Eva Guillamón ha escrito su primer poemario. Y, lo diré ya, debemos celebrarlo.
Este es un libro que se retira, prudentemente, de eso que llamamos poesía de la experiencia y que suele quedarse en el territorio de lo superficial (alguna vez se tropieza con ella, todo hay que decirlo) y no se lanza a los abismos de una poesía inexplicable, inasible o, directamente, incomprensible.
«Quiero oírte decir mi nombre» es un poemario que habla del amor sin acotación alguna, de la injusticia a causa de esa falta de amor que llega hasta el asesinato, del amor amasado alrededor del recuerdo. El resto de asuntos que salpican los poemas no dejan de ser vehículos expresivos como pudiera ser cualquier recurso técnico. El conjunto de la obra nos arrastra a esa ficción que explica la realidad de Eva Guillamón; un mundo del todo inquietante y apabullante.
Divide la autora su obra en seis bloques que van de la falta de nombres hasta el suyo propio (el de Guillamón a modo de autorretrato). Si bien es cierto que la lírica salpica cada línea escrita, es la épica del yo la que ordena ese universo pautando cada paso que nos obligan a dar al leer.
Algunos poemas son más inmediatos de lo deseado. Corresponden a las zonas expositivas que tienen que ver con asuntos ciertos y no con la experimentación con el lenguaje que el escritor está obligado a realizar; corresponden con los temas que aborda la autora sin tomar la distancia necesaria. El bloque titulado «Los que no tienen nombre» es en el que más se acusa este problema. Demasiado evidente esa poesía, demasiado predecible.
Sin embargo, a partir de ese punto, la poeta nos arrastra sin compasión hasta su particular forma de interpretar la realidad. No faltan los recuerdos, las escenas imaginadas o el sexo sin tapujos.