano, mientras que su soberbia y sus delirios de grandeza le alejan tanto de Cooper, Fonda y Peck como podría hacerlo un eterno desfiladero de las Rocosas. Y de nuevo, tal abundancia de creatividad artística nos ha dejado boquiabiertos y sedientos de más. Camarero, otro whisky, por favor.