El poeta granadino Federico García Lorca y el cantaor flamenco de la Isla José Monge Cruz no se conocieron por motivos obvios: el primero nació el año en que España dejó oficialmente de ser un imperio, 1898, y murió a manos de los fascistas en el verano sangriento de la guerra civil, agosto del 36. El segundo, en cambio, nació en pleno franquismo de las cartillas de racionamiento ya en cuarto menguante, diciembre del 50, y murió en plena efervescencia de las drogas y de aquel prólogo de fin de siglo que supuso la Expo para Sevilla, julio del 92.
Las vidas de ambos, con dolorosos costurones, abarcan el siglo XX de Andalucía. Y aun con notables diferencias, son muchas más las coincidencias que los han convertido en mitos indiscutibles de esa cultura popular que solo puede dar el salto a la universalización desde la verdad localizada: ambos murieron aproximadamente con la misma edad (38 años tenía Lorca y 41, Camarón; dos chiquillos, que dirían los viejos); el poeta tuvo que luchar contra los miopes estereotipos que lo consideraban un cultivador de la gitanería tópica y no se licenció en su propia generación como un poeta trascendente hasta que volvió de Nueva York; el cantaor, gitano desde la cuna, tuvo que luchar igualmente contra los ciegos estereotipos de un flamenco anquilosado, sobre todo desde que el productor Ricardo Pachón lo juntó precisamente con Lorca en un disco, La leyenda del tiempo, que los más puristas devolvían a la tienda porque aquello no era flamenco, según decían; el poeta había mamado la tradición de su Andalucía oriental y la volcó en una obra protagonizada por la pena negra que en otras latitudes califican de frustración; el cantaor, por su parte, se bebió de un trago la tradición de su Andalucía occidental y la gritó en su propia obra regalada a los vientos de esa misma pena negra que solo entiende el pueblo sufridor. De ambos, en todo caso, han quedado sus voces representantes de esa oscura raíz del grito que el poeta solidificó sobre el papel y el cantaor, en los discos de vinilo.
Por todo ello, ahora que en plena pandemia de la resurrección de las dos Españas volvía a ser recurrente el chiste contra las hablas andaluzas, tomando el idiolecto de una ministra de Triana como trampolín, la secuencia de una serie de TVE tan seguida como El ministerio del tiempo en la que se concitaban en una sala a Lorca escuchando sus propios versos y a Camarón cantándoselos tiene visos de convertirse en uno de esos instantes tan mágicos como inolvidables para la historia audiovisual de este país, y con acento andaluz. Aunque la serie es una obra de Javier Olivares, en esta secuencia participó muy activamente la malagueña Isa Sánchez, una de sus últimas colaboradoras en un equipo de guionistas que prueba muchas posibilidades antes de grabar La guionista andaluza lleva una semana recibiendo más felicitaciones que en toda su carrera.
En la secuencia, el protagonista de la serie, interpretado por Rodolfo Sancho, acompaña a Lorca, de quien hace el actor Ángel Ruiz, en un viaje al futuro, hasta una sala de fiestas granadina en el año 1979, precisamente cuando el de la Isla publicó su disco más revolucionario, La leyenda del tiempo, no solo por sus mezcolanzas con el rock, sino también por las letras rescatadas de los poetas García Lorca, Fernando Villalón (ambos del 27) y el persa del siglo XI Omar Khayyam. El actor que interpreta a Camarón aparece en la serie cantando el poema que da título al disco, sacado de la obra teatral de Lorca Así que pasen cinco años, de 1931: “El sueño va sobre el tiempo / flotando como un velero. / Nadie puede abrir semilla / en el corazón del sueño”. Cuando el poeta se percata de que son sus versos, se muestra alegremente sorprendido, y dice con inconfundible deje granadino: “Ese es mi poema”, y añade: “¿Tanto tiempo después España se acuerda de mí? Entonces, he ganado yo, ellos no”. Así se cerraba el capítulo del pasado martes 19 de mayo, titulado Bloody Mary Hour. La escena corrió al día siguiente como la pólvora por las redes sociales de medio mundo. El autor de la serie, Javier Olivares, confirmaba ayer a este periódico que “aquí termina la historia con estos dos personajes”, pero que entiende “la repercusión”.