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Actualizado: 20 dic 2020 / 16:34 h.
  • Una exquisita producción que tiende a la saturación

A estas alturas, de todos es sabido que esta “nueva normalidad” impuesta por el coronavirus es de todo menos normal. Sirva como ejemplo la Bienal de Flamenco de Sevilla, uno de los más importantes festivales de flamenco del mundo que no ha podido darse por cerrada hasta ayer, con la representación de la obra de Jesús Carmona ‘El Salto’, una exquisita producción cuya representación tuvo que ser aplazada por dar positivo uno de sus integrantes.

La dramaturgia a cargo de Ferrán Carvajal gira en torno a una reflexión sobre los estereotipos de la masculinidad y comienza, todavia con las luces de público encendidas, con un número que remite al baile turco de derviches, donde los hombres dan vueltas vestidos con faldas. En esta ocasión los bailarines llevan el torso desnudo, y al término de la pieza, un tanto larga por cierto, las faldas se convierten en mantones o capotes de torero. Tal vez se trata de buscar el contrapunto para lo que vendrá a continuación, aunque esa idea no acaba de concretarse. Y eso es justo de lo que adolece en general el espectáculo porque, en su empeño de transitar por todos los estereotipos de la masculinidad, Carmona abusa de la duración construyendo un relato fragmentario que apunta un sinfin de ideas y símbolos que nos acaban saturando.

Las escenas se suceden sin un orden ni una justificación aparente. Y en su empeño por ir más allá de la estética flamenca, la puesta en escena recurre a todas una gama de recursos visuales, desde las sillas luminosas a los cambios de vestuarios y los telones que caen y se levantan para acotar o ampliar el escenario sin solución de continuidad. El discurso, a fuerza de llevar al flamenco a un continuo diálogo con el ballet clásico, la danza contemporánea y algunos destellos de música discotequera, se vuelve un tanto barroco y farragoso. No obstante, la obra nos brinda toda una gama de destellos sublimes, como el solo de bulerías donde Jesús Carmona juega con una manzana o el principio de las farrucas, donde el bailaor y coreógrafo despliega todo su poderío, dominio y gracilidad. Lástima que en este espectáculo no acabe de explotarlas.

Tal vez se deba a la voluntad de elaborar un relato coral, en el que el cuerpo de baile tiene casi el mismo protagonismo que la figura. Para ello cuenta con unos bailarines que cumplen con creces su cometido, demostrando una elevada calidad técnica y una magnífica coordinación. Pero, en general, nos quedamos con las ganas de ver bailar a Jesús un baile entero, algo que solo hace con las alegrías, aunque no puede decirse que acabe de lucirse del todo ese baile. Aun así, el espectáculo recoge algunos momentos sublimes, tanto de baile como de cante, que José Valencia defiende con la fuerza, el conocimiento y el poderío vocal que le caracteriza, aun cuando la mayoría de los cantes se pliegan a esa suerte de mezcla que domina el espectáculo y que resta dramatismo a la música. Cabe destacar también la justeza y potencia de la percusión de Manu Masaedo y la entrega del público, entre el que se encontraban artistas flamencos como Dorantes y Eva La Yerbabuena, o de la danza clásica como Manuel Cañadas, así como el equipo de la Bienal, y el que hasta ahora ha sido su director, Antonio Zoido.

Obra: El Salto

Lugar: Teatro Lope de Vega, 19 de diciembre

Dirección artística y coreografía: Jesús Carmona

Dirección de escena y dramaturgia: Ferrán Carvajal

Música arreglos y guitarra: Juan Requena

Cante: José Valencia

Percusión: Manu Masaedo

Bailarines: Jesús Carmona, Ángel Reyes, Rubén Puertas, Adrián Maqueda, Borja Cortés, Joan Fenollar, Daniel Arencibia.

Calificación: Tres estrellas