Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 12 sep 2016 / 23:16 h.
  • Andrés Marín en ‘Carta Blanca’. / La Bienal
    Andrés Marín en ‘Carta Blanca’. / La Bienal

Una de las singularidades que distinguen al flamenco es su capacidad para aunar tradición y modernidad. En esta propuesta Andrés Marín, artista inquieto donde los haya, lleva esa condición a su máxima expresión hasta conformar un espectáculo trasgresor que hunde sus raíces en la tradición y la cultura popular.

Gran aficionado al cante, Marín arropa su baile con un magnífico entramado musical que indaga en las raíces folclóricas del flamenco, aunque lo acompaña con instrumentos que le son ajenos, como la guitarra eléctrica, la batería, la zanfoña y el clarinete. Con ellos la música consigue recrear una atmósfera vanguardista y trasgresora, aunque en realidad los cantes llevan a cabo un recorrido clásico que comienza por las soleares que cantan José Valencia y Segundo Falcón, sigue con el Pregón de Macandé, una pincelada de taranta y una la canción popular, Los Cuatro Muleros que canta Falcón. Acto seguido José Valencia rememora la cultura rural con un cante por trillas que culmina con una asturianica instrumental con la que el clarinetista Javier Trigos incide en las raíces celtas del folclore asturiano.

Hasta ese momento el baile es una sucesión de figuras entrecortadas con las que el bailaor dialoga con la música con la libertad creativa que le caracteriza, incorporando algunos elementos de danza contemporánea en el movimiento de brazos y manos, aunque siempre sujeto al compás, con un taconeo tan virtuoso como rotundo y arriesgado, mientras subraya su indagación folclórica con algunos elementos de atrezzo y vestuario, como unos grandes cencerros, un sombrero de paja o una careta que nos trae los aires del carnaval. Pero curiosamente, aunque todos esos objetos forman parte de la cultura popular, recrean una atmósfera surrealista, un espacio escénico sumamente inquietante que poco a poco va cediendo su carácter trasgresor al disfrute del flamenco más clásico. Pero antes, y como elemento de transición, Andrés nos brinda un curioso baile por farrucas y Segundo Falcón nos deleita con una canción popular sudamericana la que imprime aires de vidalita. Todo ello prepara el terreno para el romance, que José Valencia canta con el dominio del compás lebrijano que le es propio, y que Andrés baila con un derroche de gracia y virtuosismo. Era difícil hacer subir el ritmo del espectáculo a partir de ahí. Tal vez por ello el bailaor se decanta por un momento intimista, en el que se da el gustazo de cantar a capela una letra por soleá, para acto seguido ceder el protagonismo a la saeta, que da pie la soleá apolá, la soleá de Cádiz y y la caña con aires de policaña que Segundo Falcón colma de melismas y florituras vocales que se pierden en el último número, en el que Andrés, con valentía y generosidad, cede el protagonismo a la música y, platillos en mano, funde su movimiento corporal con la guitarra eléctrica y a la batería de Daniel Suárez, a la búsqueda de un impacto sonoro que puso al público de pie nada más terminar.

Calificación: ****.

FICHA:

Obra: Carta Blanca. Lugar: Teatro Central, 11 de septiembre, Bienal de Flamenco. Coreografía y baile: Andrés Marín. Cante: José Valencia Segundo Falcón. Guitarra Flamenca: Salvador Gutiérrez. Percusión: Daniel Suárez. Clarinete: Javier Trigos. Zanfoña, guitarra eléctrica: Raúl Cantizano.