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Actualizado: 23 mar 2017 / 18:33 h.
  • La actriz sevillana Verónica Morales, una de las que dan vida al proyecto, durante un ensayo de ‘Las dependientas’. / El Correo
    La actriz sevillana Verónica Morales, una de las que dan vida al proyecto, durante un ensayo de ‘Las dependientas’. / El Correo

El pundonor ha matado a más gente que la peste. Entendiendo por pundonor la autoexplotación, el prurito de profesionalidad, el atragantamiento de responsabilidad; ese dar de sí cada día un poquito más, y más, y más; ese afán de superación y resistencia que hace que cuando nos preguntan que cómo estamos respondamos reventado, pero bien. Esto es lo que dice, muy resumidamente, el director teatral Fran Pérez Román, que desde este jueves dirige en la sala La Fundición a las actrices Beatriz Arjona, Verónica Morales, Tatiana Sánchez Garland y Celia Vioque en Las dependientas; un montaje con dramaturgia del sevillano Julio León que no ofrece respuestas. Bastante tiene ya con hacerse preguntas sobre este asunto del que rara vez se habla.

Han sido meses de intensos preparativos para este montaje, como contaba el director poco antes del estreno, y lo que primaba a esas horas eran «las ganas de enseñarlo». Preparativos desde el verano pasado y los tres últimos meses de ensayos incesantes han dejado listo el espectáculo para que la gente se reconozca en él a través de los personajes de estas dependientas con los que se construye el discurso.

El punto fuerte del texto es, dice Fran Pérez, «esa reflexión compartida sobre el agotamiento, sobre ese cansancio crónico que tenemos todos, que siempre que nos encontramos vamos preguntándonos qué tal, cómo estás, y la respuesta es muy bien, cansadísimo, con mucho trabajo, pero bien. Es algo que está presente en toda la obra: queremos ser la persona más divertida en la calle y en las fiestas y tomar una cerveza con los amigos y cuidarlos, y a la familia, y cuidar la casa, y comer mucho, y visitar todos los restaurantes nuevos, pero tener el abdomen de un niño de 18 años. Tenemos una autoexigencia muy alta y queremos ser como una especie de profesionales en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, y eso nos lleva a una insatisfacción perpetua que va in crescendo. La situación de partida son las dependientas, pero al final todos pueden sentirse identificados con los temas de los que se habla».

«Creo que somos hiperútiles y estamos hiperexplotados, pero por nosotros mismos», insiste el director. «No hay nadie que nos diga tienes que hacer más; es una autosugestión en la que nosotros nos decimos que se puede hacer todavía un poquito más. Un día, volviendo de trabajar, una chica escuchó en el autobús a una señora que decía yo ya no puedo más. Y la señora con la que hablaba le respondía siempre se puede más. De hecho, esa frase está en el texto. Además, coincidió que cuando estábamos dándole vueltas a esto apareció un libro revelador que se llama La sociedad del cansancio, de un filósofo coreano-alemán [Byung-Chul Han], y hablaba de eso: de cómo la sociedad ha pasado de un momento en que la explotación estaba en el otro a ser cada uno de nosotros los que estamos poniendo nuevos límites. Como que si no explotas al máximo todo tu potencial y todas tus habilidades estuvieses siendo negligente contigo mismo. Si te paras a pensarlo, es un poquito diabólico. Ese libro decía que si el agotamiento es el síntoma de la explotación, la pereza es el antídoto y el saber pararnos de vez en cuando nos permite pensar con más claridad y focalizar la energía».

A partir de aquí, cada cual sacará sus propias conclusiones, pero no será porque se las dicte el discurso teatral. «En la obra no hay ninguna respuesta», recuerda. «Es una reflexión compartida. Y además, para nosotros era muy importante que el espectáculo no tuviese una carga moral. Primero, porque nosotros mismos, desarrollando este proyecto, nos hemos visto totalmente dentro de ese poder siempre un poco más».