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Actualizado: 15 sep 2015 / 09:35 h.
  • Rancapino padre e hijo cantaron en el Bienalita de la Torre don Fadrique. / El Correo
    Rancapino padre e hijo cantaron en el Bienalita de la Torre don Fadrique. / El Correo

Alonso Núñez Núñez, el célebre Rancapino, de Chiclana, es un cantaor con historia, que un día se contará. Lleva cantando toda su vida, desde que era un niño, y ahí anda todavía, en la pelea, sacándole las últimas gotas de zumo a su batallada voz afillá o ronca, que es lo mismo, dando lecciones de cante jondo. No estamos refiriéndonos a un cantaor de época, una figura de relumbrón, sino a una de esas voces que siempre andan peleando por trabajar y tener un sitio, que el chiclanero siempre lo ha tenido y, a pesar de su merma de facultades, lo sigue teniendo.

Cantaor de referencia que siempre evoca a maestros anteriores como Aurelio Sellés, Juan Talega, Perrate de Utrera, Antonio el de la Carsá o Caracol. Y todo lo ha hecho siempre con un conocimiento admirable y muy buen gusto, templando el cante con maestría, colocando la voz con una rara habilidad y, sobre todo, transmitiendo, que eso es fundamental en el cante flamenco.

Ya es la segunda vez que se mide a su hijo Alonso en Sevilla, en un mano a mano, sabiendo que la juventud y la pujanza de su vástago es algo duro de roer. Pero es su hijo y encima tiene su escuela, es el espejo donde se mira Alonsito, en su padre. A través de él el chaval repasa las mismas escuelas y se faja con los mismos cantes, en los que demuestra su mismo buen gusto y esa facilidad para enamorar al público. Es admirable es amor al estilo de su padre, pero tendrá que ir pensando en forjar poco a poco el suyo, cantar otras letras, ampliar el abanico de palos e intentar tener un sello.

Comenzaron los dos con una ronda por tonás, cantes de fraguas, y fue interesante el contraste de sabores, el de un veterano que saca la voz a borbotones de voluntad y el de un joven que corona bien los tercios y que se permite adornos, melismas, que de eso tiene para dar y regalar. Luego se quedó solo el hijo, con la buena guitarra del jerezano Antonio Higuero, para hacer alegrías gaditanas marca de la casa -despacito, sin brusquedades-, malagueñas, seguiriyas de aire muy sevillano, fandangos y bulerías, además de unos tangos que fueron más una canción dulzona.

Rancapino padre cantó con otra guitarra jerezana, de las buenas también, como es la del joven Miguel Salado, y lo hizo sacando el cante de donde habita el sentimiento, del alma, aprovechando el aire de una manera asombrosa para poder coronar los tercios y acabar colocando una tanda de soleares de enorme enjundia, lo mismo que las seguiriyas, aunque nunca haya sido un seguiriyero largo. En lo demás cumplió, pero en estos dos cantes, el veterano cantaor nos recordó a aquellos otros intérpretes gitanos que, como Juan Talega o Perrate, en el ocaso de sus vidas, sacaban el cante adelante metiendo los riñones para doler.

Los dos cantaron después por bulerías de manera admirable y cerraron juntos una noche de cante de verdad, uno con sus evidentes limitaciones, por la edad y el desgaste del tiempo, y el otro apuntando unas maneras más que esperanzadoras si tenemos en cuenta como está el cante. Si se puede hacer lo jondo con buen gusto, ¿para qué aburrir al personal?

Septiembre es Flamenco. Torre de Don Fadrique. El ayer y el hoy. Cante: Rancapino y Rancapino Hijo. Guitarra: Antonio Higuero y Miguel Salado. Palmas: Tate Núñez y Cepa Núñez. Entrada: Lleno. Sevilla, 14 de septiembre de 2015. Calificación: ****