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Actualizado: 23 jun 2015 / 08:55 h.
  • Sevilla se echó a la calle para celebrar el Día de la Música. / El Correo
    Sevilla se echó a la calle para celebrar el Día de la Música. / El Correo

El calendario de las antiguas civilizaciones marcaba el 21 de junio como día de las fiestas paganas, aquel en el que se rendía culto a la naturaleza y a sus tradiciones. No fue hasta muchos años después, allá por los albores de los años 80, en plena explosión y madurez de la música pop, que un francés llamado Jack Lang, ministro de Cultura, instituyese que el 21 de junio se homenajearía a esta manifestación artística y decidiese que coincidiera con la llegada del solsticio de verano.

Dicho y hecho. El pasado domingo fue 21 de junio y la música salió a la calle. En muchos puntos europeos se desarrollaron gran número de conciertos gratuitos para adultos y pequeños, profesionales y aficionados. Una colorista y cultural cita en la que no solo se manifestan en clave de sol sentimientos y genialidades, sino también el derecho a expresar, la necesidad de transmitir y la obligación de defender esta clase de arte. Exactamente lo mismo que hicieron los artistas españoles hace un mes por las calles de Madrid en protesta por el cobro de altas sumas de dinero, que en concepto de impuestos, oprimen a la música en directo.

Cuando el Gobierno decidió subir la tasa del 8 al 21% como justificación por la delicada situación financiera del país y las presiones de los socios europeos, puso al sector en una situación crítica. Desde 2012 se han perdido más de 30.000 puestos de trabajo por el aumento del IVA, amén de que se ha reducido hasta en un 30% el número de asistentes a conciertos y ha hecho que España lidere el ranking de los países con las tarifas de entradas más elevadas.

Este candado oficial al desarrollo del mundo de la cultura tiene un culpable claro: la negligencia gubernamental, por hacer caso omiso de lo que el pueblo, empresarios y trabajadores reivindican.

De promesas electorales a buenas intenciones, Rajoy y su equipo lleva meses diciendo que en cuanto la cosa mejore se bajará al 10% el impuesto, cuando la petición generalizada es del 4%. De todos modos, a efectos prácticos, ha llegado un momento en el que el porcentaje de la bajada casi ni importa, porque la realidad es que de este tema ya ni se habla. El tiempo pasa y esta lamentable situación se mantiene. Una barbaridad que hace que España sufra una pérdida constante de público, la drástica disminución en la producción de contenidos y de tejido empresarial. Es intolerable que el Gobierno se excuse con supuestas presiones de Bruselas, porque ni Francia ni Grecia ni Portugal han sucumbido a la subida, pese a estar algunos intervenidos.

La música, que nos ha servido de percha, es solo una parte de la historia. El cine, el teatro y los espectáculos en general son los otros grandes afectados. Ir al cine y ver las salas medio vacías con estrenos absolutos es deprimente, pagar por una entrada ocho euros un abuso y dejar que los ciudadanos no disfruten de estas manifestaciones artísticas, pese a que siguen siendo las más demandadas, una aberración.

La cultura no puede ser usada ni como trueque ni como cascarón de huevo. No debe ser la eterna olvidada, el vagón de cola. La felicidad se complementa con los ratos de ocio, con la satisfacción del disfrute, con poder hacer cuantas cosas se desee a unas tarifas decentes y cercanas al bolsillo medio-bajo, y con la obligación de impregnar nuestras vidas y nuestro legado con una impronta cultural que ningún presidente ni equipo de gobierno puede negarnos. Es nuestra herencia, nuestro genio y ha sido la esencia de España durante milenios.

El domingo fue un día de música sin música, sin la que queremos. Esa que debe tener solo la genialidad como molde. Esa que nos merecemos. Esa que nada tiene que ver con los acordes políticos.