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Actualizado: 02 jun 2018 / 20:11 h.
  • «Escribo sobre un tema que no le gusta a nadie»

El entrecomillado que titula esta página no es de Juan Gelman, sino del poeta chino Po I-po. El poeta argentino se lo tomó prestado hace cerca de cuarenta años para encabezar Bajo la lluvia ajena, un retrato espeluznante del horror visto desde la lucidez. El destierro, la ausencia, el desgarro... contados por alguien que no había conseguido morirse de la pena y que, por tanto, cuajó una obra de arte en la que le iba el pellejo. En esta edición de Libros del Zorro Rojo, a los párrafos de Gelman se le unen los aguafuertes que su paisano Carlos Alonso grabó durante su exilio en Roma y que habían permanecido inéditos durante treinta y cinco años. Ambos compartían tragedias similares, entre ellas que familiares suyos habían sido secuestrados y asesinados por la dictadura y que los dos habían tenido que irse.

Si la belleza tiene un no sé qué de eternidad, parece ser que el dolor también goza de ese mismo privilegio: Gelman murió hace ya cuatro años, tras una vida aceptablemente longeva (había nacido en 1930); Alonso cumplirá 90 años el próximo febrero. Pero el libro que entre ambos se pone en pie parece que fue hecho ayer, y que su tinta, la de las palabras y la de los grabados, supura fresca aún de las heridas. «Yo no me voy a avergonzar de mis tristezas, mis nostalgias. Extraño la callecita donde mataron a mi perro, y yo lloré junto a su muerte, y estoy pegado al empedrado con sangre donde mi perro se murió, existo todavía a partir de eso, existo de eso, soy eso, a nadie pediré permiso para tener nostalgia de eso», dice en uno de los veintiséis fragmentos de esta obra dramáticamente subtitulada Notas al pie de una derrota. Y sigue: «¿Acaso soy otra cosa? Vinieron dictaduras militares, gobiernos civiles y nuevas dictaduras militares, me quitaron los libros, el pan, el hijo, desesperaron a mi madre, me echaron del país, asesinaron a mis hermanitos, a mis compañeros los torturaron, deshicieron, los rompieron. Ninguno me sacó de la calle donde estoy llorando al lado de mi perro. ¿Qué dictadura militar podría hacerlo?». La objetividad es expropiable, y a uno le pueden arrebatar la casa y el trabajo; pero el lugar donde uno tembló «contra los muros del amor», eso está fuera de la capacidad de expolio de ningún general con la gorra así de grande.

Y de eso va el libro. Juan Gelman estuvo exiliado en Roma entre 1975 y 1989, y allí escribió estas reflexiones poéticas que vieron la luz en 1984 y que nacieron bajo la losa sepulcral de su hijo Marcelo y su nuera María Claudia, secuestrados y asesinados por el régimen. Para colmo de males, él, que había estado con los Montoneros, rompe con estos guerrilleros izquierdistas y en correspondencia ellos lo condenan a muerte. El naufragio no puede ser mayor. Carlos Alonso, que había sido comunista de carnet desde los dieciséis, sufrió atentados, persecución y la desaparición de su hija Paloma cuando la extrema derecha de uniforme tomó plaza en Argentina. El novelista Alejandro García Schnetzer, encargado del prefacio, recuerda que Gelman se pasó sin poder escribir los primeros cuatro años de su destierro, y que este libro fue algo así como su primera habla postraumática. Y ya es curioso que los aguafuertes de Alonso no fuesen hechos expresamente para esta obra, sino que siguieran un camino parecido al del poeta, un rumbo propio pero coincidente, porque al final él sintió que de algún modo sí que había ilustrado el libro, «porque las preocupaciones, el sentimiento, incluso las metáforas que yo trabajaba entonces, eran coincidentes con las de Juan», llegaría a decir. Y escribe García Schnetzer: «Las vidas de Carlos Alonso y Juan Gelman son como dos ríos que paralelamente discurren; han compartido y comparten verdades, convicciones, voluntades; han conocido persecuciones, tragedias, exilios. A su modo, cada cual supo integrar esas experiencias al orbe de sus creaciones; entre ambas obras existen correspondencias, consonancias. Su reunión en este libro viene a añadirse a las muchas afinidades que fue urdiendo el tiempo».

Algunos de los fragmentos se extienden más allá de un par de páginas, pero la mayoría de ellos apenas suman unas pocas líneas. «Serías más aguantable, exilio, sin tantos profesores del exilio, sociólogos, poetas del exilio, llorones del exilio, alumnos del exilio, profesionales del exilio», comienza uno de ellos. En otro dice, con un tono más cercano casi al diagnóstico médico que a la pena poética, que la gente no debería ser arrancada de su tierra por las malas, porque, a diferencia de lo que sucede al nacer, cuando a uno le cortan el cordón umbilical y santas pascuas, al desterrado nadie les «corta la memoria». «Soy una planta monstruosa», prosigue. «Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol».

«Escribo sobre un tema que no le gusta a nadie. / Tampoco a mí. / Hay temas que no les gustan a nadie», apunta Juan Gelman poniéndolo en boca del poeta chino. Explica la editorial Libros del Zorro Rojo que en Bajo la lluvia ajena las preguntas se suceden: «¿Será la soledad, que no tiene discurso? ¿En qué lengua podría hablar la soledad? ¿Hasta dónde este exilio exterior coincide con otro más profundo, interior, anterior?», y postula el deber de la memoria desde una lucidez que hace aún más trágico su espanto. Para esa memoria están los libros. «El pasado fue un continente que alguna vez descubrirán».