Antonio Germán Giráldez Sánchez-Gey (Cádiz, 1981) tiene nombre de marqués, de los compuestos que tanto gustaban antaño. Pero, nada más lejano a su heráldica, Tito Pa, como lo conocen sus amigos y familiares -apelativo cariñoso por no saber pronunciar Antonio Germán de pequeño-, es un arquitecto docente sencillo, irónico, como buen gaditano. Aunque en tierra sevillana, rompiendo mitos. Abre su corazón en la entrevista más personal que ha concedido a los medios hasta ahora tras la publicación de su novela Los recuerdos de mis fuerzas, en la editorial Círculo Rojo.
Como él mismo dice en su libro, “El Alzheimer es una enfermedad muy dura en la que se viven momentos de todo tipo (...) y en este camino, la pequeña ayuda que podamos ofrecer siempre es buena”. Él ofrece la de su padre.
P- Parece que después de tantos años entre maquinaria, te has decidido por la docencia, como hizo tu madre.
R- Sí, Ezequiel, siguiendo los pasos de mi madre, mi abuela materna y mi abuelo paterno. Mi familia tiene más tradición docente que tradición técnico industrial.
- Resaltas en muchas entrevistas a tu abuelo José Manuel, Teniente Coronel del Ejército de Tierra. ¿Qué le hacía especial, además de tener una cátedra en la Complutense?
La cátedra a mí me coge muy lejos. Para mi es mi abuelo Manolo, con el que me seguía yendo una vez al mes a comer a algún restaurante a charlar de nuestras cosas. Él escribía todos sus pensamientos, publicó varios libros, hacía grandes esfuerzos por poder enseñar a los demás, etc. Y, además, mi abuelo.
- ¿Qué echas de menos de tu Cádiz del alma?
El mar y el viento. El viento me gusta mucho, me refresca, me guía, y hasta me vuelve loco cuando hace falta. Vamos a quedarnos con eso.
- ¿Marcó tu experiencia en Gales tu forma de ver la vida?
Mi estancia en Gales fue una gran experiencia que también forjó mi persona actual. Como todos los lugares en los que he vivido.
- Pasemos a la novela. El Alzheimer ¿cómo lo encaja un hijo al enterarse de la noticia?
Me cogió en Gales concretamente. Lo encajé desde la preocupación y desde el desconocimiento absoluto. Lo que sabía eran detalles mínimos, lo típico, pero nada en profundidad. Lo vi como una faena muy grande para mis padres porque él, tras toda la vida con la maleta de un lado para otro, cuando se jubila para estar en Cádiz con su mujer... “pon” le cae esto encima.
- Sé que has querido ser de ayuda con este particular diario junto a tu padre para todos aquellos que están o han estado en tu situación. ¿Cómo está acogiendo la sociedad tu libro?
Bastante bien, mejor de lo que me esperaba. Estoy muy agradecido por cómo están tratando esta bonita historia. Ha llegado a muchos por estar contado de una manera sencilla y cercana, está ofreciendo esa ayuda que pretendía.
- Ante una enfermedad grave, nuestra sociedad tiende a mostrar lástima. Soy de los que opina que la lástima, mata. ¿Opinas lo mismo?
La lástima ciega, no te deja avanzar. Además, la usamos de excusa para justificarnos y así coger una postura victimista antes los problemas que no soluciona nada. “El probrecito...” ¡cuánto daño hacen esas palabras! Se tiene que hacer un esfuerzo en aceptar la dificultad para poder trabajarla.