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Actualizado: 24 feb 2021 / 17:13 h.
  • Antonio Machado.
    Antonio Machado.

Cuando comencé a plantear, y a documentar, este artículo, lo cierto es que no sabía muy bien cómo establecer, con palabras, la relación existente entre el flamenco y Antonio Machado. La clave, y el arranque, me lo proporcionó una hermosa, sencilla y certera frase de una persona que conoce a la perfección ambos temas, y que ha sido una ayuda impagable en todo ello: Gracia Elena Miranda Balbuena; magnífica, además, compañera de página. Lo que me dijo, fue que «desde las letras del flamenco podemos entender cómo se comprendían las relaciones humanas en la época, algo que está muy presente en la obra de Machado, que situaba la amistad en un recodo privilegiado de la existencia humana». Es la existencia humana, efectivamente, de lo que trata su obra. En toda su magnitud. Tan vinculada en su caso, a Andalucía. Como el flamenco. Así pues, no es de extrañar la imbricación de ambos. Porque, en Antonio Machado, el sentir de su tierra, sus gentes, sus cantes, está muy presente. De lo que, indudablemente, su padre, Antonio Machado Álvarez, «Demófilo», es en buena parte responsable. Frente a la corriente antiflamenquista de los intelectuales de la Generación de 98 ( Eugenio Noel llegó a decir que no había «nada más inmundo que nuestro flamenquismo. Fermento de la descomposición de un pueblo»), Demófilo reivindica, activamente, su grandeza y su importancia, convirtiéndose en el primer folklorista que trata el origen de los diferentes cantes, y recopila sus letras, en esa magnífica obra titulada «Colección de cantes flamencos», que vio la luz en Sevilla en 1881. Que estableció, además, las bases de la Sociedad El Folclore Andaluz, creada «para la recopilación y estudio del saber y las tradiciones populares». Ese amor, esa pasión, esa vivencia del flamenco en su casa, no podía, lógicamente, quedar ajena a la propia concepción de los hermanos Machado, que se convierten en grandes admiradores del flamenco y de artistas como La Niña de los Peines, Antonio Chacón, Manuel Torre, Ramón Montoya, Pastora Imperio, y otros grandes de la época, a quienes podían ver en los cafés-cantante, donde el flamenco salía de lo íntimo (y donde, por ello, según la opinión de Demófilo, corría el riesgo de perder su pureza).

Poemas flamencos antes de ser escritos
La bailaora sevillana Sandra Guerrero en una de sus actuaciones. / El Correo

Van cambiando los tiempos, y no son los únicos, de lo que es buena prueba la celebración del Primer Concurso de Cante Jondo, en 1922 en Granada, todo un hito, tanto por quienes lo organizaron como por quienes actuaron en el mismo, que ambos hermanos vivieron de cerca. Manuel, que lo siente como propio, publica en 1916 «Cante Hondo», un libro magnífico de poemas hechos para ser cantados desde el alma flamenca. Coplas confundidas muchas veces con tradicionales. Tan conocedor de sus métricas, que hasta crea una nueva variante: la soleariya. Antonio, por otra parte, va tejiéndolo en su obra, afirmando él mismo en 1920: «Yo, por ahora, no hago nada más que folckore; mi propio libro será en gran parte de coplas que no pretenden imitar la manera popular inimitable, e insuperable; sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí de común con el alma que canta y sueña en el pueblo». Las coplas populares. Cada una de ellas, como decía Antonio Mairena, «tiene su aroma, su olor a fiesta, a resignación, a drama, a tragedia». Su palo. Por ello los poemas de Antonio lo son, incluso antes de que nadie los pusiera música. Suele tomarse como referencia para su musicalización la década de los 60, cuando Canción del Pueblo, Antonio Cortés (el primero en grabarlos), Paco Ibáñez, o, por supuesto, Serrat, lo cantan, y homenajean. Cantan a la libertad. Pero mucho antes, los flamencos ya les habían puesto voz. Sin codificación formal, sin grabaciones. Alma jonda y coplas machadianas. Cantadas por los y las más grandes, ayer y hoy. Vivas, como corresponde. Con el enorme poder que tiene el flamenco como vehículo de transmisión oral, que es parte sustancial de su grandeza y su historia. Con la universalización de que dota a las letras el poder de la música al complementarlas. Del que podemos disfrutar todos, en cualquier tiempo y época, gracias a las grabaciones que se han ido realizando. En 1969, el mismo año en que Serrat publica su histórico «Dedicado a Antonio Machado, poeta», Enrique Montoya incluye por primera vez dos poemas de Antonio Machado en un disco flamenco: las «Coplas Elegíacas», con música de José María Montoya y Paco de Lucía a la guitarra. Un año después, en su LP «Flamenco romántico», graba dos cantes basados en poemas suyos de Nuevas Canciones («Guadalquivir» y «Sobre el olivar»). Poco después, en 1974, Lola Hisado incluye dos también, en este caso, de “Campos de Castilla”, en su LP titulado «Poetas hondos», con Manolo Sanlúcar a la guitarra. Enrique Morente y Pepe Habichuela, lo cantan por bulerías («Yo escucho los cantos»), poco antes de que Alfredo Arrebola, que ya había cantado a Manuel, lo haga inspirándose en Antonio en«Moneda que está en la mano», a quien dedicaría posteriormente un LP completo. Y no solo ellos. Carmen Linares. Camarón de la Isla. Paco Toronjo. Calixto Sánchez, quien se arranca en 2001 con su «Antonio Machado. Retrato Flamenco», en el canta, y cuenta, la vida del poeta a través de sus versos. Y que ni son, ni serán todos los que lo hagan. Porque, mientras haya hombres, habrá flamenco, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Y, mientras lo haya, habrá Antonio Machado.