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Actualizado: 30 nov 2015 / 18:30 h.
  • Otros tesoros de Francia
    Las vistas de Beynac et Cazenac son espectaculares. / El Correo
  • Otros tesoros de Francia
    El cartel de la película ‘La gran ilusión’. / El Correo

LA EDAD MADURA, de Camille Claudel

Una de las tres figuras de este sorprendente bronce representa a una mujer de edad que arrastra a un hombre también mayor para que ambos se alejen de la joven que de rodillas suplica que él vuelva a su lado. La postura del hombre es ambigua ya que no quiere mirar atrás pero una de sus manos se proyecta hacia la implorante. Sin embargo, el espectador es consciente de que no hay vuelta atrás, pues los integrantes de la pareja separada parecen mucho más frágiles que la imagen que les aleja. El escritor Paul Claudel explicó que la obra representaba el final de la trágica historia de amor entre su hermana Camille y Auguste Rodin. El genio sedujo a la que fue su discípula y musa pero la diferencia de edad de más de veinte años y los celos profesionales fueron minando su relación hasta que él decidió retornar con su pareja estable. Resulta sobrecogedor encontrarse frente a frente esta bellísima obra del museo D’Orsay, pues nos golpean el desgarro, la fuerza y el movimiento de la composición. Camille Claudel nos transmitió la agonía que le provocó el triángulo amoroso y la forma en que se resolvió el mismo y su impotencia para retener a su amante. La dureza del bronce acentúa la crudeza de la escena, que nos despierta numerosas sensaciones desde una pasmada admiración a una profunda compasión.

‘LOS THIBAULT’, de Roger Martin du Gard

Dotado de un talento que le hizo merecedor de un Nobel, vale la pena leer o releer la obra cumbre de Martin du Gard, nacido en 1881. Con un estilo que bebe de las fuentes del realismo decimonónico, escribió ya en el primer tercio del siglo XX esta extensa saga compuesta de ocho novelas. En ellas narra con notable profundidad psicológica los avatares de dos hermanos muy distintos, un médico práctico y racional y un apasionado idealista de espíritu revolucionario, a los que sitúa sobre el trasfondo del agitado periodo que desembocó en la primera guerra mundial. El autor, que combatió en dicha conflagración, trató con admirable complejidad tanto las parcelas intimistas del relato como la descripción de los ambientes y de los conflictos sociales e ideológicos de la época.

‘LA GRAN ILUSIÓN’, de Jean Renoir

Realizadores como Orson Welles o Woody Allen han coronado a Jean Renoir como uno de los más grandes, o incluso el mejor, de los directores franceses. En La gran ilusión hizo gala de su inmenso talento. Producida en 1937, trata de varios oficiales franceses de la Gran Guerra que intentan huir una y otra vez de los campos de prisioneros alemanes. La cinta es una profunda reflexión sobre lo que une y lo que separa a los seres humanos. Personajes hermanados por la dignidad, la pasión por la vida, el sentido del honor, el humor y la comprensión, pero divididos por las nacionalidades, la lengua, las etnias o las clases sociales. Por eso, algunos de los momentos más emotivos de la cinta son aquellos en los que se evidencia que es más fuerte lo que nos vincula, como aquellas escenas en que surge la afinidad entre un carcelero y su prisionero. Renoir era un gran idealista y la impresión con la que nos quedamos es con la de que estaba completamente a favor de la condición humana y de hecho, resulta casi chocante que en la película no aparezca ningún personaje negativo. Sin embargo, el autor no era un ingenuo, pues era consciente de que seguiría habiendo guerras y de ahí el doloroso título que alude a que alcanzar un mundo en paz parece una quimera. Dado que Jean Renoir era hijo del gran impresionista Auguste, no es de extrañar la belleza pictórica de las imágenes. Si a esto sumamos la sensibilidad del guión y de las interpretaciones, especialmente las de Jean Gabin y de Erich Von Stroheim, el resultado es una obra maestra.

LOS PUEBLOS MEDIEVALES del Perigord Noir

En lo alto de colinas que bordean valles de frondoso arbolado atravesados por el sinuoso río Dordogne, se alzan impresionantes castillos fortificados que dominan sobre pueblos de piedra que caen en cascada por las laderas. Gracias al profundo respeto que Francia ha demostrado siempre por su patrimonio cultural, estos lugares están tan impecablemente conservados que pasear por sus serpenteantes y empinadas callejuelas nos retrotrae al medievo, cuando ingleses y franceses se disputaban la región. Burgos como Beynac et Cazenac y La Roque-Galleac o bastidas como Castelnaud-la-Chapelle dejan boquiabierto al visitante. El gesto resulta muy oportuno para degustar las delicias de la gastronomía local pues no sólo nos encontramos en la cuna del foie, sino que los sombríos bosques de la región (que justifican el Noir de su nombre) ocultan setas y trufas, que se guisan de muy diversas maneras, como la fantástica salsa perigueux.