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Actualizado: 30 dic 2020 / 12:58 h.
  • La Baja Andalucía ante el espejo de Juan Marsé

El último libro de Juan Marsé (Barcelona, 1933-2020), póstumo por tan solo unas semanas, se titula Viaje al Sur. Pero podría haberse llamado Andalucía, perdido amor, que fue el título con el que él lo entregó, bajo el seudónimo de Manolo Reyes, a la editorial que se lo había encargado, Ruedo Ibérico, para retratar -con esa crudeza próxima a la objetividad y que la censura franquista había diluido por completo- el sur del país en una colección que iba a llamarse España hoy. Pero, sobre todo, el libro podría no haberse publicado nunca. De hecho, las vicisitudes de este libro perdido del autor de Últimas tardes con Teresa le hubieran dado para otra novela si él no llega a morirse precisamente revisándolo a comienzos de julio de este año inolvidable.

Cuando este manuscrito volvió a sus manos, pasado a limpio y maquetado, casi sesenta años después, la editorial que iba a publicarlo en 1963 (o 1964) lo había dado por perdido después de poner mil excusas más allá de las económicas, e incluso había desaparecido ahogada por las deudas a mediados de los 80; los folios mecanografiados habían sido adquiridos por el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam; la agente literaria de Marsé, Carmen Balcells, había viajado hasta la capital de los Países Bajos en su busca; y hasta un sobrino del acompañante del escritor en aquella aventura sureña, Antonio Pérez, había investigado sin éxito el paradero de un manuscrito del que hasta el propio autor se había olvidado tantas décadas después, cuando ya se había convertido en uno de los referentes de la nueva novela contemporánea y había ganado suculentos premios que no le habían hecho perder, sin embargo, esa esencia de escritor obrero y autodidacta desde sus humildes orígenes de una Barcelona a la que convirtió en paradigma de urbe moderna y doliente en el mapa de la literatura universal.

Sería en 2012 cuando el biógrafo de Marsé, Josep Maria Cuenca, revisando papeles sin clasificar del escritor, encontró la carpeta con una primera versión del libro. Y en 2019, la directora de Lumen, María Fasce, que había comprado los derechos de edición, se la encargó a Andreu Jaume, que es quien cuenta todo ese proceso en la exquisita introducción a un libro no menos exquisito: entre la crónica de viajes, la denuncia sociopolítica, el diario personal y el reportaje escrito desde el envés de aquellas hojas perfumadas que habían redactado los románticos extranjeros al viajar por estos mismos lugares del abandono español.

De Sevilla a Sanlúcar

La aventura, junto al fotógrafo Alberto Ripoll Guspi y el propio Antonio Pérez, tuvo lugar entre el 29 de septiembre y el 26 de octubre de 1962, el año en el que arrancaba el Concilio Vaticano II, explosionó la novela latinoamericana y Franco acudía a los funerales por los ahogados en una riada del Vallés, referencia periodística que Marsé va anotando –junto a otros titulares de la prensa de la época- en el comienzo de cada capítulo. El viaje arrancó en Sevilla, en la puerta del Palacio de las Dueñas, del que Marsé hiere con el contraste entre el recuerdo de Machado y la frivolidad de unos sirvientes en la palacio de la Cayetana que solo conocen a José María Pemán, de quien Hugh Thomas había recordado en La Guerra Civil española –publicado el año anterior (1961) en Ruedo Ibérico, en español- cómo había bautizado a Queipo de Llano en un ardiente discurso junto a Franco como “la segunda Giralda”. Marsé retrata, con esa ácida prosa impresionista que había de mantener en sus novelas, el ambiente del Real Círculo de Labradores y Propietarios, donde “no se puede entrar sin corbata” y termina en El Cerro del Águila, aquel día en fiestas por su Virgen de los Dolores, aunque él continuara describiendo los corrales de vecinos antes de continuar el viaje hacia Jerez.

En la ciudad del Tío Pepe, donde todo se cuece en las bodegas, Marsé es recibido por el flamencólogo Juan de la Plata y un joven Manuel Ríos Ruiz, que le da a leer sus primeros versos “celestiales”, al decir del cronista, harto ya entonces de esa poesía arraigada que había florecido no solo en Andalucía pero especialmente aquí.

Por los campos de algodón, llenos de campesinos por caminos polvorientos, “mujeres que tienen manos de hombre, y niños con cara de viejo, con una voz y una gravedad de viejo, y muchachas con pantalones de pana debajo de la falda”, el escritor llega a Sanlúcar de Barrameda, donde conversa con el poeta y bodeguero Manuel Barbadillo. Tras soportarle su egocetrismo de poeta local, el cronista catalán tiene la esperanza de que lo invite a langostinos, pues “nos habían informado de que el buen hombre practica tal gentileza con todos cuantos lo visitan y halagan su vanidad de escritor. Pero por lo visto no se la hemos halagado lo bastante, porque no nos invita. Otra vez será”.

Es en Sanlúcar, antes de perderse por sus tabernas, cuando Marsé se interesa por la escolarización de los niños, que aquí y en el resto del viaje se dedican a labores del campo, a vender lotería y a ser maleteros de los turistas. En el perdido tren de la costa, Marsé pasa por Chipiona, camino de Rota, donde se detiene un par de días para analizar desde sus tabernas y prostíbulos ese fenómeno de americanización tan bien recibido entre la gente moza del lugar, siempre aspirante a salir de la miseria casándose con un americano de la Base.

Alberti, desconocido en El Puerto

Es delicioso el capítulo dedicado a El Puerto de Santa María, donde el escritor utiliza la pregunta de dónde nació Rafael Alberti para entablar conversación. La sorpresa es que allí solo conocen a Muñoz Seca y a José Luis Tejada. Interesantísima es la conversación que mantiene con un jesuita del colegio donde había estudiado el autor de Marinero en tierra, rompiendo tópicos y demostrando el poder de la Compañía.

Igualmente interesantes son sus conversaciones con gente de Cádiz, Chiclana y Vejer, antes de aterrizar en la paupérrima Barbate de Franco, en cuyo barrio chabolista de El Zapal hace Guspi algunas de las fotos más tremendas y bellas del libro, que atrapa ya al lector con su prosa chispeante y llena de diálogos realistas hacia Tarifa, Algeciras y luego a Ronda, ya por tierras malagueñas donde el escritor no pierde oportunidad no solo para conceptualizar algunos de los personajes de sus propias novelas a partir de entonces (La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, etc.), sino para retratar las realidades que habían manoseado los románticos británicos desde un siglo antes y que la propaganda franquista, entonces, había transformado en el estandarte de un país al que le quedaba mucho más de lo que pensaba para salir de esa dictadura en la que el turismo se utilizaba como tapadera de una imagen y un fondo absolutamente desoladores.