Para la mojigata censura de la época, lo más terrorífico de la película que estaba llamada, casi por casualidad, a cambiar la historia del género no fueron esos violines que sonaban a modo de cuchilladas ni los gritos de la joven bajo la ducha, sino que la fuera a dirigir Alfred Hitchcock, a quien la productora Paramount ya le había paralizado el proyecto anterior solo porque requería la violación y el asesinato de una prostituta que no estuvo dispuesta a interpretar Audrey Hepburn. Según cuenta Patrick McGilligan en su documental Alfred Hitchcock: a life in darkness and light, el presidente de la productora, Barney Balaban, voló desde Nueva York hasta los estudios Universal de Los Ángeles solo para mostrar su inquietud por 'Psicosis', una película en la que tenía que aparecer por primera vez en pantalla un váter, justo antes de la famosa escena de la bañera. El famoso urinario de Duchamp, de 1917, era ya un recuerdo demasiado remoto para que los censores estadounidenses no vieran en aquel plano algo insoportablemente indecente. Sin embargo, aunque Hitchcock lo terminó convenciendo de que el váter era imprescindible en la trama de la cinta, tuvo que hacer algo más para que lo dejaran rodar: trabajar gratis durante las tres semanas que duró la grabación de la película y renunciar así a su caché de entonces como director: 250.000 dólares.
A cambio de renunciar a su sueldo, el trato incluía que Hitchcock se quedaría con el 60 por ciento de lo recaudado por una película para la que la productora no daba un dólar. Seis meses después, cuando la película se estrenó un 16 de junio, las colas para verla no solo fueron kilométricas en la ciudad de Nueva York, sino en otras muchas ciudades. Hitchcock se convirtió en millonario (se calcula que ingresó alrededor de 15 millones de dólares) y se permitió el lujo de exigir que ningún espectador pudiese entrar en las salas si llegaba tarde. La película fue la más taquillera de aquel año, solo por detrás de Espartaco, de Stanley Kubrick.