Fiel a sus fieles lectores, el escritor Xavier Bosch se encuentra, a las puertas de un nuevo Sant Jordi, recorriendo Cataluña para presentar su último y ambicioso título, «32 de març», que ambienta en París, la mejor ciudad del mundo para él, en una historia con varias capas.
Formando parte, a partir de ahora, del catálogo de Univers, junto a la editora y amiga Ester Pujol, explica en una entrevista con EFE que en su voluminosa novela aborda la «herida de Europa que es la Segunda Guerra Mundial», pero también se detiene en homenajear el vínculo que se establece entre abuelas y nietas, sin olvidar -como ya ocurría en otros libros suyos- que «la verdad está sobrevalorada».
La narración transcurre en la capital francesa, en el año 2008, cuando allí se inaugura una importante exposición fotográfica, que visita un fotoperiodista catalán, con raíces francesas, que acaba residiendo en la habitación de un piso en el empinado barrio de Montmartre, donde vive Barbara Hébrard, una agente literaria, que se ha instalado allí, donde antes residía su abuela Margaux, huyendo de un mal matrimonio.
El lector seguirá la relación de este fotógrafo, llamado Roger, con Barbara, no siempre fácil, y también se adentrará por el París de la ocupación alemana, en los años cuarenta del siglo pasado, cuando Margaux era una adolescente.
Advierte Bosch, que no se trata de una novela histórica, ni tampoco ha escrito la obra para resarcir la historia.
«Yo -argumenta- me aprovecho de la historia para advertir al mundo de que aquello que pasó hace ochenta años puede volver a ocurrir según cómo lo hagamos. De hecho, mientras acababa de escribir la novela, a Putin se le ocurrió invadir Ucrania de una manera muy similar a como el ejército alemán invadió más de media Europa».
Lo que ha querido, también, es denunciar «los peligros de la propaganda, el blanqueo de la extrema derecha, porque ello comporta unas consecuencias y ya sabemos cuáles son, pero no les hacemos suficiente caso. Trato sobre la propaganda convertida en una arma de seducción masiva».
En este pasar de la historia general a los detalles de la vida cotidiana de sus protagonistas, con personajes que buscan la verdad de sus ancestros, Bosch se pregunta: «¿Lo sabemos todo de nuestros padres, de las personas a las que queremos? Me da la impresión de que no. Y quizá es una suerte, en algunos casos, no saberlo todo, cuando la verdad es un peligro».
Al novelista le ha interesado que hubiera un juego de espejos entre el fotoperiodista actual que aparece en la obra y los que actuaron en los años cuarenta porque «lo que no puede ser es que solo se encuadre una parte de la realidad y se esconda otra, porque eso acaba siendo periodismo al servicio de una causa perversa».