En semanas pasadas se han celebrado en Sevilla, sendas mesas redondas –una en el Aula Magna de la Facultad de Geografía e Historia, organizada por el Ateneo Republicano de Andalucía (ARA)- y otra -un diálogo en el CICUS- que han tenido a los periodistas y al papel de la prensa cultural en los tiempos que corren, como protagonistas.
Y es que resulta que nosotros, los que estamos al otro lado de la barrera de los acontecimientos, tenemos mucho que decir respecto a lo que está pasando cada día -y lo que es peor, dándonos cuenta y sin apenas reaccionar- de que lo que está ocurriendo no es otra cosa que la extinción de ese modelo que antes de que un virus lo trastocase todo, se ejercía en las redacciones y se insertaban en las páginas de los rotativos, entre las noticias políticas, económicas, sociales o de cualquier otra índole, sin que necesariamente tuvieran que tener secciones fijas aunque lo normal es que la tuvieran –como la periodicidad también- cosa que sí ocurría en los suplementos dominicales, en las publicaciones de tipo “magazín”, en los programas radiofónicos, en los noticiarios televisivos y en otros medios que eran alternativos (como internet, youtube, etc.), y que son precisamente no sólo los que están acabando con las ediciones en papel, sino haciendo desaparecer la cultura ante la injerencia de cualquier aficionado o incluso analfabeto (en el sentido de no tener la formación suficiente) para lo que envía o comenta y sobre todo difunde todo lo que le llega, sin filtro alguno.
No. No es eso, no todos los que nos dedicamos al PERIODISMO CULTURAL debemos tener másteres, doctorados, licenciaturas, cursos en línea, etc., como tampoco la información que se redacta a los medios debe estar dirigida a esos lectores. Ocurre que hemos caído en la perversión que supone, que cualquiera puede opinar de todo, y como ocurre en las O.N.G. y en tantas otras cosas, la prensa se hace por cualquiera y sobre todo si es una especie de Voluntariado.
Por otra parte está el hecho cierto, que nunca va a ser igual el impacto de cualquier sensacionalismo, las amenazas de una Guerra Mundial, del Cambio Climático, etc., ante la reseña de un libro o el comentario de una exposición y máxime si aquella se destaca o se pone al lado o en un lugar casi invisible por el tamaño (tipo) de letra.
Los primeros ejemplos de periodistas a los que me he referido al principio, por decirlo de algún modo, trabajan -o colaboran sin cobrar, o una miseria- en medios alternativos como pueden ser los periódicos digitales, revistas, publicaciones y canales colaborativos, que se sustentan gracias a los suscriptores, a subvenciones de partidos políticos, sindicatos, cuotas de asociaciones, procedentes de grupos empresariales (encubiertos o no) o particulares, ya que la publicidad que reciben -en el caso que la tengan, porque difícilmente unas cabeceras donde se cuestiona al poder– es casi nula, y por tanto, la mayoría de los colaboradores lo hacen románticamente, o como suele decirse “por amor al arte”.
Estos reporteros, que proceden de las facultades de comunicación y de otros lugares incluidos el autodidactismo, vienen –venimos a ser- algo así como la RESISTENCIA PERIODÍSTICA, una especie de MILITANCIA y ACTIVISMO, o unos mártires y héroes según se mire, sólo que cada vez somos más minoritarios.
Los segundos -independientemente de que sean analógicos, digitales, se lean en papel, en teléfonos o pantallas de plasma- suelen adscribirse a grupos mediáticos que tienen sus redes incluso en multinacionales, aunque esto tampoco garantiza su lectura a no ser que verdaderamente sean unos magníficos escritores que desde luego los hay, o unos mega-estrellas elevados por sus propios méritos, esfuerzo, o de cualquier otra manera.
Esto no quiere decir que los otros –nosotros- no hagamos lo mismo y nos esforcemos cada día por hacer nuestro trabajo con dignidad, con o sin el reconocimiento debido, cuestión esta última que se logra apenas.
Y si al periodismo, a la crónica y a la información cultural en general considerando libros, cine, teatro, música,..., se le dedica poco espacio, de entre todos, parece que el arte es el que se lleva la palma en cuanto a la casi nula repercusión de las Exposiciones, limitando la inserción de la noticia al sensacionalismo de cualquier “boutade”, la máxima chorrada de barraca de Feria, ...o simplemente porque su nombre y su obra al fin, aparecen en los Obituarios.
No puedo hablar, o mejor, no debo, de otros asuntos que se salen del ámbito del Arte, por lo tanto me limitaré a expresar públicamente lo que se comenta en cualquier exposición a la que asistamos: el que difícilmente la noticia de una exposición o de un autor concreto ocupará la portada y ni siquiera las páginas interiores –no digamos las centrales ni la contraportada- y de hacerlo, o es un consagrado, o lo es la entidad que lo patrocina, el Centro artístico de referencia, los Comisarios que se han encargado de organizarla, los Gabinetes de Prensa internos o externos, las Agencias de Prensa que distribuyen las noticias, o la de aquellos que se han sabido mover previamente para que se incluya en un artículo o al menos en la Agenda del día.
Otra manera de ascender a las páginas de los rotativos digitales o en papel, es sencillamente y como decíamos antes, porque se ha muerto.