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Actualizado: 21 ene 2018 / 21:26 h.
  • El sevillano Alberto Corral, con los elementos de su juego dedicado a ‘Miguel Strogoff’. / El Correo
    El sevillano Alberto Corral, con los elementos de su juego dedicado a ‘Miguel Strogoff’. / El Correo

En su tarjeta dice diseñador de artes gráficas, pero cada vez le gusta más que lo llamen creador de juegos. Nacido en Sevilla en 1972, se declara apasionado desde chico por las dos maravillas que concurren en esta idea: jugar y leer libros de aventuras. El resultado, este Miguel Strogoff (Devir) que recupera para la infancia a un Julio Verne secuestrado demasiado tiempo por esas chiribitas electrónicas cuya noción de placer consiste en cargarse al mayor número posible de enemigos. Que ello sea una puerta de entrada a la literatura para quienes aún no la han gozado es otra de las aspiraciones de Alberto Corral.

—¿En qué se diferencia su juego de los demás?

—Hay varios rasgos distintivos. El primero, que lleva el título de Miguel Strogoff y que lleva indicado que es una adaptación de una obra de Julio Verne. Quien tenga algún bagaje literario y le gusten las novelas de aventuras, eso ya es un punto a favor para que se interese por él, a favor del juego. Es cierto que es difícil competir con tantos productos como hay, pero bueno, el nombre ya parte de una licencia poderosa, por decirlo así.

—Hacerlo le ha llevado cinco años. ¿Cómo fue el proceso?

—Realmente, no son cinco años continuos trabajando. Lo que pasa es que siempre, cuando diseñas un juego de mesa, vas pasando varios prototipos, vas probando muchas cosas, porque un juego no sale de primera hora, sino que tienes que ir corrigiendo hasta que consigues un equilibrio entre dificultad de reglas y diversión. Una vez que tienes un prototipo, lo tienes que probar con varios grupos de gente para ver qué sensaciones le transmite a todo el mundo, y luego le tienes que hacer una serie de cambios? Total, que pasa por un proceso largo hasta la versión final. Es una labor de volver a iniciar una y otra vez el proceso.

—¿Qué es lo más difícil?

—Quizá, encontrar ese punto de diversión que necesitan todos los juegos. Porque muchas veces los autores nos empeñamos en que un juego funcione como un mecanismo de relojería, que no falle nada, que no se descompense a favor de ningún jugador y de ninguna situación, y cuando lo tenemos terminado resulta que se nos olvidó hacerlo divertido, que es la esencia de un juego de mesa.

—¿Qué juego clásico te parece mejor conseguido?

—Diría que el ajedrez. Si nos vamos al parchís o la oca, son juegos que tienen demasiado azar como para que realmente supongan un desafío al jugador que busca algo más. Una característica de los juegos de mesa modernos es que huyen un poco de ese azar tan grande que había antes, cuando todo se basaba en tirada de dados.

—¿Fue por eso por lo que decayeron un tiempo?

—Yo creo que sí. Se agotó la fórmula de tablero circular tipo Monopoly, porque muchos juegos ya eran como una especie de clon de sí mismos, simplemente un recorrido circular, tiro el dado, me paro en la casilla y a ver qué me pasa. Y esa fórmula está ya agotadísima y obsoleta.

—¿No se corre el riesgo de que reglas demasiado sofisticadas echen para atrás a la gente?

—Pues yo creo que precisamente los juegos de mesa, por lo menos los últimos, en lo que están cayendo un poco es en lo contrario: en vendernos un producto a través de los ojos, con muchas miniaturas de plástico, con mucha ilustración de gran calidad, y a veces se descuida precisamente el reglamento, que realmente tenga unas reglas adecuadas y potentes y no sean simplemente un medio para vendernos plástico o arte.

—Como sevillano que es, ¿qué juego haría sobre Sevilla?

—Me gustaría hacer un juego que desarrollara la historia de Sevilla a través del río. Quedaría visualmente precioso.

—¿Cuál es la duración ideal de un juego cualquiera?

—Depende. Está calculado para el público al que va dirigido. Miguel Strogoff es un juego que se diseñó y se pensó para que pudiera jugar prácticamente toda la familia, un juego de reglas sencillas que debe durar entre 45 minutos y una hora y cuarto, como mucho. Pero no hay un estándar deseable. Como anécdota, hay juegos de acción bélica que tienen una duración de partida de hasta 360 horas. Imagínate. Mi intención es poder jugar con mis hijos y salir con vida de la partida.