Facebook Twitter WhatsApp Linkedin
Actualizado: 03 jun 2022 / 08:24 h.
  • El verso de Emilio Gavira: antes de que el tiempo lo alcance

Emilio Gavira nació y se crio en el mismo solar que, cinco siglos atrás, acogió la atalaya que dio origen a Los Palacios –la historia de Villafranca vino después- y que sus antepasados dieron en llamar el Castillo, el de aquel Pedro I El Cruel que aquí dominaron los duques de Arcos. Desde esa simbólica altura en un pueblo tan llano, Gavira fue observando con tremenda sensibilidad la tierna orografía no solo de estos paisajes marismeños, sino también la de su propio corazón, sin atreverse nunca a componer un poemario completo con su nombre en la portada. Seguramente le tuvo siempre tanto respeto y admiración a los escritores que empezó a degustar desde niño –desde Felipe Cortines Murube hasta Joaquín Romero Murube- que jamás vio el momento oportuno de regalar su propia poesía, que no acostumbró a trazar en versos, sino en cuadros, pues la conocida afición de este amante de la música fue desde siempre el pincel. Seguramente las crecientes ausencias de sus seres queridos, el crecimiento de sus nietas y la capacidad compiladora del sagaz lector que ha sido siempre lo han empujado a reunir en un libro, exquisitamente autopublicado en Ediciones Pangea, los versos fundamentales que le han brotado del alma en cuanto se le ocurrió el título: Ahora que el tiempo nos alcanza.

Maestro primero y luego funcionario en la propia Consejería de Educación, Gavira fue, desde los años de la Transición, un dinámico entusiasta de la cultura de su pueblo, y no en vano participó activamente en las primeras revistas y hojas volanderas de la época, como Acequia o El Soberao, la publicación del desaparecido Ateneo de Los Palacios y Villafranca que en la última década ha resucitado en una segunda época. Atento lector de cuantos poetas del entorno vinieron alguna vez por la localidad, fue él quien presentó en diversos actos a personalidades de la talla de Antonio Murciano, Jacobo Cortines, Fernando Quiñones o José Manuel Caballero Bonald, entre otros.

Desde 2017, fue componiendo poemas originales o procedentes de anteriores textos incluso en prosa que él mismo fue cosechando de cuantas publicaciones diseminadas habían sembrado la última historia cultural de su pueblo. Y en plena pandemia, terminó de decidirse a componer este poemario que ahora lo convierte en un poeta novel aunque en el fondo no lo sea.

Ahora que el tiempo nos alcanza no es solo un poemario sobre el asunto por antonomasia de la lírica de siempre, sino un cuadro inasible que trata de pintar el tiempo real –el que el ser humano advierte a un lado y otro de su propia existencia, todopoderoso- sobre la suave partitura que todo poeta de raza se ha ido canturreando a sí mismo en soledad, unas veces con notas concretas, otras con el lánguido brochazo que siempre ha de renunciar a ser definitivo por esa misma razón, tan misteriosa, de que nos arrojen a la vida sin decirnos hasta cuándo.

Homenaje a sus poetas

No solo por el guiño del título, sino también por esa segunda persona con la que el poeta adulto dialoga con el niño que fue, el poemario de Gavira es profundamente cernudiano, que es como decir que su poesía irradia de ese crisol hispano cuya luz viene de Manrique, fluctúa por Garcilaso y los místicos y desemboca, tras irradiar en el patio machadiano, en un amplio estuario llamado del 27... El poeta se explica a sí mismo mirándose en el espejo de su ingenua –frágil, grácil- infancia: “Ya entonces gustabas de la soledad, / del silencio, y eras dichoso, / te sentías seguro en aquel apartamiento / de paredes jabelgadas y rosales trepadores (...) / No sabías, no podías saber entonces / que el tiempo acosa nuestras vidas, / delatando con crueldad inusitada / las quimeras que un día fueron nuestros sueños”. También es cernudiana esa imaginación poética que le hace viajar sobre su propio pasado por la senda que nunca se ha de volver a pisar, convirtiendo así el canto de un tiempo irrecuperable en una profundísima autoelegía: “Si pudiéramos volver a jugar ufanos / en aquellos corrales de malvas y ortigas, / recuperar el balón de badana que un día / perdimos por encima de las viejas tapias”. Si pudiéramos; el poeta, nosotros. “Si pudiéramos, en fin, evitar / que aquellos días de flores / y de ilusiones se vayan sumiendo / inevitablemente en el oscuro vórtice / implacable de las aguas del tiempo / y del olvido, el fragor hostil de la vida / sería, tal vez, más soportable”.

Lector agradecido de Bonald, de Gil de Biedma, de José Hierro y hasta de Leopardi, las citas y los homenajes se reparten dadivosos por las páginas del libro: desde el patrón de nuestra poesía, San Juan de la Cruz, hasta Manuel Bandeira, ese brasileño que deja fluir su palabra, también, por los ríos de Manrique, pasando por Ricardo Molina o el mismísimo Cervantes, tan inspirador como para atreverse con el soneto quijotesco... Especial apartado le concede a dos poetas muy suyos y de aquí: Joaquín Romero Murube, de quien recuerda su propia relación con otros poetas mayores desde aquella atalaya de luz que fue su Alcázar; y Manuel de Fora, poeta de arrozales que se quedaron tan solos “sin nadie que les cante”.

El primer poemario de Emilio Gavira se presenta esta tarde en la peña flamenca El Pozo de las Penas del municipio, a partir de las 20.30 horas.

ETIQUETAS ►