Discos Latimore parece, desde el exterior, una gigantesca cabina de teléfono inglesa. Una de esas cabinas desde las que ya nadie llama y que disfrutan, no obstante, de una segunda vida como cenotafios a un pasado próximo que nos resistimos a abandonar. Bajo un cartel en el que se lee “Mardi Gras”, un escaparate invita a detenerse un segundo y observar. En la tienda, varias filas de perchas rebosan camisetas de grupos como Los Beatles o los Rolling stones, pero también de películas como Pulp fiction o series como La casa de papel. Aquí y allá se disponen guitarras en miniatura, a imagen y semejanza de las de Eric Clapton o B.B.King. En el centro de la cabina telefónica, están los discos.
En Sevilla, sólo hay dos tiendas de discos. Una es Latimore y la otra, Records Sevilla. Ambas conviven en la calle Amor de Dios, separadas por menos de cien metros. Miguel Ángel, o Goyo, como prefiere presentarse, lleva dos décadas trabajando en Discos Latimore. De voz enérgica, quizá consecuencia de sus años como batería en varias bandas, Miguel Ángel dice que este año ha sido fatídico para el local. El débil flujo de turistas, su público principal, no es suficiente. Los discos se acumulan en los ya abigarrados cajones, agrupados por género musical. De Bob Dylan a Manuel Agujetas en tres pasos.
Las tiendas de discos, al igual que el vinilo, llevan años faltando a su funeral. El elepé no sólo no ha desaparecido, como se auguró con el cambio de siglo, sino que se comienza a recobrar su vigor inicial. En Estados Unidos, el microsurco ha superado en ventas al CD, formato que lo empujó al borde del precipicio y amenazó con convertir en una reliquia sigloveintesca al vinilo, a la altura de los casetes o los aún más remotos gramófonos. El CD, en cambio, es ahora el que se encuentra a las puertas de la desaparición, mientras que estos parecen ser los felices años veinte del elepé. Bruce Springsteen, entre otros muchos músicos, han retornado a un formato que nació para correr.