El Espacio Santa Clara, como intenté apuntar en el anterior artículo dedicado a otra de las muestras celebradas en él, se ha ido convirtiendo con el tiempo –y sin que esto quiera decir que no lo hubiera sido desde el primer día- en uno de los Centros artísticos y culturales más relevantes de nuestra cuidad por la cantidad y calidad de los actos que se celebran en él, y por tanto, uno de los grandes referentes que desde el Ayuntamiento de Sevilla, impulsa la labor de los creadores, sean estos artistas plásticos, cinematográficos, literarios, escénicos, etc.
En lo que a nosotros nos concierne: las artes plásticas o visuales, serían muchísimas las actividades que se han celebrado incluyendo el entorno de la Torre de D. Fadrique y sus jardines aledaños, las diferentes dependencias del antiguo cenobio franciscano y sobre todo los dormitorios bajos y el Refectorio, lugar este último que es el que escogió el pintor y video-creador Alonso Gil para presentar el resultado de su último trabajo, desarrollado precisamente sobre el significado y sentido del “Trabajo”, que ha titulado “Gritos” y que ha podido hacer gracias al patrocinio y financiación del Banco de Proyectos del ICAS.
Alonso Gil es un artista suficientemente conocido y reconocido internacionalmente –sobre todo en Alemania y Estados Unidos y en otras ciudades españolas además de Sevilla- por la amplia trayectoria que va alcanzando ya, y sobre todo porque entiendo que se encuentra en uno de los momentos o etapa que pueden definirse como de su madurez y plenitud vital, una vez que ha ido adquiriendo la destreza de conocimientos de la base de su formación en la Facultad de Bellas Artes en esta ciudad de su elección donde se licencia, y que han continuado siguiendo su propio camino a través de su propia evolución.
Esta le ha hecho llegar al día de hoy, en donde se ha atrevido a dar ese paso al cine, al vídeo, a la video-creación, al documental, a traspasar los límites de un lienzo o una escultura, para recoger con cámaras y pantallas, una serie de capítulos que recogen la actividad profesional de cada uno de los protagonistas que ha elegido.
De ellos, puede decirse que manifiestan una reflexión filosófica en torno al medio de ganarse la vida, y el significado que tiene hoy el trabajo, considerando el precariato, las diferencias salariales, la elección circunstancial o cualquier tipo de imposición que les supone.
Esta decisión la toma Alonso Gil –conocido también como Loncho- ante las voces y los ecos que como le pasaba a Elías Canetti con Marrakesh, le llegaban a su entorno cercano: las calles aledañas de La Puerta de la Carne, uno de los puntos más variopintos de la ciudad, lugar de tránsito y tertulias ocasionales, de vecindario antiguo -o si es moderno, acoge la cultura de ese barrio- que tiene su personalidad específica. Una cultura integrada por residentes, transeúntes y todos los que durante parte del día, laboran en sus comercios, bares, peluquerías, puestos callejeros, como los que ha fijado su atención Alonso Gil.
Antonio, el butanero recién jubilado después de 40 años surtiendo de bombonas a esta y otras partes de la ciudad, llamaba con su timbre personalísimo (con lluvia o calor extremo) de la misma manera que hacen los almuédanos, para que los interesados pudieran salir a sus ventanas a pedírselas o entregarlas.