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Actualizado: 15 dic 2017 / 10:39 h.
  • Imagen del escenario de la Sala Barts en la que se homenajeó a Enrique Morente. / El Correo
    Imagen del escenario de la Sala Barts en la que se homenajeó a Enrique Morente. / El Correo

En la Sala Barts no cabía un alfiler. Entre el público, una Aurora Carbonell, viuda del artista, emocionada por el recuerdo y, sobre todo, por la música con la que se había homenajeado al hombre de su vida y el padre de sus tres hijos: Estrella, Soleá y Kiki Morente, este último en el escenario. Había gente de toda España, personas que no se quisieron perder el acontecimiento musical, nada menos que el estreno de un réquiem creado especialmente para el genio granadino, que estaba revoleteando por la sala, seguramente sentado junto a Lluis Cabrera para que todo saliera bien.

Luis Cabrera era uno de los mejores amigos del maestro en Barcelona. Un día, este gran señor de la cultura, el alma del Taller de Músics, se reunió en una tasca de la ciudad con Joan Albert Amargós y Joan Díaz y acordaron que había llegado la hora de que Barcelona tuviera un gesto con Enrique Morente, ligado a la capital catalana desde el inicio de los años setenta. El gesto tenía que estar a la altura de tamaño músico y surgió enseguida la idea del réquiem.

Enrique Morente creó un réquiem que sirvió para homenajear en Sevilla a Silverio Franconetti en 1989, con motivo del centenario de su muerte. Nunca un cantaor había hecho algo así en la historia del cante flamenco, y parecía indicado tener ese gesto con un creador como fue el granadino. Después de meses de trabajo, el compositor de la obra, Joan Díaz, y quien eligió los textos, Manuel Forcano, solo tuvieron que ponerla en manos de Joan Albert Amargós, el director de orquesta. Y de los músicos, entre ellos, Arcángel, Chicuelo y Kiki Morente, además de Pérez Martínez y Paula Domínguez. En total unos treinta músicos en el escenario.

Este réquiem es en realidad el resultado de la historia de una amistad, la de Enrique Morente y Lluis Cabrera, que fue algo más que eso: eran como hermanos, se querían en lo personal y se admiraban en lo profesional. Por este motivo, el réquiem fue algo más que el estreno de una obra musical y literaria, que ya es importante: cerró la historia de una amistad y abrió posiblemente una amplia y luminosa ventana por la que asomarse de una manera íntima al mundo musical de Morente, sin ninguna duda, uno de los grandes creadores del flamenco contemporáneo.

Antes del estreno del réquiem, se presentó Alegoría, a modo de preámbulo, donde se lucieron Arcángel y José Enrique Morente, el hijo menor del maestro. El cantaor de Huelva es ya un veterano y estuvo templado y resuelto. Sorprendió Kiki Morente, que aún no ha cumplido los treinta años, por acometer el cante con tanto aplomo, lo que no era empresa fácil debido a la envergadura del acontecimiento. Por el momento emula a su padre, pero esas condiciones que tiene para el cante jondo, que son innegables, pueden darle grandes cosas a este arte.

Había muchos músicos en la sala y me interesó ver sus caras cuando empezó el estreno del réquiem. Eran caras de asombro, por el hecho de que un cantaor de flamenco hubiera inspirado una obra como la de Joan Díaz, quien no cabía de gozo cuando se cerró con el Agnus Dei, con la poesía de Lorca: «Si muero, dejad el balcón abierto». Para mí fue lo más logrado y como había emoción acumulada desde el Introitus, el final fue una explosión de júbilo, con el público en pie y muchas lágrimas que brillaban con las luces. Enrique Morente había sido homenajeado con todos los honores y una gran obra musical.